Esto es, precisamente, lo que se pretende cuando, de manera anual, en el mes de octubre se dedica un día, el 10, para recordarnos sobre la importancia de crear, conservar y difundir, en la medida de lo posible, la salud mental tanto en nosotros como en quienes nos rodean. Es, asimismo, una preocupación de orden público, pues en la medida en que los ciudadanos estén más sanos, sus decisiones y manera de comportarse están, a la vez, más sensibilizados con el sufrimiento ajeno.
¿Qué dicen al respecto tanto la Organización Panamericana de la Salud como la Organización Mundial de la Salud cuando abordan dicha temática? Pues solo que: «Los países deben promover iniciativas regulatorias y normativas para apoyar la salud mental como un derecho humano universal. Al mismo tiempo que limitan las prácticas que favorecen las violaciones de derechos humanos. Esto incluye el establecimiento de leyes de salud mental que respeten los principios de los instrumentos internacionales de derechos humanos».
En este sentido es interesante observar cómo «por primera vez en el país, fue lanzada la Política Institucional de Salud Mental 2023-2028, con el objetivo de mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas, las familias y las comunidades que pudieran verse afectadas por enfermedades de esa índole y por el consumo de sustancias psicoactivas» (Sala de Prensa, Gobierno de la República, 8 agosto 2023). Esperamos entonces que, si no ahora, al menos dentro de algunos años, veamos algunas mejoras al respecto.
De manera individual también nos corresponde velar por nuestra salud mental. Ello implica, entre otras cuestiones, algunas fundamentales. La primera recomendación es contar con una alimentación sana, hecho casi imposible para quienes viven con un salario mínimo o menos. Ayuda un descanso suficiente a partir de un sueño reparador –entre siete y nueve horas como promedio–, también complicado de cumplir para quienes no cuentan con las condiciones necesarias. Es importante a la vez llevar a cabo algún tipo de actividad física y dedicar tiempo a algunas actividades recreativas, entre otras.
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En Guatemala, no obstante, parece que la teoría difiere casi totalmente de la práctica. Ello, sobre todo, porque en países como el nuestro la mayoría de la población carece de los recursos vitales básicos necesarios para una vida digna. Si a ello le sumamos el estrés por las cuestiones vividas a nivel nacional, así como los acontecimientos internacionales, entonces, la posibilidad de contar con una salud mental equilibrada en realidad es difícil.
Son alarmantes los informes. La página web de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios referidos a la salud mental en el territorio nacional detalla: «Según cifras del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, de enero a julio 2023, 34,178 guatemaltecos fueron diagnosticados con un trastorno mental y de comportamiento. De ellos casi el 40 % son personas menores de 19 años. Siendo los adolescentes y jóvenes entre 15 a 19 años quienes reportaron las tasas más altas de incidencia, 8 %» (10 octubre 2023).
¿Qué hacer en todo caso? No existe la receta infalible ni alguien que la conozca por completo. Cada persona busca, si ha llegado al límite o antes de acercarse, cómo paliar su estrés, su inconformidad, su enojo, su insatisfacción, su falta de felicidad. Eso porque la buena vida implica no solo los logros individuales que obtenemos a partir del esfuerzo personal sino, sobre todo, del entorno en que vivimos.
Asumamos como nuestras las palabras de Manuel Rodríguez Pumarol, representante de UNICEF en Guatemala: «La niñez y adolescencia guatemalteca necesitan nuestro apoyo y atención inmediata. Es esencial garantizarles un entorno seguro y amoroso en sus hogares y comunidades, así como acceso a servicios de salud mental y atención psicosocial de calidad».
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