Las horas siguen su curso y el proceso electoral continúa implacablemente su curso, que determinará el destino de Guatemala para los próximos años. Prevalece la sensación de que no podemos perder tiempo, que las malas noticias se han acumulado por décadas y es necesario darle un giro al destino que hemos marcado últimamente, para iniciar el proceso tan esperado de recuperación de los planes que nos lleven hacia un destino diferente al que llevamos: una realidad marcada por la violencia, la inseguridad, la enfermedad y el desempleo, así como la falta generalizada de incentivos para mantener viva la llama de la esperanza en un futuro mejor. A mi alrededor, la premisa básica predominante de muchos analistas sigue enfatizando el desastre inminente: se pronostican tiempos recios, turbios, oscuros, llenos de malos presagios y promesas rotas, aspecto que sigue siendo el discurso predominante en el círculo en el que me muevo: se espera solamente lo peor, y como escenario no tan negativo, apenas esperamos sobrevivir a este proceso con un mínimo de integridad institucional y conflictos disminuidos. Pocos se atreven a pronosticar un escenario más optimista, a ese grado de desesperanza hemos llegado; el punto es que, si alguna vez alguien esperó ver que tocáramos fondo, creo que estamos muy cerca de ese pronóstico.
Pese a ese entorno de desesperanza, sigo pensando que las cosas aún no están escritas y, como todo en la vida, el resultado de las elecciones estará determinado por el pensamiento dominante de miles de guatemaltecos de forma simultánea: si prevalece la desesperanza en cada persona, la inercia negativa prevalecerá, y como en una profecía que se cumple a si misma, los peores augurios serán realidad. Por el contrario, si cada persona supone que no todo está perdido, y con cabeza fría y con mucha esperanza guía sus acciones, el día de las elecciones puede ocurrir un gran milagro: la sorpresa de muchos ciudadanos que se negaron a rendirse ante la adversidad, y que, con fe inquebrantable, sopesaron sus decisiones para negarse a otorgar un voto a los mismos de siempre. Solo en este último escenario considero que hay realmente una oportunidad. Y por eso justamente me niego tercamente a seguir la corriente que anticipa problemas y proclama el fin de la esperanza. Tales profetas del desastre solamente contribuyen con su pesimismo a que la realidad continúe inalterable, alentando los peores temores de una sociedad al borde de la histeria.
Por supuesto, sería irresponsable de mi parte alentar una esperanza desencarnada, sin sustento, por lo que como bien dice el evangelio, estoy dispuesto para responder a todo el que me pida explicaciones sobre la esperanza que sostengo (1 Pedro 3:15). Básicamente, es dotar al ciudadano de una guía precisa sobre el cómo ejercer su voto de forma consiente, de manera que recupere la esperanza a la hora de votar. No es decirle por quién votar: no me atrevo a estas alturas a ensalzar a ninguno, y no es mi tarea asumir una postura política partidista. Pero si puedo decir con toda propiedad por quien no votar:
-
No votar por ninguno de los 4 punteros, según las encuestas. La lógica detrás de este consejo es que todo lo que el sistema aliente, está corrompido. Ninguno de los primeros puestos ha demostrado ser diferentes al sistema.
-
No votar por quienes tienen un entorno familiar perverso, o que han sido señalados en algún momento por actos anómalos o corruptos. El hermano de un expresidente acusado de corrupción es claramente, una pésima elección.
-
No votar por quienes no tienen una propuesta seria de gobierno. Pocos partidos y candidatos han invertido en propuestas serias.
-
No votar por aquellos que gastan en campaña electoral a manos llenas. La lógica es que a más gasto, más compromisos políticos, por lo que menos margen de libertad y menos interés en cambiar tendrán.
-
Un ultimo consejo es que es más relevante fijarse en la lista de diputados distritales y del listado nacional, que centrarse en la votación presidencial. El imperativo lógico aquí es recupera el Congreso como un auténtico contrapeso para el poder centralizado y caprichoso del poder Ejecutivo.
Para finalizar, un consejo extraído de la misma biblia, que nos aconseja igualmente la sensatez y el buen juicio: «Porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio» (2 Carta a Timoteo 1,7).
Más de este autor