Siempre los abogados intentarán hacer referencia a ordenamientos jurídicos y los médicos ver su ambiente laboral como un órgano vivo. Todo parece indicar que el actual presidente de Guatemala no puede evitar disfrazarse de lo que le plazca y hacer de eso una mofa.
Esta podría ser la explicación más sencilla a su atrevida decisión de vestirse con traje de campaña militar para asistir a una actividad que nada tenía que ver con el Ejército y de ni siquiera exigir ropas de tarea. Pero el presidente quería verse y sentirse comandante, jefe de jefes, superior a los superiores, y optó por lucir más estrellas que la constelación usada por los generales de brigada. Sus subalternos, por intereses económicos nada claros, optaron por renunciar a su calidad de soldados profesionales y se prestaron a escenificar, como actores de reparto, la comedia bufa que su jefe había diseñado para ellos.
Pero el evento tiene implicaciones políticas que también deben ser tomadas en cuenta. Desde que se aprobó la nueva Constitución Política en 1985, se estableció con claridad que el poder militar debe estar supeditado directa y absolutamente al poder civil (artículo 182 reformado). El presidente de la república es comandante general del Ejército porque de esa manera se supeditan todas las estructuras militares al poder civil. No hay, pues, ninguna estrella que lo identifique, mucho menos la posibilidad de vestir en un acto público ropas militares. «[El presidente] impartirá sus órdenes por conducto del oficial general, coronel o su equivalente en la Marina de Guerra que desempeñe el cargo de ministro de la Defensa Nacional», establece claramente el artículo 246 de esa Carta Magna, en una clara alusión a la supeditación del poder militar al civil.
Es por esa supremacía de lo civil sobre los militares que se les impide a estos participar en actividades partidarias. Deben estar en situación de retiro, lo que significa que deben ser unos civiles más. Los uniformes no son vestimentas de uso voluntario y arbitrario, a no ser, insistimos, que sean el disfraz de un actor para imitar a quienes lo usan en sus labores.
Jimmy Morales parece no entender nada de eso, por lo que bien puede suceder que, cuando se reúna con funcionarios del Ministerio de Energía y Minas, lo veamos ataviado de electricista y que, cuando lo haga con funcionarios del de Agricultura, vuelva a usar sus raídos disfraces con los que ridiculizó a indígenas y a campesinos. El actual presidente no entiende aún que él es un civil y que el poder militar debe supeditarse a aquel.
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Pero, si lo del uniforme militar puede verse como un simple no entender los dispositivos constitucionales, como una manifestación más de la incapacidad del gobernante de alejarse de su profesión de cómico de chistes baratos, también debe considerarse como la abusiva disposición a manipular a su sabor y antojo las instituciones públicas, con lo cual nos envía a todos los ciudadanos el aviso de que no solo aprueba y aplaude las prácticas autoritarias, violentas, antidemocráticas y criminales de la oficialidad en retiro que lo rodea y halaga, sino que está en la total disposición de convertirse en uno más de nuestros verdugos.
El asesinato de líderes comunitarios, en su mayoría dirigentes locales del recién creado partido político Movimiento de Liberación de los Pueblos (MLP), puede ser la manifestación más clara de esa disposición presidencial a no solo imitar a los militares en el vestir, sino a seguir las prácticas nefastas de los oficiales corruptos de las décadas pasadas.
Y eso ya no es un chiste, sino el síntoma de la degeneración política del presidente y de sus secuaces. El asesinato de la joven enfermera y lideresa ixil de Nebaj Juana Raymundo es el último de esos execrables crímenes por los que el Gobierno ni siquiera ha manifestado pesar y mucho menos ha anunciado que los órganos de inteligencia y seguridad del Estado trabajan intensamente para dar con los hechores materiales e intelectuales.
Morales parece haber traspasado los límites de la descomposición política consintiendo que los poderes más nefastos asesinen a activistas sociales y políticos. Su vestimenta parece definida para indicarnos que ha entrado en guerra contra la democracia y que está dispuesto a arrasar tierras y pueblos con tal de mantenerse en la impunidad e imponer de nuevo la dictadura de los cuarteles. De nosotros depende que lo consiga o no.
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