Día uno
Alumno A: sus padres, campesinos, no tienen dinero para que él vaya al Internet. Hace investigaciones al estilo antiguo, consultando libros en la biblioteca.
Alumno B: sus padres, campesinos, no tienen dinero para el Internet, pero hacen un esfuerzo por darle Q5. El alumno paga Q2 en el Internet, y el dependiente hace la tarea, que incluye búsqueda de información, impresión y carátula.
Alumno A: continúa buscando y cotejando información.
Alumno B: paga media hora de Internet con los otros Q3 y juega videojuegos de narcos.
Alumno A: transcribe información en la biblioteca.
Alumno B: voltea a ver para asegurarse de no ser observado y mira un par de páginas que exhiben fotos.
Alumno A: dibuja un cuadro sinóptico.
Alumno B: descarga unas canciones y algunos virus a su teléfono y va a la biblioteca a que le sellen el trabajo realizado.
Bibliotecaria: «No puedo sellar este trabajo porque la investigación no la hiciste acá. Estoy viendo unos errores en tu trabajo. ¿Tú lo hiciste?».
Alumno B: se ríe, le arrebata el trabajo a la bibliotecaria y se va.
Alumno A: continúa organizando la tarea con orientación de la bibliotecaria. Ya es hora de ir al instituto. Volverá mañana.
Alumno B: entrega la tarea anticipada, La ley del IVA (nadie, ni el docente, nota que es la ley de República Dominicana).
Docente: «¡Felicitaciones a los alumnos que entregaron su tarea anticipada!».
Día dos
Alumno A: entrega la tarea en fecha. El docente, al ver que está escrito a mano, lo recibe de mala gana.
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Día siete
Docente: entrega los trabajos.
Alumno A: recibe su trabajo con una nota de cinco puntos sobre veinte y un gesto despectivo.
Alumno B: recibe su trabajo con la nota completa y un aplauso.
Día diez
Bibliotecaria al alumno A: «¿Cómo nos fue con la tarea?». —Bromea con el estudiante—.
Alumno A: «¡Remal! Y los que no hacen nada sacan mejores notas».
Me llevó un año convencer a 12 estudiantes que llegan a la biblioteca (de 1,000 de educación media) de que ellos, a pesar de tener malas calificaciones, tienen más conocimiento. Sin embargo, su calificación al final del curso no refleja lo que saben. Los estudiantes se motivan a hacer las cosas mal. Esto se repite en todos los estudiantes, de todos los grados, de todos los niveles.
Regularmente, en los institutos hay algún maestro que puso algún servicio de Internet o de fotocopias o que está en contubernio con alguno: imprimen folletos sobre supuestos temas de examen para vendérselos a los jóvenes a un precio mayor de lo que vale una fotocopia o impresión normal. Aseguran con ello que el negocio venda, sin pensar que los padres siguen gastando un dinero que dejan de invertir en nutrición.
Sucede que muchos de los maestros contratados no llenan el perfil de la materia que imparten. Hemos encontrado casos inverosímiles de los que puedo dar fe: una maestra que impartía el curso y no dominaba el idioma q’eqchi’ (les dijo a los alumnos que los pronombres personales en ese idioma se decían y escribían exactamente igual que en español, pero eliminando la última letra, siendo así que Juan se diría «Jua» y María «Marí»), una maestra de Expresión Artística que puso a la clase a dibujar una «piraimide», otra que les corrigió a los alumnos una palabra bien dicha y los puso a escribir en planas «la mesa es cafés» o un maestro de escuela, propietario y director de un colegio y excandidato a alcalde, que les pidió a sus alumnos que dibujaran los huesos del abdomen.
He tenido la oportunidad de estar en capacitaciones de metodologías maravillosas para desarrollar grandes potenciales en niños y jóvenes, como talleres para actividades de metacognición, que he replicado en algunos de los jóvenes que asisten regularmente a la biblioteca y que llegan a dominar el tema en un abrir y cerrar de ojos. Lo contrario sucede con los buenos docentes que sirven en educación pública: ellos se quejan de que el sindicato no les permite implementar estos cambios.
Así es como a los pobres la educación pública no nos salva de nada.
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