Después del paso de las tormentas Eta y Iota en noviembre del año pasado, las aguas siguieron subiendo y alcanzaron niveles inimaginables en algunos pueblos de la región. Un caso digno de ser estudiado es el de Campur, aldea del municipio de San Pedro Carchá. Allá los terrenos continuaron debajo del agua más de 15 días después de pasados los huracanes.
Pero no solo en la aldea Campur se sufrió ese fenómeno. También sucedió en zonas y barrios urbanos de cabeceras municipales, donde, por experiencia propia o por tradición oral, sabíamos de la existencia de los siguanes.
Pasadas las consecuencias del impacto de ambas tormentas, los geólogos consultados y los conocedores de nuestra tradición oral coincidieron en que un colapso de las dolinas pudo haber sido la causa de que las aguas alcanzaran alturas inconcebibles y no bajaran de nivel en el tiempo esperado. Y muchos pobladores afectados se dieron a la tarea de explorar esos agujeros. No fue poca la sorpresa cuando nos dimos cuenta de que dentro de los siguanes había basura, colchones, muebles, ropa, zapatos y, en un caso extremo, hasta un televisor. Es decir, los siguanes, ligados en la cosmovisión maya q’eqchi’ al concepto del tzuul taq’a (el cerro-valle), habían sido convertidos en botaderos no solo de basura, sino también de enseres inservibles.
Pero también supimos de otros escenarios peores. En algunos lugares citadinos, los siguanes habían sido tapados en aras de la construcción de casas y edificios a su alrededor. Y fue precisamente en esos lugares donde la naturaleza descargó su furia de una manera increíble. Ni los huracanes Fifí, Mitch y Stan provocaron tanto daño juntos como Eta y Iota durante su impacto y después.
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Una respetable anciana que mora en uno de los barrios inundados me dijo con mucha preocupación: «Después del susto, ¡Jesús, María! Ya verá que, pasados unos meses, todos volverán a hacer lo mismo». Y la predicción se está convirtiendo en realidad. Los siguanes siguen siendo tapados o utilizados como basureros.
Con tanta tradición oral sabida y tanta experiencia sufrida, los alcaldes y las poblaciones debemos tomar en cuenta las enseñanzas morales de la cosmovisión q’eqchi’. La académica Adriana Estrada explicitó acerca de ese tema: «Las enseñanzas morales son tema recurrente en la narrativa oral, donde el asunto de la relación con la tierra parece casi una obsesión. Los relatos enfatizan la necesidad de volver a los valores de equilibrio, respeto y reciprocidad con la tierra y el cosmos retomando el legado de los antepasados y reconociéndose nuevamente como aj ral ch’och’ o hijos de la tierra». Ella lo hizo a través de un escrito suyo publicado bajo el auspicio del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. El artículo se llama Li tzuultaq’a ut li ch’och’. Una visión de la tierra, el mundo y la identidad a través de la tradición oral q’eqchi’ de Guatemala. No es la primera vez que cito este escrito. El 29 noviembre de 2020 lo hice en mi artículo Los siguanes en la cosmovisión maya q’eqchi’. Y resalté en aquella ocasión la necesidad de que recuperemos el sano equilibrio que alguna vez tuvimos con la naturaleza.
Yo sé que esa tarea —la de recuperar el equilibrio con la naturaleza— es de todos (pobladores, funcionarios, dirigentes sociales, etcétera), pero para los alcaldes tiene carácter de obligatoriedad si lo que se quiere es evitar otro desastre como el que sufrimos en noviembre de 2020. Las temporadas de lluvias y de huracanes se vislumbran iguales o peores que las del año pasado.
Así las cosas, alcaldes, por favor, acuérdense de los siguanes, ya que «Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca».
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