El ejercicio de identificar las voces de los visitantes se convierte en una forma de diálogo: ellos dicen, yo escucho sin pretender traducirlos. Por las tardes, un saltapared registra la enredadera. Cuando el sol está por caer, una pareja de gorriones revuelve las hojas secas y dispersa minúsculas piedras pómez. Esta semana, un cenzontle se animó a ir más allá del árbol de mango y a murmurar un rato entre los lirios que me heredó mi abuelo, aún sin flor. El canto del Dives dives acompaña todos los amaneceres y las tardes en las que la lluvia amenaza sin presentarse. Otros cantos y llamadas permanecen anónimos, se cuidan cual secreto (el secreto también puede ser una forma de resistencia, susurra Derrida). La pareja de tángara azuleja que hace ya varios días pasó una tarde en el aguacate ya no volvió. La cámara se quedó a la espera al lado de la ventana, a la expectativa de una mejor captura.
Las expectativas que el inicio de año trajo se fueron difuminando. Las preguntas se van acumulado y poniendo creativas. ¿Cómo habría sido si todo hubiera continuado como estaba planeado? ¿Y si ese futuro imaginado de manera tan clara no se hubiera interrumpido? Imagino que en una dimensión paralela estoy madrugando para asistir al trabajo que nunca fue, a encontrarme con personas que probablemente ya nunca conozca, a ocupar un espacio de parqueo que no será mío. ¿Cómo se mira esa otra yo inmersa en su rutina? ¿Es capaz de estar a la altura de sus nuevas exigencias y compromisos? ¿Quién es esa otra yo que nunca tuvo tiempo de leer lo que estoy leyendo, de pensar por horas en su propio cuerpo y en sus muertes? ¿Qué le espera a aquella que no concibió las ideas para nuevos collages una tarde viendo los pájaros desde la ventana con una novela de Poniatowska entre las manos? El yo es siempre un fantasma. Quien habla de sí mismo construye una idea, inventa una historia, acuña una narrativa y un paisaje donde ambientarlo. La memoria es el intento de traducir una secuencia de imágenes borrosas, y su interpretación conlleva una fabulación guiada por la necesidad de sentido —lo que hemos sentido cuando se nombra—. El futuro también está habitado por fantasmas.
[frasepzp1]
¿Es posible concebir el tiempo y el espacio de otras maneras, como alternativa para superar el reclamo del pasado y sus trampas, para dejar atrás el futuro, como lo conocemos? La noción lineal del tiempo no permite las interrupciones, no le da cabida a la inestabilidad. Habría que buscar maneras para dejar de ser, no volver a ser, como sujetos, una línea unívoca, universal. Concebirnos desde nuestra localización no como identidad, sino como ensamblajes capaces de vivir sin tensiones ni oposiciones, sin la totalización de una lógica con pretensiones de ordenarlo todo. La desfamiliarización como guía.
Las clases en línea me han obligado a dejar entrar a alrededor de 20 desconocidos a la intimidad de la salita donde pinto y escribo —al lado del router para tener mejor señal—. «La intimidad de los extraños», anota Haraway. La invasión genera emociones contradictorias. Son momentos para hablar —y oírse a una misma hablar— y son intercambios, aun en su artificialidad, que se valoran. Son, sobre todo, rostros. Rostros que demandan respuestas, atención, guías, espacios para salir de su propio encierro —cada uno tan distinto—. «El rostro es aquello para lo que no hay palabras que puedan funcionar», recuerda Butler, y Levinas agrega: «El plus que lo social tiene sobre toda soledad». La pantalla constituye hoy la única manera de vernos el rostro —como instante mágico— y aun así no nos vemos. Las banderas blancas se han ido acumulando en las calles conforme pasan los días. El rostro del hambre se esconde detrás de la protección creando una extraña aporía. ¿Dónde han quedado los rostros cuando el dolor no se vocaliza?
Más de este autor