De la traición de los hijos y la venganza del padre
De la traición de los hijos y la venganza del padre
La lealtad es una de las fortalezas de los grupos familiares de narcotraficantes. Pero los Lorenzana de Guatemala, son una excepción. Los hijos engañaron al padre y Waldemar Lorenzana Lima lanzó al agua a los hijos en una corte de EE.UU. Ahora, la suerte del padre está en manos de psicólogos forenses en una prisión de Carolina del Norte, donde evalúan sus capacidades mentales. La audiencia para revelar los resultados se podrían conocer antes de que finalice abril.
Los hermanos Lorenzana Cordón rompieron una regla cardinal en el mundo del narcotráfico: traicionaron al propio padre. Ocurrió hace casi 15 años, cuando se creían intocables, y eran una sucursal guatemalteca del puente de cocaína entre el colombiano cartel de Cali y el mexicano cartel de Sinaloa. Pero sentado en una corte de la capital de Estados Unidos, un encanecido Waldemar Lorenzana Lima les pasó factura.
Recién extraditado en marzo de 2014, un mes después de su cumpleaños número 75, Lorenzana Lima primero se declaró “no culpable”. Una acusación del 10 de marzo de 2009 lo vinculaba al trasiego de cocaína desde 1996, entre Colombia, El Salvador, Guatemala y México. Había decidido no colaborar con la justicia de EE.UU., aun a costa de ser condenado a una sentencia que oscilaba entre 10 años de cárcel y cadena perpetua.
Pero en julio de 2014, todo cambió. Como parte de su derecho a defenderse, Lorenzana Lima tuvo en sus manos los testimonios de tres sujetos identificados sólo como Testigo Uno, Testigo Dos y Testigo Tres. El Departamento de Justicia los describía así: el Uno era un eslabón en la cadena de recepción de droga de los Lorenzana; el Tres se crió con los hermanos Lorenzana Cordón, y era la mano derecha del principal proveedor de cocaína de la familia: el Testigo Dos (quien también creció con los hermanos Lorenzana Cordón). Los tres testificaron cuando estaban en una cárcel de EE.UU. expiando culpas por narcotráfico. El Dos y el Tres también narraron cómo los hijos traficaban a espaldas de Lorenzana Lima, y le mentían para evitar pagarle una comisión mayor por recibir cargamentos en sus propiedades, fincas que el mismo Lorenzana Lima les había heredado.
Los hijos que le jugaban la vuelta están acusados en el mismo caso del jerarca: Eliú, Waldemar y Haroldo Lorenzana Cordón. Los primeros dos, capturados. Eliú espera su extradición. El otro fue extraditado en noviembre pasado. El tercero, Haroldo, está profugo, al igual que sus otros hijos Ovaldino y Marta Julia, a quienes en 2012 el Departamento del Tesoro de los EE.UU. vinculó con la estructura de narcotráfico del padre.
Para el 18 agosto de 2014, Lorenzana Lima se declaraba “culpable” y descargaba la mayoría de la responsabilidad del trasiego en sus hijos, según el expediente número 03-cr-331. Este cambio de declaración metía en más problemas a sus hijos, pero no le resolvía nada a él. Al contrario. Hizo peligrar el beneficio de reducción de pena que podría recibir, según la ley: un mínimo de cinco años y un máximo de 40 años de cárcel.
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Joaquín Pérez y Eduardo Balarezo, abogados defensores de Lorenzana Lima, explicaron en la audiencia que su cliente “quería declararse culpable”, y que aceptaba “firmar lo que sea”, porque sabía que era en su beneficio. Pero la jueza Colleen Kollar-Kotelly no entendía cómo el acusado admitía ser parte de la conspiración para traficar cocaína entre Colombia y México, para su eventual envío a EE.UU., delataba a sus hijos, pero negaba saber que éstos usaban sus propiedades para traficar. Era un sinsentido.
Pero Lorenzana Lima se empecinó en no aceptar culpas ajenas, aun si fueran las de los hijos. Parecía haber decidido que si le tocaba hundirse, se hundiría en familia. Sólo para efectos del acuerdo de declaración de culpabilidad, y optar a la reducción de la pena, Lorenzana Lima cedió. Aceptó que perteneció a la conspiración cuando entendió que eso no implicaba que conocía todos los detalles de la misma.
Entonces, el Departamento de Justicia de EE.UU. pidió a la corte considerar el incremento de la pena “si el defendido (Lorenzana Lima) era un organizador o líder de una actividad criminal que involucraba a cinco o más participantes o era extensa en otras formas”, y si “tenía poder de decisión, control y autoridad sobre otras personas, reclutó cómplices, y (entre otros criterios) reclamó su derecho a una porción mayor de las ganancias del crimen”. Todas, características que los testigos Uno, Dos y Tres describieron en detalle. Según el documento 538 del expediente, del 15 de febrero, el Departamento de Justicia pidió a la jueza inclinarse por una sentencia para Lorenzana Lima que oscile entre los 27 años y 33 años de cárcel. Este era el panorama cuando esta corte, en Washington D.C., fijó la audiencia de sentencia para el 24 de marzo.
Faltaba un mes para que Lorenzana Lima conociera la sentencia cuando la corte le lanzó un salvavidas: la jueza anunció que era necesario determinar si el acusado es mentalmente competente para comprender los cargos (de narcotráfico) en su contra, y suspendió la audiencia de marzo hasta nueva orden. El 26 de febrero pasado la corte ordenó el traslado del procesado a la Institución Correccional Federal de Butner, en Carolina del Norte, una cárcel de seguridad intermedia, donde lo evaluaron. El especialista encargado de evaluar al procesado estimó que habría entregado el informe de la evaluación para el 17 de abril, y la jueza ordenó que el diagnóstico se mantenga bajo reserva, hasta que las partes lo discutan en una próxima audiencia aún no calendarizada. Del resultado dependerá si el caso sigue su curso normal, y se fija una nueva audiencia de sentencia, o si Lorenzana Lima recibe tratamiento especial.
Papá, quiero ser como tú
Hubo una época en que Haroldo, Eliú y Waldemar Lorenzana Cordón querían ser como su padre. Según los testigos, Lorenzana Lima no ocultaba a sus hijos cómo se ganaba la vida. De hecho, el Departamento de Justicia consigna que el padre “con seguridad introdujo a sus hijos al ‘negocio familiar’”.
El Testigo Uno afirma que entre 1989 y 1990, Lorenzana Lima y Arnoldo Vargas Estrada (entonces alcalde de Zacapa) recibieron entre cinco y seis aviones cargados con casi una tonelada de cocaína. El testigo era un finquero que arrendaba sus tierras para los aterrizajes, según el expediente, hasta que Vargas fue capturado en diciembre de 1990 y extraditado a EE.UU. en 1992. Para entonces, Lorenzana Lima y el testigo tenían casi cinco años de traficar a la vista de los hijos. A uno de ellos, Haroldo, le gustó lo que observaba. Tanto así, que a mediados de los años 90 le dijo al Testigo Uno que quería trabajar con él. “Haroldo le dijo (al testigo) que veía el éxito que tenía su padre en el narcotráfico y que quería involucrarse”, registra el documento 538 del caso. Pero lo consiguió hasta 1998. Traficaron juntos durante un año.
El perfil del Testigo Uno tiene algunas similitudes con el guatemalteco Byron Berganza (capturado en El Salvador en 2003, y condenado en una corte de Nueva York a 22 años de cárcel en 2008). El expediente 03-cr-987 revela que Berganza traficaba desde 1988 y tenía contactos militares, como Lorenzana Lima. Según el expediente de Lorenzana, el testigo traficaba desde 1988. Además, información extraoficial refiere que Berganza fue socio de los Lorenzana.
El Testigo Uno dijo que en 1990 Lorenzana Lima le salvó la vida. En agosto de ese año, un colombiano, contacto de los proveedores colombianos, fue asesinado en Guatemala. La protección del colombiano era responsabilidad del testigo, y los proveedores lo culpaban del asesinato, hasta que Lorenzana Lima intercedió por él. Sus buenos oficios no sólo salvaron al testigo de morir, también persuadieron a los proveedores de pedirle al testigo que fueran socios en el negocio. El testigo se sintió en deuda con Lorenzana Lima, y empezó a traficar con él. Por eso actuó con prudencia cuando Haroldo quiso ser su socio, y aceptó una vez tuvieron permiso del padre.
Para 1999, Haroldo traficaba en las trincheras del narco. El Testigo Tres le servía de bandera (vigilante) cuando recibía carga, pero acabó situándose como contador de la familia. Haroldo, mientras tanto y pese a sus esfuerzos, no lograba acercarse a la estatura traficante del padre. Primero lo superó su hermano Eliú. Entre 2000 y 2001, reunidos en una finca en Izabal, Haroldo le reveló al Testigo Uno que Eliú proveía de cocaína a toda la familia, y la compraba al Testigo Dos.
Más sabe el diablo por viejo
Haroldo no estaba a gusto ocupando un papel secundario y en 2001 quiso viajar a Colombia a negociar directamente con los proveedores colombianos. Pero el padre lo impidió. Le pidió al Testigo Uno que hablara con Haroldo, y lo persuadiera de no viajar. Lorenzana Lima “decía que en Guatemala tenía el poder para tratar con las autoridades, pero que en Colombia no tenía ninguna influencia para ayudarle (si surgían problemas)”, dijo el Testigo Uno (quien no volvió a ver a Lorenzana Lima después de 2001).
Lorenzana Lima sabía por qué no debían hacer negocios afuera de Guatemala. El Testigo Tres dice que en 1999, el padre pagó entre US$40 mil y US$50 mil para sobornar autoridades y sacar de la cárcel a su hijo Elio, capturado con un cargamento de armas de fuego. “(Lorenzana Lima) empleaba a un capitán del Ejército para ‘demostrar que había (cierto) nivel de seguridad’ y como una conexión para proteger los cargamentos de cocaína”, según el expediente. Además, “con frecuencia estimulaba a miembros de su organización a pagar a las autoridades en el área para proteger la cocaína”. Esto ocurrió en el año con el mayor decomiso anual de cocaína: 10 toneladas.
Los sobornos y la complicidad con autoridades no eran nuevos. Entre 1994 y 1995 (durante el gobierno de Ramiro De León Carpio, cuando el jefe del Estado Mayor Presidencial era el actual presidente Otto Pérez Molina), y después (en la administración de Álvaro Arzú), oficiales militares le ofrecían información a Lorenzana Lima y su organización para que evadiera la detección de las autoridades y los decomisos, según la evidencia que el Departamento de Justicia de EE.UU. dice tener en su poder.
El Testigo Dos había escuchado a Haroldo y a Eliú alardear porque tenían a la policía local “de su lado”, aunque aquello era mérito del padre. Hasta decían que los agentes mismos cuidaban algunos cargamentos. Presumían de su amistad con un Mayor que el Testigo Dos conoció en una reunión en un rancho de Lorenzana Lima, con Haroldo presente, para que el padre diera el visto bueno al transporte de un cargamento.
En 2002, Lorenzana Lima tuvo el olfato de negarse a negociar con los colombianos, según el Testigo Dos. Prefirió tratar con los intermediarios, como este testigo, que dirigía una red de trasiego entre Colombia y México vía Guatemala, y trabajó para el padre desde 1995 hasta 2003. Después de ese año, no volvió a verle y supo que cedió y negoció con los colombianos.
En 2003, monitoreado por el padre, Haroldo recibía cargamentos transportados en avioneta. Eliú recibía carga transportada hasta Guatemala por vía marítima (en el Pacífico), aunque el Testigo Dos decía que Lorenzana Lima le delegó esa responsabilidad. Waldemar Lorenzana (hijo) se encargaba del almacenamiento, división y conteo de la droga en “La Finquita”, una propiedad que le cedió el padre. Según autoridades estadounidenses, Lorenzana padre era propietario de varias bodegas que regaló a sus hijos y decidía cuál de ellos recibía qué cargamentos de cocaína.
El aterrizaje de las avionetas, y el almacenaje de la droga transportada por mar o aire ocurrían en tres propiedades en Zacapa: “El Llano” (o “Los Llanos”), “La Calera” y “Las Cañas”. Las Cañas, que Lorenzana Lima cedió a su hijo Waldemar, tenía una pista de aterrizaje. Ellos vendieron la porción de la propiedad con la pista a “sujetos asociados con la Embotelladora Coca Cola”, según el Testigo Dos. Sin embargo, el testigo revela que “los Lorenzana siguieron usando la pista para el aterrizaje de avionetas con cocaína sin que los nuevos dueños lo supieran”. Sabían que los Lorenzana la usaban, pero desconocían para qué.
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Entre 1999 y 2002 recibieron entre 500 y 600 kilos cada dos meses, por la ruta aérea. Simultáneamente recibían carga por tierra desde El Salvador en tráileres o en camiones cargados de banano, según el expediente de Lorenzana. Toda la cocaína llegaba en lanchas rápidas hasta la costa sur salvadoreña, donde el exdiputado salvadoreño William Eliú Martínez (capturado en octubre de 2003 y preso en EE.UU.) la recibía y enviaba a los Lorenzana en Guatemala.
Entre 2000 y 2003, Waldemar hijo (coordinado por Haroldo) recibió dos cargamentos mensuales de entre 1,500 a 1,700 kilos para almacenar. Pero en agosto de 2003, ante una delegación del Congreso de los EE.UU., funcionarios del gobierno de Guatemala “subrayaban los esfuerzos gubernamentales para mejorar las áreas problemáticas en la lucha antinarcótica”. Según el cable diplomático 03GUATEMALA2014, los congresistas les urgían a mantener el “compromiso de combatir el narcotráfico”.
En septiembre de 2003, Edgar Gutiérrez (entonces canciller de Alfonso Portillo) hacía lobby con el embajador de EE.UU. en Guatemala, John Hamilton, para que el país fuera recertificado (como cooperante en materia antinarcótica), según el cable diplomático 03GUATEMALA2371.
En otro cable, también de septiembre de 2003, 03GUATEMALA2331, Hamilton dijo que Portillo le confió que esperaba un reporte de inteligencia militar que revelaría cómo casi todos los partidos políticos reciben contribuciones del narcotráfico. Era año electoral. Siete años después, Portillo sería capturado por lavado de dinero a solicitud de una corte en Nueva York.
Poder a control remoto
Lorenzana Lima daba órdenes, pero creía en delegar el trabajo y los riesgos. El Testigo Dos declaró que Lorenzana Lima decidía qué pista de aterrizaje usar en qué finca, dependiendo de la cercanía de autoridades militares o la policía, el horario de aterrizaje y cambios a última hora, para evitar un encuentro no planificado con los uniformados. “Si había algo que arreglar con las autoridades, él decía, ‘déjemelo a mí’”, reveló el testigo.
El padre se cuidaba de estar ausente en todas las entregas de cargamentos de cocaína, pero no faltaba a los almuerzos en casa de uno de los hijos, justo después de las entregas, según el Testigo Tres. Este testigo sospechaba que en esas reuniones se repartían el dinero que él le pagaba al hijo a quien entregaba la carga. Del hijo se esperaba que entregara una cuota al padre. El Testigo Tres hacía los pagos en nombre del Testigo Dos, a quien le cobraban 11% del costo de la droga por el transporte terrestre, la seguridad y el uso de las pistas (en otros casos cobraba el 3% o 4% de la carga como pago). Recibían US$1 millón por cada mil kilos traficados.
La mayoría del dinero paraba en manos del padre. El Departamento de Justicia registra en el expediente que Lorenzana Lima, aunque delegó el trabajo en los hijos, tomaba un gran porcentaje de las ganancias.
El documento 473 del expediente revela que Lorenzana Lima y sus coconspiradores “pagaron a oficiales de gobiernos extranjeros para proveer información a su organización de narcotráfico, para evitar la detección de las autoridades, interferencia con el movimiento de la cocaína, y también para sacar a coconspiradores de la cárcel”. El Departamento de Justicia estima que mantener esta organización multinacional funcionando exitosamente durante tanto tiempo debió requerir grandes sumas de dinero. Además concluye que “los sobornos (que Lorenzana Lima pagó), como cabeza de una poderosa organización de narcotráfico, probablemente contribuyeron a la plaga actual de corrupción en el sector público en Guatemala”.
No por nada, cuando Lorenzana Lima estaba en bonanza a principios de la década pasada, se desplomó el decomiso anual de 1999 de 10 mil kilos a 1,517 en 2000. Era el primer año del gobierno de Portillo. Estas cifras llevaron a EE.UU. a descertificar a Guatemala por su falta de cooperación en la lucha contra el narcotráfico. Esta administración se destacó por el cambio constante de directores de la Policía Nacional Civil, y el hallazgo de que algunos miembros de la entonces policía antinarcótica habían saqueado la bodega donde se almacenaba la cocaína decomisada.
Más de 10 años después, el Departamento de Justicia de EE.UU. hablaría del narcotráfico como “una fuerza muy desestabilizadora que genera corrupción en países de la región, que carecen de instituciones de seguridad fuertes para combatirla, como en Guatemala y México”. Por algo Lorenzana Lima se creía intocable, aunque trataba de no alardear de su ocupación afuera de su círculo inmediato, según el Testigo Tres. Aun así, fue incapaz de intuir que las cosas podían cambiar de un momento a otro. “(Ustedes) hagan lo que chingados quieran, porque aquí no va a pasar nada”, le escuchó decir el Testigo Tres en una reunión. El testigo decía que Lorenzana Lima se creía dueño del pueblo y la gente (La Reforma, Zacapa). Actuaba con impunidad, y anunciaba que era amigo de policías y militares. Pero quienes le desafiaron estaban en su propia casa.
Ni las cuentas cabales, ni el chocolate espeso
Al negociar los precios para usar las pistas de aterrizaje, sus servicios de transporte y almacenaje, Haroldo, Eliú y Waldemar (hijo) casi siempre decían al Testigo Dos que una gran porción iba para el padre. Desde mediados de los años 90, recibían 25 kilos de cocaína por cada aterrizaje que permitían. Al vender la droga, reunían hasta US$150 mil (droga que vendían a clientes locales entre 1999 y 2003). Pero Haroldo y Eliú le dijeron al Testigo Dos que el padre les entregaba sólo entre US$15 mil y US$20 mil, y se quedaba con el resto. A los hermanos no debió gustarles el arreglo porque le pedían al Testigo Dos que les pagara tarde, y les entregara la plata sin el padre presente. “No nos pague ahora porque el viejo va a agarrar una parte”, le decían.
El Testigo Dos dijo que Haroldo y Elio le pagaban cuotas mayores al padre cuando éste descubría que, sin previo acuerdo con él, los hijos habían recibido cocaína del testigo para no pagarle una parte de las ganancias. Haroldo hasta le pedía que no le dijera a su padre cuándo aterrizaban aviones más grandes de lo usual, porque al saber que la carga era mayor, el padre esperaría una comisión mayor.
En 2002, Lorenzana Lima tenía tanto dinero que le pidió consejo al Testigo Dos acerca de cómo invertirlo. Parte de sus ganancias acabaron en plantaciones de limón, ganado y bienes raíces, y su famosa melonera. De las ganancias también estaba muy enterado el Testigo Tres porque les manejaba los libros de la contabilidad para llevar un registro de las ventas de la droga en Guatemala. Además, coordinaba las reuniones para recibir los cargamentos de cocaína en Zacapa y entregaba el pago de las ganancias. En ocasiones, debía llevar el dinero a la capital. También entregaba cocaína por dinero a los clientes del Testigo Dos, después de recibir su visto bueno.
Por eso, al Testigo Tres también le constaba que los hijos le jugaban la vuelta al padre. O al menos intentaban hacerlo. Cerca del año 2000, los hermanos Lorenzana Cordón le pidieron 100 kilos de cocaína fiados, a espaldas del padre. El testigo se negó. No era ningún bobo, y sólo entregaba mercadería al crédito con autorización del Testigo Dos. Los hermanos le insistieron hasta tres veces, sin resultados. Los hijos de Lorenzana Lima estaban furiosos, pero se cobraron la negativa difamando al Testigo Tres con el padre. Tan intenso fue el engaño que, en una reunión en La Reforma (Zacapa), otros socios escucharon que Lorenzana Lima quería liquidar al Testigo Tres. Después de confrontarlo con información de los socios, el Testigo Dos consiguió que Lorenzana Lima admitiera que era cierto. Sí quería matar al Testigo Tres porque estaba “enojado con él”, pero desistió del plan.
Según el expediente, el Departamento de Justicia está convencido de que los enfados de Lorenzana Lima eran letales. Decían tener evidencia de que en 2005 o 2006, él ordenó el asesinato de un colombiano radicado en Guatemala, conocido sólo como Carlitos. Durante dos años, Carlitos fue intermediario entre los colombianos, Lorenzana Lima y los mexicanos. Pero quiso ofrecerle un mejor precio a los mexicanos, y sacar una ganancia, transportando la coca de Colombia a México y cortando de la línea de transporte a Lorenzana Lima, quien no se cruzó de brazos. EE.UU. asegura tener evidencias de que Lorenzana Lima le robó entre 12 y 13 toneladas de coca a Carlitos y ordenó su asesinato. Y de Carlitos no se volvió a saber más. Le creen fallecido.
El Departamento de Justicia también asegura tener evidencia de que Lorenzana Lima, después de su captura en Guatemala en abril de 2011 (con fines de extradición a EE.UU.), “hizo esfuerzos infructuosos para pagarle a oficiales del gobierno guatemalteco (administración de Álvaro Colom, para entonces) para que lo liberaran”. Por su parte, los hijos Ovaldino y Marta Julia organizaron conferencias de prensa, y se quejaron con la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado respecto al supuesto maltrato y abuso que el padre sufría. El único que habló fue Ovaldino, que todavía no era requerido por EE.UU. Pero ya no había vuelta de hoja. En noviembre de 2011 cayó Eliú, y dos años más tarde, caería Waldemar hijo. Ello, sin que el decomiso anual de cocaína recuperara los niveles de finales de los años 90.
El “yo no fui”
En julio de 2014, Lorenzana Lima ya había leído las declaraciones de los tres testigos que le contaban la versión de su vida a la División Criminal del Departamento de Justicia. Ese mes, el padre decidió responder a sus relatos antes de declararse culpable.
Redactado por sus abogados, pero citando las reacciones de su cliente, el documento número 483 del expediente descalifica las declaraciones de los testigos. Su argumento principal: que se trataba de “grandes generalizaciones” sin evidencias, que le impiden a Lorenzana Lima defenderse.
Lorenzana Lima parecía enardecido porque le implicaban en el asesinato de Carlitos y el robo de la cocaína. La defensa argumentó que era imposible probar las falsas acusaciones de los testigos, e instó a la corte a no otorgar validez a sus declaraciones ni considerarlas como hechos. “Esta acusación inflamatoria se hizo sin proveer reportes de la hora y lugar del asesinato, o la identidad del fallecido”, señaló. “Entonces no se puede investigar si el hecho en realidad sucedió, o es producto de la imaginación de un testigo”. También alegó que los testigos dieron “información de conocimiento público” y podrían haberse referido a cualquier otra organización de narcotráfico.
Asimismo, reclaman que los relatos de los sobornos a la policía son irrelevantes. Del señalamiento contra Lorenzana Lima por lavado de dinero, dicen que carece de una significativa descripción de las propiedades, cuentas bancarias y métodos que supuestamente utilizó para lavar el dinero, y que no hay documentos disponibles que respalden esa acusación. La respuesta de Lorenzana Lima no aborda las diferencias por el cobro de las ganancias entre él y sus hijos.
Pero el problema para Lorenzana Lima era que varios de los hechos que se le atribuyen fueron relatados por al menos otros cinco procesados en el caso, que fueron condenados por la misma corte. Estos son precedentes que respaldan otras sentencias. Aun así, los abogados insistían en que su cliente “no puede defenderse de insinuaciones ambiguas apoyadas por más ambigüedades, en lugar de evidencia competente”.
Mea culpa, pero…
El 18 de agosto de 2014, la jueza Kollar-Kotelly insistía en escuchar de viva voz de Lorenzana Lima si estaba de acuerdo con los hechos que aceptó por escrito, en su declaración de culpabilidad, y si le constaba que la cocaína sería enviada a EE.UU. De entrada, Lorenzana Lima comenzó mal.
“¿A dónde enviaban las drogas? Yo no sabía”, dijo Lorenzana Lima, por medio de un intérprete. “Lo que yo… por eso yo me estaba declarando culpable, porque uno de mis hijos estaba trabajando con Otto y Guillermo Herrera, y su nombre es Valdemar” (sic). Este fue el único hijo cuyo nombre mencionó ese día, aunque luego uno de sus abogados dijo que su cliente admitió que “miembros de su familia” trataron con Otto Herrera y otros en Guatemala.
“Me declaro culpable porque me siento culpable de esto”, expresó el procesado. “Para cuando lo supe, todo había sucedido, y los Herreras ya estaban en la cárcel”. Se desconoce a qué etapa se refiere Lorenzana Lima porque Guillermo Herrera aparece excarcelado en EE.UU. en 2003, Otto Herrera fue encarcelado en México entre 2004 y 2005 y, después de fugarse, fue recapturado y encarcelado en Colombia en junio de 2007, llevado a EE.UU. en 2008 y excarcelado en 2013. El Departamento de Justicia ubica a Lorenzana Lima como líder de una organización que funcionó hasta por lo menos noviembre de 2007. Sin embargo, la familia todavía operaba en 2009, cuando el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de EE.UU. vinculó a los Lorenzana al trasiego ilegal de armas de fuego de ese país hacia Guatemala.
La jueza quiso saber si Lorenzana Lima autorizó a su hijo a actuar en nombre suyo para trasegar la cocaína. El procesado dijo que las propiedades donde ocurrieron las operaciones de narcotráfico las entregó a sus hijos desde 2000 porque estaba enfermo, y que en 2006 le hicieron una cirugía del corazón. “(Mis hijos) no tenían que pedirme permiso o tener mi autorización (para nada)”, aclaró Lorenzana Lima. “Yo desconocía qué estaban haciendo. Me estoy declarando culpable porque lo que ya está hecho no se puede deshacer, y las propiedades estaban, de hecho, a mi nombre”. La jueza estaba perpleja.
—Usted admitió ser parte de la conspiración, pero después parece decir que cedió su propiedad a alguien más y no tuvo nada que ver con eso, y no supo al respecto hasta después. Entonces, ¿cuál de las dos cosas es (cierta)? ¿Qué sabía usted acerca de Otto Herrera y el grupo Herrera y cuánto hacían? —insistió la jueza.
—Que ellos estaban trabajando con drogas y las vendían a los mexicanos. Eso es lo que sabía —respondió un tembloroso Lorenzana Lima.
Pero después de una pausa que uno de sus abogados solicitó, agregó algo nuevo:
—Entonces por eso me declaro culpable, ¿sabe? Yo sabía que ellos estaban usando las propiedades para (almacenar) drogas. Pero no sabía más porque estuve enfermo durante seis años —ahora admitía que sabía del almacenaje.
—¿Usted sabía que los mexicanos enviaban la droga a los EE.UU.? —siguió la jueza.
—No. Yo no sabía nada —reiteró Lorenzana Lima— Lo único que me dio alguna razón para sospechar fue el hecho de que manejaban dólares, ¿sabe? O sea, dólares sólo hay… Estados Unidos los tiene.
Pero Lorenzana Lima no podía aceptar unos cargos y otros no. Al final cedió y aceptó como ciertos una lista de hechos que la jueza le leyó: que era dueño de propiedades en Guatemala, que le permitió a su hijo usar la propiedad, y que sabía que su hijo y los Herreras usaban esa propiedad para almacenar cocaína, que los Herrera trataban con los mexicanos, y le pagaban en dólares a su hijo, lo que significaba que el dinero venía de los EE.UU.
—Está bien señor Waldemar Lorenzana, ¿cómo se declara en relación con la conspiración para importar 500 gramos o más de cocaína a los Estados Unidos y de distribuir 500 gramos o más de cocaína, con la intención y sabiendo que serían ilegalmente importados a los Estados Unidos? ¿Culpable o no culpable? —le preguntó finalmente la jueza, ya conforme.
—Me declaro culpable y pido perdón a todos ustedes, —dijo Lorenzana Lima. Era todo lo que el Departamento de Justicia quería escuchar.
Ahora, el resultado de la evaluación psicológica determinará cuánto daño le pueden hacer las declaraciones de los testigos a los Lorenzana, y si pagarse entre sí con la moneda de la traición les hunde de la misma forma como se iniciaron en el negocio: en familia.
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