El discurso dominante de muchos políticos que están en campaña en la actualidad es la de combatir la corrupción, tal como hicieron en el pasado los gobernantes Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, entre otros muchos. Identificar quién tiene intenciones reales de emprender reformas profundas que modifiquen la actual inercia perversa de la institucionalidad pública es, por lo tanto, una premisa básica que debe guiar al ciudadano consciente, que busca en la actual contienda electoral, las claves para ejercer su voto de manera efectiva que produzca un cambio real y permanente en la forma en que se ejerce el poder en Guatemala.
Para principiar, hay que entender que el problema no son las personas: tengo la suerte de conocer personalmente a muchos de los políticos que actualmente compiten en campaña, incluyendo a las dos candidatas punteras. Con ese conocimiento de primera mano, podría atreverme a decir que ambas, Zury Ríos y Sandra Torres, tienen las cualidades profesionales y personales para cambiar Guatemala: inteligentes, sagaces, carismáticas, indudablemente han llegado donde están a fuerza de capacidad y liderazgo. Pese esta apreciación personal, no votaría por ninguna de las dos por una simple razón: reconozco en ambas la fuerza transformadora del entorno, por lo que identifico en ambas el germen de la codicia, el autoritarismo desmedido y la sed de protagonismo que corrompe el espíritu de cualquiera. Bien lo afirmaba el psicólogo Zambardo en su afamado estudio «El Efecto Lucifer», que el entorno tiene una poderosa influencia sobre el ánimo y los valores de los ciudadanos que no actúan de forma consciente para evitar esa inercia perversa del sistema.
La premisa básica para cambiar, por lo tanto, es entender que el problema de Guatemala no son las personas. He visto como personajes bien intencionados, inteligentes y capaces, se han rendido finalmente a las tendencias que impone el sistema, y cuando no se dejan corromper por ese influjo, el sistema simplemente los expulsa o los criminaliza. El dicho popular bien lo reconoce: en arca abierta, hasta el justo peca, y el sistema político guatemalteco está conformado de tal forma anómica y perversa, que se adapta de forma dramática al capricho e influjo de los caudillos de turno. El primer paso es la conformación de roscas de hierro que intermedian entre el liderazgo caudillista y el resto de la población, con lo que se produce una desconexión entre la realidad y la percepción del aspirante a dictador. Desde ese aspecto, ya están sentadas las bases para el desastre: las personas en la cima del poder perciben logros inexistentes, por lo que persisten de forma insistente en el error, tal como demuestran sus discursos. Hay que ver, por ejemplo, el discurso del actual presidente, que ve logros por doquier donde todos ven mediocridad.
El origen de este sistema corrupto ya lo ha advertido Iván Velásquez. Odiado por decir la verdad, Velásquez identificó el mecanismo que produce corrupción de forma sistemática: el financiamiento electoral ilícito, el auténtico «pecado original». El razonamiento atrás de esta categórica afirmación es simple: cada quetzal invertido por los partidos en propaganda se paga en tiempos no electorales con productos y servicios de mala calidad o adquiridos a un precio exorbitante, como se ve por ejemplo en el vídeo donde se afirma que la Corte Suprema de Justicia pagó más de 200 quetzales por un vaso de fresco de jamaica y por una tostada de guacamol. La corrupción nace para pagar esas cuantiosas deudas de campaña. La premisa básica entonces es entender que mientras más derrochan recursos en campaña electoral los candidatos o candidatas, más acomodados y alineados al sistema están, con lo que es absurdo albergar esperanzas de que alguno de los candidatos punteros producirá un cambio en Guatemala.
En toda contienda electoral, de la que he analizado muchas, siempre existen alternativas mejores a las que el sistema alienta. Lamentablemente, tales alternativas reales siempre son aquellas que, por falta de recursos, tienen menos propaganda y, por lo tanto, están muy alejadas de la intención del votante. Un votante consciente, por lo tanto, debe entender este perverso mecanismo y actuar en consecuencia: ni un solo voto para los candidatos que van punteando. Ni Zury Ríos, ni Sandra Torres, ni Edmund Mulet, ni mucho menos Carlos Pineda o Manuel Conde, representarán un cambio significativo para Guatemala. Votar por ellos es validar al sistema y sus vicios, tal como nos recuerda el periodista español Julio Anguita «Quien vota a los corruptos los legitima, los justifica y es tan responsable como ellos».
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