Realmente, constituye una catástrofe sin precedentes. El mundo difícilmente olvidará todas esas imágenes impactantes que circularon durante el fin de año. Y aunque se han tenido lluvias recientes, el desastre australiano sigue imparable. Para el viernes 10 de enero había más de 27 personas fallecidas, casi diez millones de hectáreas diezmadas, más de 1,800 hogares totalmente quemados, cientos de miles de cabezas de ganado perdido y más de mil millones de especies de flora y fauna desaparecidas. Se estima que solo en la provincia de New South Wales han muerto más de 500 millones de mamíferos, aves y reptiles, lo cual acerca a muchas especies a la extinción.
Mucho se ha estado hablando de esta nueva normalidad planetaria (new normal en inglés), la cual tiene que ver con temperaturas récord o arriba del promedio. Y es que en otros rincones del planeta la situación durante el 2019 también ha sido insólita. Por ejemplo, a mediados de año se tuvieron incendios en gran parte del Ártico que arrasaron con pastizales y turberas boreales (humedales con abundante material vegetal). Hubo fuegos similares también en Siberia. De igual forma, el fuego consumió más de 10,000 kilómetros cuadrados de bosque en el Amazonas. Los graves incendios de California tampoco pueden pasar desapercibidos.
Sin embargo, la comunidad científica afirma que esto no es la nueva normalidad y que solo representa el principio de lo que se avecina. Reitera que estos desastres son resultado de un aumento de temperatura de poco más de 1 °C (por encima de los niveles preindustriales). Y esto es lo verdaderamente alarmante, pues, al paso que vamos, si no descarbonizamos la economía de forma parcial o total, para finales del año 2100 llegaremos a un aumento de 4 °C. Incluso si se cumpliesen los compromisos del Acuerdo de París tendríamos un aumento seguro de casi 2 °C para finales del siglo.
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Si ya estamos viviendo la supuesta nueva normalidad, no quiero pensar cómo será vivir con un aumento promedio de 2 °C. Las proyecciones apuntan a que para el 2050, en tan solo 30 años, si no antes, estaríamos llegando a tener esa temperatura. No sé si todavía seguiré vivo para ese año, pero mis hijos y posibles nietos sufrirán las terribles consecuencias de esa realidad. ¿Qué será de Centroamérica y de Guatemala con ese aumento promedio de temperatura? ¿Se quemará del todo el Petén, incluyendo la sierra Lacandona? ¿Se secarán los ríos de la costa sur antes de llegar al mar? ¿Desaparecerán todos los manglares? ¿Y las zonas agrícolas y sus trabajadores? ¿Cuántos guatemaltecos adicionales tendrán que emigrar hacia el norte?
Ahora, si lo anterior aflige, pensar más allá de 2 °C debería provocarnos pánico. En serio. De acuerdo con el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, por sus siglas en inglés), un mundo con tres o cuatro grados adicionales de temperatura tendría impactos impensables: incendios devastando tierras 16 veces más de lo normal, cientos de ciudades inundadas por el aumento del nivel del mar, ecosistemas totalmente colapsados y extinción masiva de especies. Pero también se tendrían cientos de millones de personas muertas y cientos de millones de personas desplazadas. Grandes áreas, principalmente en la zona ecuatorial, incluyendo Centroamérica, serían inhabitables. Ciudades que ahora albergan a millones de personas, en particular en India y Medio Oriente, serían tan calientes que salir afuera durante el verano sería letal para las personas. Es más: se vislumbra que esto último sucederá con tan solo un aumento de 2 °C.
Es difícil ser optimista con este tema, por lo cual habrá que irnos preparando para lo peor. Un país como Guatemala, con bajas emisiones de gases, no puede hacer mucho para revertir impactos acumulados y proyectados, aunque lo que sí se puede hacer es incidir, junto con otros países, a que se cumpla el Acuerdo de París y se aterrice la temperatura promedio en 1.5 °C para el 2050. Por ahora, la prioridad debe ser invertir en adaptar el territorio a los escenarios climáticos aumentando las áreas protegidas, reforestando lo más que se pueda y mejorando los recursos hídricos en general.
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