A las nueve de la mañana, el centro estaba repleto de niños y niñas menores de 5 años. Ahí, en la entrada, en el área de espera, les toman el peso y la talla. No hay infraestructura para atenderles en un lugar más apropiado, me cuentan, y ¡tampoco hay pediatra!
Si el pequeño paciente (¿paciente viene de paciencia?) presenta algún signo de desnutrición infantil, entonces pasará a otra cola, para un examen más minucioso. Le cuento que los centros de salud pueden extender recetas para algunos micronutrientes, pero no siempre hay. Así es que si alguien necesita algo, no tiene la certeza de saber que, al finalizar la cola respectiva, lo recibirá o si quedará en lista de espera para otro momento.
Conversando con el personal, enfermeras, médicas y equipo de apoyo, he encontrado en ellas a personas con una capacidad de lucha casi inexplicable. A estas alturas del año, a algunos miembros del personal por contrato, no les han pagado ni el mes de enero; aún así, con sus recursos han arreglado un escritorio para convertirlo en un vestidor para los niños que atienden. Evidentemente, no se dan abasto con la demanda de atención. Solo tomar bien el peso y talla y llenar los controles requiere unos 25 minutos. A esto agreguemos que hay que salir a la calle para dar seguimiento a los casos de desnutrición y problemas sanitarios que podrían derivar en epidemias. Poco se hace para atender enfermedades crónicas.
La enfermera del distrito de salud nos cuenta que por la noche se dedica a pasar las estadísticas del día a una hoja de Excel, que después se traslada al nivel central y aunque quisiera detenerse a platicar más con las madres de los niños, la carencia de personal impide un trato con más detalles de los indispensables.
Ante la escasez ―de personal y de insumos, pero no de voluntad― han agregado a sus tareas, la visita cotidiana al Alcalde y a las empresas del lugar. El resultado en el caso del primer visitado, han sido promesas. En el caso de los segundos, el resultado ha sido un poco de detergente, cloro, unos toneles (que usan para guardar agua) y algún material médico.
Sobre la planificación, igual que en educación y en casi todos los sectores (exceptuando el militar), el centro de salud siempre recibe mucho menores recursos de los que demanda con base en sus estadísticas. Acostumbrados los presupuestos de este país a hacerse para la sobrevivencia y no para el desarrollo, el presupuesto actual del Ministerio de Salud se ajusta muy poco a las necesidades palpables de la sociedad.
Si a esto agregamos sobrevaloraciones de precios, trámites burocráticos necesarios, pero excesivamente lentos en el nivel central, falta de personal e incumplimientos de las normas más básicas de respeto a los compromisos salariales y de dignificación con los salubristas, lo que tenemos aquí es el camino llano para el fracaso de programas como Hambre Cero, la ventana de los mil días y el de prevención y control de la desnutrición. ¡Por más anuncios publicitarios que le hagan!
¡No importa cuántos volcanes se suban; no importa cuántos fines de semana se pasen conviviendo con los más pobres! ¡Si no cambiamos la realidad del sistema público de salud, poco podremos evitar las muertes de niños y mujeres que impunemente se propician por falta de recursos y gestión!
Los verdaderos héroes del sistema de salud, están ahí. ¡Vaya y conózcalos, escuche sus reclamos! Ellos, los salubristas tienen las respuestas claras, desde el campo de batalla, sobre lo que se podría hacer para contar con una atención más efectiva de la salud de todos los ciudadanos.
Los medios de comunicación han gastado tanto tiempo exigiendo el finiquito al Ministro de Salud; yo preferiría que le exigiéramos resultados. ¡Seamos más atrevidos! Exijamos a los diputados, al Presidente y a sus ministros que sean atendidos junto con sus cónyuges, padres, hijos y nietos únicamente en los servicios de salud pública. ¡Nada de chequeos en el exterior! Exijámosles que envíen a sus hijos al sistema público de educación. Me temo que solo así, cuando planifiquen desde el conocimiento en carne propia, podrán hacerlo alejándose de la idea de caridad y miseria con la que hasta hoy se han diseñado los bienes públicos. Bueno, ¿confiaría usted en un chef que no prueba la comida que elabora?
Más de este autor