De monumentos y violencias

No es ni particularmente bello ni particularmente horrendo. A juzgar por el estado en que está, pareciera que a nadie le importara mucho. Diría que a mí tampoco si no fuera porque encuentro cierto gusto en tocar libros en braille.

Leí que, cuando fue fundada, la mayoría de los títulos con los que contaba eran de moral y religión, temas que hasta hoy, aparentemente, le siguen interesando muchísimo a la gente en este país. Todos los días, temprano en la mañana, lavan las banquetas y algunas paredes alrededor de la biblioteca, ya que todos los días amanece llena de orines y heces de los indigentes que deambulan cerca y que, además, duermen en la banqueta del edificio de al lado. Por más agua que le echen, la biblioteca apesta, pero pareciera que a nadie le importa mucho. Diría que a mí tampoco si no fuera porque tengo que aguantar un poquito la respiración cuando entro o paso demasiado cerca.

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Un día, dentro de la biblioteca, alguien me contó la historia de una comunidad en la cual las mujeres sufrían mucho a causa de la violencia y morían en manos de los hombres. Llegó un punto en el que su desesperación fue tal que decidieron no darles más hijos varones a los hombres, así que, aunque ellos seguían violándolas, cada vez que nacía un varón ellas lo mataban. Cuando los hombres se dieron cuenta de lo que las mujeres estaban haciendo e intentaron detenerlas, ellas les dijeron: «No les vamos a dar más hijos hombres hasta que seamos libres».

Pensé en lo violento que podría resultar esta historia para algunas personas, sobre todo para quienes se interesarían en títulos de moral y religión si fuesen a la biblioteca, pero, claro, quién va a querer ir si tiene goteras, las puertas de los baños no sirven, los libros están rayados, las páginas de los periódicos de la hemeroteca están arrancadas, las paredes de afuera y algunas de adentro están manchadas y la entrada casi siempre está llena de basura. Pareciera que a nadie le importara mucho. Diría que a mí tampoco, pero pienso que, últimamente, para que a alguien le importe un edificio público, cualquier pared en la calle o un monumento, estos tienen que haber sido manchados por las feministas. Pero llegamos a un punto en el que nuestra desesperación es tal que decidimos que no vamos a darles más paredes limpias, no vamos a darles más monumentos impecables, no vamos a darles más silencio, no vamos a darles más comodidad, no vamos a darles perdón por todas las que han muerto en sus manos, no vamos a darles más paz mientras nosotras vivamos con miedo. No vamos a darles nada hasta que seamos libres.