La resiliencia social ante desastres suele ser el concepto aspiracional por excelencia, que promueve la individualización del riesgo e invierte la problematización de la vulnerabilidad para dar paso a ideas motivadoras y despolitizadas. En otras palabras, la resiliencia es un discurso neoliberal por excelencia, uno de sálvese quien pueda y de invisibilización del Estado por varias razones, la más importante de ellas la creación de una ficción de capacidades que se quedan por lo regular en la organización comunitaria, sin cuestionar los problemas estructurales generadores de riesgo.
Abundan los proyectos que han sustituido el desarrollo de capacidades, que al menos era medianamente estructurado, y en su lugar se ha puesto la resiliencia como orientador apolítico y desproblematizador. Esto, desde el estudio crítico del discurso, no es poca cosa. Es una operación que se construye con conceptos que sustituyen la narrativa que en el pasado problematizaba la vulnerabilidad.
En plena pandemia, cuando los paradigmas neoliberales se debilitan y el mercado es incapaz de generar soluciones, parece que también hubo una pausa o silencio coincidente para la resiliencia. Si ponen atención, especialmente quienes trabajan en la gestión de riesgos, no se escucha el término. Y si aparece es por reflejo de proyectos y documentos del 2019. En su lugar parece resurgir el imaginario liberal del Estado benefactor (por cierto, es al Estado al que hace referencia la CPRG).
Desde la subdisciplina de la gestión de riesgos, es inevitable matizar que esta pandemia ha desplazado el paradigma social del riesgo hacia la salud. Y eso es bueno. Es decir, la sociedad debería debatir intensamente sobre la salud como derecho, incluso como negocio, pero inevitablemente como una función ineluctable del Estado.
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A propósito, conviene recordar que en décadas pasadas la gestión de riesgos le dio la espalda a la salud, entre otras razones por la siguiente: la gestión de riesgos, en sentido amplio, se desarrolla en atención a las políticas públicas y a los financiamientos global y local, que se han orientado a fortalecer la respuesta ante eventos desencadenados por determinados fenómenos naturales. En ese marco, las políticas neoliberales se han encaminado a desmontar lo que quedaba de los sistemas de salud y a construir un imaginario de resiliencia e individualismo donde lo público se transforma impunemente en negocio.
En la actualidad, el enemigo de la gente sigue siendo el neoliberalismo, que destruyó los sistemas de salud que funcionaban bien. Y en países como Guatemala se paralizó la inversión, lo cual nos dejó con capacidades para la población de 1970, que de por sí ya eran insuficientes. No lo olvidemos cuando nos quieran vender de nuevo la idea de que el Estado debe ser débil y los negocios fuertes. No olvidemos que no hay resiliencia que valga sin una base material. Y en temas de salud, esa base solo la puede generar un Estado financiado con impuestos.
Finalmente, creo que debemos esperar nuevas oleadas de ideas anticientíficas que, según percibo, contribuirán a proteger el imaginario neoliberal durante algún tiempo, ya que distraen a la gente de los problemas de fondo. La idea, creo yo, es combatir la razón, la ciencia y el pensamiento crítico para posicionar en su lugar el pensamiento mágico y el egoísmo y proteger los intereses de las élites globales y locales.
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