La primera edición del informe de Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi) fue presentado el día 24 de abril del año 1998. Dos días después, monseñor Juan Gerardi, su principal impulsor, fue asesinado. El hecho brutal fue cuidadosamente impregnado de la lógica «ejemplificante». que, una y otra vez, han utilizado los poderes ocultos para impedir la construcción de un Estado democrático y respetuoso de los derechos humanos. Cada vez que sienten perder el control, ponen en marcha los mecanismos del terror. Apenas dos años antes, se habían firmado los Acuerdos de Paz destinados a encontrar un camino para la transformación de las condiciones que condujeron al conflicto armado. El asesinato de Gerardi se convirtió en un oscuro presagio.
25 años después, estamos de nuevo en el umbral del autoritarismo, la negación de la inteligencia y de los valores humanos, infestados de prácticas corruptas que han llevado la función pública al borde del absurdo, con los espacios políticos cerrados para las posturas divergentes, con un miedo que avanza, a la espera del retorno de ese animal ciego que asoló el país durante casi cuarenta años: «la violencia.»
Justamente porque nos encontramos de nuevo aquí, en este lugar de eterno retorno, que no permite ningún avance o transformación, ni la posibilidad de la vida digna, resulta importante recordar la existencia del informe y su valioso aporte en la construcción no solamente de nuestra historia, sino de un sentido ético imprescindible para un pueblo extraviado de su camino.
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El Remhi nunca fue solamente un informe de lo acontecido durante la guerra, narrado por las propias víctimas. Al acercarse a la gente para recoger sus testimonios, se llenó de vida y desarrolló un propósito más trascendente. Fundamentalmente, se convirtió en un acto de libertad individual y de recuperación de la dignidad colectiva. Por ello, Monseñor Próspero Penados del Barrio enunció que se había logrado «devolver la palabra» a quienes habían sido no solamente dañados física y espiritualmente, sino también obligados a callar.
Desvelar la verdad en un país de silencio y censura fue consolidándose como el camino que había que recorrer para lograr la reconciliación, porque este giro ético abría la posibilidad de que «todo hombre y mujer se encuentre consigo mismo y asuma su historia», según lo expresó el propio Gerardi.
Pero se trataba de una verdad quemante, de dimensiones abrumadoras: la violencia contrainsurgente se generalizó contra comunidades enteras, incluyendo a la población civil no combatiente e incluso contra los niños, siguiendo un patrón de actuación sistemática, con características comunes en distintas regiones del país. Las violaciones a los derechos humanos registradas incluyeron ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, masacres de comunidades enteras, masivas violaciones de mujeres, tortura, destrucción de bienes y despojo de tierras. La abrumadora mayoría de estas violaciones son atribuibles al Ejército de Guatemala (89.65%), es decir, se trata del Estado actuando en contra de la población civil, para vejarla, humillarla y suprimirla.
Buscar justicia y reparación para las víctimas se constituyó en un medio para la sanación colectiva de este trauma histórico de proporciones descomunales. La gente que siguió “el largo camino de la justicia” y cumplió con su deber en los tribunales, contribuyó a la tremenda tarea de reparar el tejido social destruido.
En contraposición, el desvelamiento de la verdad les causó a los perpetradores y al sistema de poder, un enorme temor. Y no fue para menos, ya que los testimonios y las exhumaciones que confirmaron su veracidad, se convirtieron en dura evidencia. Los procesos de justicia transicional han sido para Guatemala el acto más significativo de reconocimiento de la ciudadanía de quienes siempre fueron marginados y ninguneados, particularmente los pueblos indígenas. Comprender el peso de estos procesos hace que no sorprenda el hecho de que, parte sustantiva del avance autoritario, tenga como escenario el sistema de justicia. Mantener la certeza de la impunidad es exigencia de los involucrados en los crímenes de guerra y del propio sistema de poder al que sirven.
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Pero la importancia del Remhi trasciende su valor como evidencia. Es un invaluable patrimonio para las generaciones posteriores que les permite comprender nuestra historia. Cuando hablamos de la historia generalmente nos referimos a narrativas enfocadas en datos objetivos y cuya perspectiva es la del poder. El Remhi construye la historia a partir de la memoria y, para cada una de las víctimas, se convirtió en un manifiesto personal que dignifica. La memoria es subjetiva y, por tanto, recoge la perspectiva de la gente común, situada en desventaja frente al poder. Lo extraordinario fue confirmar que, a pesar de su visión subjetiva, esos testimonios iban tejiendo una verdad colectiva donde se reiteraban los hechos, los métodos, la sistematización de una estrategia. Y también que, a pesar del horror, la gente conservaba la esperanza de que su testimonio podría evitar que lo acontecido volviera a suceder.
Ahora hay grupos empeñados en intentar arrancar las hojas oscuras de la historia o, peor aún, en convencernos de que existe «una nueva historia» que puede ocultar o tergiversar lo que nos pasó. Apropiarse de las narrativas y ganar la batalla de la memoria se ha convertido en objetivo para los que pretenden no solamente la impunidad jurídica, sino también la exoneración de la historia. Y, peor aún, la justificación para continuar con un modelo de Estado que, a base de apropiación de los recursos naturales y la corrupción, ya no es viable para la mayoría de los guatemaltecos que, desposeídos de todo, no dudan en migrar.
De la misma manera que asesinaron a Gerardi, han asesinado, exiliado o eliminado por otras vías, a todos los líderes virtuosos que podrían haber contribuido a la construcción de una verdadera Nación. A cambio, nos han entregado a títeres inicuos, capaces de las peores vilezas. Frente a las próximas elecciones, la papeleta electoral estará rebosante de ellos. Gente que jamás ha comprendido el valor de la equidad o la justicia. Y, mucho menos, la importancia de la verdad para construir la paz verdadera. Todos estos altos valores guiaron el proyecto interdiocesano de recuperación de la memoria histórica (Remhi), en un ayer que hoy podría iluminarnos.