«… sin vacuna ni tratamiento. Que no mata tanto como temíamos, pero se propaga mucho más de lo esperado», decía el titular. El artículo que ojeo trata sobre el duelo a partir de la muerte de un cercano a causa del covid-19. Sin embargo, no estoy segura de si las indicaciones se ampliaban a otros ámbitos que no implicaran el virus: la ultraderecha, la estupidez humana o el amor, por ejemplo. En todos y cada uno de esos casos no hay vacuna y no hay inmunidad que valga: el amor (correspondido o no), la estupidez (tanto la propia como la ajena) y la muerte son ineludibles. Y digo ineludibles porque el abandono (sea por ruptura, quemada de rancho, despido o calavera) deja siempre llanto, reclamos y sinsabores. Pero aun así tenemos derecho a despedirnos, ¿no?
Dos muertes cercanas a causa del coronavirus, la violenta acción con la que se despidió de mi vida el último novio que tuve, una renuncia obligada y la certeza de que mi corazón no volverá a amar con la misma libertad de antes resultaron ser más mortales para mi alma que cualquier pandemia. Y, sí, este 2020 me recordó que el corazón es un músculo, de esos que duelen por el exceso de ejercicio. La Kübler-Ross no me dejará mentir: toda muerte (física o emocional) implica duelo e implica transiciones angustiosas. El tiempo que compartíamos con esa persona amada ahora lo emplearemos en sanar (o en extrañar). La certeza de un sueldo mensual que ya no vendrá y todos los sueños que se postergan por esto. El miedo que se mitigaba con ese abrazo cercano permanece sin alivio a causa del distanciamiento. Pasa así con las rupturas: nos sabemos solos ante esta vida tan mierda y tan incierta. Como dice la magnífica canción: «No cabe duda. Es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor». Y dejar ir duele más que permanecer donde ya no es tu lugar.
Tocará despedirnos del 2020 sin velatorio ni funeral. Con la poca dignidad que aún guardemos entre pecho y espalda. Con los recuerdos, los remordimientos, las pocas certezas y las olorosas coronas de flores sobre la tumba recién cerrada.
[frasepzp1]
Catatonía o estreñimiento emocional. Han sido nueve meses ya. Será la negación (como neurótico mecanismo de defensa), pero he de confesar que me ha sido difícil procesar tanto y hacerlo tan rápido. He estado anhelando un reencuentro conmigo misma mucho más que las Pandora en su famosa canción (y, de ser posible, encontrarme un poco más flaca). Y es que este anhelante corazón pide (exige) sonrisas restauradas, besos nuevos, triunfos renovados. Pide (exige) señales de vida que aniquilen el encierro y el distanciamiento. En este contexto, viva es lo último que me siento, considerando que estamos en medio de una alarmante crisis sanitaria que genera una enorme crisis política y económica que empeora la eterna crisis social que nos tiene en agonía desde hace tanto. Esta señora necia que soy quiere sentirse viva mientras nada en un caldo de mierda agitado por la mismísima calaca. Esta señora necia que soy pide, pues, peras al olmo.
Es hoy el primer día de diciembre, y la lección que este año trajo —más que nunca— se me hace obvia: así como la vida termina como si nada, como si nada también empieza.
Y digo termina porque una forzada carta de renuncia o las recién emitidas actas de defunción así lo dictan. Y digo empieza porque el calendario y las flores con sus retoños verdes verdes verdes así lo anuncian.
Para explicar mi sentir, una analogía de lo más burda: murió Maradona, pero la chamusca sigue. Extrañamente, me siento en paz con este año y con sus enormes cambios, irreparables pérdidas y entrañables encuentros. Una de cal y una de arena: empate.
El marcador final podría resultar controversial, tanto como la mano de Dios en tiempos extra, pero el 2020 probablemente será el mejor año de mi vida. Y lo digo porque durante esta vuelta al Sol me he visto obligada a superar un reto tras otro, me he forzado al crecimiento exponencial porque no queda más que eso. Este 2020 me ha demostrado que me adapto al hostil entorno mejor que los más rastreros reptiles darwinianos y que —muy a pesar de todo— sobreviví.
(Continuará).
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