La cosa es interesante. Se sabía de las elecciones, de golpes de Estado, de presidencias de transición tras votos de falta de confianza, pero se pasaba por alto este transfuguismo vigoroso y transformador. La innovación definitiva hasta ahora en la materia se la debemos a Líder, aunque aficionados ha habido muchos, en estas tres décadas. Era casi normal llegar al Congreso con un puñado de gente y poco a poco ir creciendo. Lo de Lider fue distinto. No fue, en un principio, una diferencia de grado. Podríamos decir que Lider era algo incorpóreo en 2007, aunque la realidad es que que ni siquiera existía, y de repente, ¡pum!, se había materializado. Como Todos ahora, no era que Lider hubiera crecido: era que había pasado de no existir a existir. Entre el no ser y el ser, la bancada milagrosa, nacida de una huida y no de unas elecciones, había resulto el dilema hamletiano a su favor. Cómo lo hizo no está claro, pero el embajador de Estados Unidos en aquella época comunicó al Departamento de Estado que la bancada Líder, de Manuel Baldizón, había crecido hasta 24 diputados “gracias a la oferta no anunciada pero ampliamente conocida de US$61,000 (casi Q500,000) para cada diputado que se sumara a su bloque”.
¿Representaba ese traslado de poder la volutad de los votantes? No es difícil responder. En primer lugar, y quizá más ambiguamente: con listas cerradas, los votantes ceden su favor a los partidos o a quienes son más visibles en las listas y dado que los diputados suelen votar disciplinadamente como su partido, un cambio de bancada implica un cambio de lógica política. En segundo lugar, y con una interpretación mucho más clara, en las elecciones de 2011 Lider obtendría 14 curules. Es decir, las urnas le restaron parte del poder que había ganado mediante el transfuguismo.
Pero no existen los reveses definitivos para los innovadores llenos de fe ni para los hombres de voluntad inflexible, ambición imperial, y billetera alienable aunque creciente. Y Manuel Baldizón, el rompedor de paradigmas, es un espécimen que recoge las cualidades de ambos. En cuanto tuvo oportunidad, se dio a la tarea de subvertir la decisión popular, convencido como seguramente estaba de que no había sido la más atinada. Los déspotas ilustrados actuaron siempre así: no preguntaban, sabedores de que ellos conocían lo que era bueno. Y don Manuel, lo queramos o no, representa al hombre de conocimiento -sabe de neuromárketing-. Es un pensador tan convencido del triunfo ineluctable de sus ideas, de que no necesita esforzarse por persuadir, que dona tiempo y dinero para divulgar las de otros a los que admira, aunque haya quien burdamente le llame plagio a eso. Pero la ineludibilidad del progreso se impone siempre, al margen de los designios del pueblo (en realidad, él es Pueblo, de ahí su “solo el Pueblo salva al Pueblo”), y Baldizón hizo cumplir sus cálculos: quería 40 diputados en 2013 y los tuvo, quería 50 diputados en 2014 y los superó.
El futuro se adelanta al pasado y al presente. La inquietud trashumante de los diputados dejó obsoletos los viejos deseos del líder y los hizo parecer modestos; y los sucesos de las últimas semanas adelantaron su gobierno. La alianza (¿es correcto llamarlo alianza?) con los fugitivos le ha conferido a don Manuel el control de un tercio del Congreso, y ese control le ha permitido entrar de lleno en el Poder Judicial y, al diseñar el presupuesto, ya lo dijo Gustavo Berganza, en el Ejecutivo.
Gran invento este del tranfugismo, y qué manera de afinarlo la del experimentado político: lograr crear, de la nada, una nueva forma legal de que los partidos accedan al poder.
Aunque también es cierto que eso implica suponer que aquí los partidos existen. Es decir, como mecanismo de representación popular, es decir, que actúan conforme a la formalidad y se ajustan a las funciones que las leyes les asigna. Pero creer eso a nuestra edad, como creer en Santa Claus, es demasiado creer. Santa Claus son los padres. Ellos pagan, ellos deciden, en última instancia, los regalos. Y si no son los partidos los que acceden al poder por esa vía, entonces ¿quién accede? ¿Quién decide?