Tal ha sido la cantidad de plata recibida que en mayo del año pasado casi se cerró la brecha fiscal con el monto del pago de una sola empresa. El depósito fue inmediato a la cuenta del fondo común en el Banco de Guatemala. Así, el Ministerio de Finanzas (Minfín) pudo y puede hacer uso de ese dinero de manera inmediata.
Constantemente vemos también en las noticias los decomisos de dólares, quetzales y otros dineros que se les hace a ciertos segmentos del crimen organizado. Tanto la información de los reporteros como las fotografías son muy elocuentes. Ni qué decir de los decomisos de droga y bienes al narcotráfico. Tanto así que en el año 2011 se notició que las incautaciones de droga equivalían al 30 % de la deuda pública. Ignoro cuál sería el equivalente el día de hoy.
¿Y los bienes que se han incautado a través de la figura de extinción de dominio? Pocos no son. Se dijo mucho de ciertos aguacates que, creo, al final se regalaron o se pudrieron, pero ¿alguien sabe algo sobre la finca y su utillaje?
Y con las preguntas anteriores nacen otras, producto de un proceso de contraste. Son dramáticas y pareciera que solo pueden tener cabida en esta Guatemala nuestra, sin Estado y sin rumbo. Por ejemplo, ¿el dilecto lector ha recorrido recientemente la carretera entre Quetzaltenango y Huehuetenango y otras que por falta de mantenimiento se han vuelto de aventura extrema en el país? ¿Ha entrado en los últimos días a los hospitales departamentales, donde los médicos se baten contra las enfermedades sin materiales ni equipos adecuados? ¿Ha visitado ciertas escuelas rurales donde las clases se imparten en remedos de edificios que llaman al desaliento y a la depresión?
Pero hay algo de lo cual sí estamos seguros. Todos sabemos que muchos estamentos públicos están tomados por la corrupción, esa ya no tan velada descomposición por la cual apresan a alguien con las manos en la masa, lo meten a la cárcel unos cuantos meses (que pueden convertirse en una poca cantidad de años) y luego él sale mondo y lirondo, sin haber devuelto lo robado, bajo la premisa: «La vergüenza pasa, pero el pisto se queda en mi casa».
Por todo ello pregunto: ¿dónde está el dinero?
El cuestionamiento cabe porque la perfidia la tenemos por todos lados. Esa perfidia que nos rodea, nos ahoga, nos mata. Imagínense ustedes. Ahora ya se dice sotto voce que la fórmula utilizada para limpiar el lago de Amatitlán era y es correcta (me refiero al affaire Baldetti y compañía no limitada). Semejante majadería solo puede encarnar un síntoma y quizá un signo de la próxima jugada de la infamia.
Ciertamente no se puede prejuzgar en cuanto a si el dinero recaudado bajo las condiciones reseñadas ha sido mal utilizado. Empero, sí podemos exigir como ciudadanos saber sus destinos, conocer en qué se ha invertido, cómo se ha manejado y a quiénes se ha favorecido. Créanme los responsables que nos daría mucha tranquilidad.
Entiéndase. No se trata de provocar polémicas insulsas. Se trata de la inaceptabilidad con relación a que muchos hermanos guatemaltecos estén muriendo de hambre o por falta de atención hospitalaria y a que, aunado como yugo, una gran mayoría está condenada al anonimato porque ni siquiera un simple documento de identificación personal se puede conseguir con la debida celeridad. En tanto, mucho dinero se recaba, se decomisa o se recauda (o como se le quiera llamar al procedimiento de obtenerlo).
Por ello machaco: ¿dónde está el dinero?
Si usted lo sabe, estimado lector, por favor cuéntenoslo.
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