Tres causas fueron los detonantes en aquella ocasión: el mal manejo de la pandemia de influenza por el gobierno del dictador Manuel Estrada Cabrera, el hartazgo de las capas medias con relación a las felonías del mandatario y el violento despertar de muchos segmentos urbanos empobrecidos, sumidos en la miseria intelectual y moral.
Esas causas parecieran estar repitiéndose durante esta epidemia provocada por el SARS-CoV-2. Y bien vale la pena ejercitar el discernimiento para identificar aquellas acciones que puedan evitarnos un torbellino de violencia similar al de aquella semana, que culminó con el derrocamiento del dictador. Para lograrlo es preciso repasar los símiles.
El primero de ellos es el pésimo manejo de la mitigación de la pandemia con el agravante que todos conocemos. Me refiero a préstamos millonarios que se han gestionado (para paliarla) sin haber alcanzado, a la fecha, logros tangibles. Entre tanto, ya superamos los 11,000 fallecidos y la vacunación no ha llegado a toda la población. El segundo corresponde a la miseria arraigada en funcionarios que deberían ser un ejemplo de rectitud. A la vista están las denuncias de plagios de tesis, la falsificación de documentos académicos y el poco o ningún avance en las investigaciones de esos actos que, de suyo, tendrían que tener ya sus consecuencias, pero en los que nada se ha logrado y cuyos responsables —caraduras que son— continúan inamovibles en los cargos que lograron con semejantes engañifas. El tercero corresponde a la decadencia moral de muchos funcionarios de los tres poderes del Estado. Este símil es muy manifiesto en el Congreso de la República. Los miembros de su junta directiva, como si tuviesen inmunidad de por vida, cometen tantos abusos que sin dudas pasarán muchos años ligados a proceso después de que su período en el Legislativo haya concluido. La vulgaridad es la mejor condición que ostentan. Su ordinariez y su tosquedad se han constituido en antitestimonios para la juventud guatemalteca.
Los símiles anteriores son precisamente eso, analogías, que las hemos tenido hasta en los eventos naturales precedentes porque, si las causas que defenestraron a Estrada Cabrera llegaron signadas por los terremotos de 1917 y 1918, la peste actual llegó marcada por la erupción del volcán de Fuego (3 de junio de 2018) y por las tormentas Eta y Iota (1 y 16 de noviembre de 2020), todos ellos cimbrados por un pésimo manejo del impacto aunado a la atmósfera de corrupción que lo rodeó.
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También nos será útil recordar a personajes históricos que incidieron en los sucesos de un siglo atrás y que parecieran tener émulos actuales. Yo argüiré solo de dos (por cuestiones de espacio) y dejaré a su imaginación, estimado lector, la tarea de reconocer a los sucesores.
Uno de ellos es Miguel Cara de Ángel, el felón de la novela El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, y protagonista que sí existió y de quien aludo en mi artículo Miguel Cara de Ángel en la conciencia colectiva de los guatemaltecos (1918-1920). En la vida real, el personaje fue masacrado durante la Semana Trágica. Pregunto: ¿con quién lo parangonaría usted? Le sugiero, previo al cotejo, leer el artículo mencionado.
Otro protagonista (este digno de encomio) es el obispo José Piñol y Batres. Él era originario de la capital y el primer egresado del instituto Pío Latino de Roma con el grado de doctor en Teología. Era el obispo titular de Granada, Nicaragua, cuando se enteró del estado calamitoso en que se encontraba la sociedad guatemalteca. Buscó entonces apoyo en el Vaticano y lo encontró a través del cardenal Rafael Merry del Val. Renunció a su diócesis y volvió a Guatemala amparado en concesiones especiales, entre ellas la de predicar sin estar sujeto a la jurisdicción de obispo alguno. Así, con la aquiescencia de fray Daniel Sánchez, rector del templo de San Francisco, programó nueve fundamentados sermones que, como bien dice el historiador Agustín Estrada Monroy, «eran cristianismo al vivo» [1]. Estas denuncias desde el púlpito fueron, para el pueblo, luces en la oscuridad. ¿Identifica usted a un religioso de hoy digno de comparársele? Yo sí reconozco a varios.
Ahora nuestra tarea es actuar apegados a derecho. Lejos de Miguel Cara de Ángel y cerca de José Piñol y Batres. Porque caminar de la negrura a la luz es un derecho inalienable.
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[1] Estrada Monroy, Agustín (1979). Datos para la historia de la Iglesia en Guatemala. Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia.
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