Al parecer, el alcalde, el jefe de policía, un town trustee -como una especie de concejal de pueblo chico- y otro montón de gentes de un pueblito de 1,800 habitantes en Nuevo México, habían ideado una forma de comprar cientos de fusiles AK47 y ametralladoras tácticas y luego cruzarlas hacia el pueblo de Palomas, a cuatro millas de distancia, del otro lado de la frontera. Según la noticia que estaba en la tele, habían alquilado un apartamento a poca distancia del mío para reunirse esporádicamente.
Acostumbrado a tener siempre cerca a un narco o algún otro delincuente como vecino o vecino de algún conocido en Guatemala, no le puse mucha atención y me fui a dormir pensando que si un alcalde, un jefe de policía y un town trustee estaban juntándose con Dios sabe quiénes allí, algún cachet debería tener mi condominio.
El viernes a las cinco y media de la mañana me levanto para ir temprano a la oficina donde dan las licencias de conducir, pensando que habrá una cola de 300 personas y que algo voy a adelantar llegando por lo menos a las siete.
Cuando llego, hay una rusa y su marido, una gorda de North Carolina y un texano con un pick-up chevy del 52 pintado con la bandera de Estados Unidos. El texano se burla mucho de la rusa, más bien de que ésta se impresione por que los cactos de su jardín y las palmeras de la ciudad murieron con la helada de -20 grados centígrados que cayó hace un mes. ”You don’t have much cactuses or palms in Russia, do ya?”, le pregunta, socarrón.
Ella no lo entiende y sigue hablando hasta por los codos con ese acento de novia por correo. El marido, me parece, se avergüenza un poco de la verborrea de su mujer.
Yo pensé que el hombre era español, -por el acento y el vestir, definitivamente meditarráneo- y hubiera estado dispuesto a jugarme un dedo a que la había mandado a traer de un catálogo (como alguna vez pensó hacer mi papá antes de que le disuadieran de la idea). Es griego, vive hace años en El Paso y ella es de Maryland. De hecho, cuando le preguntan a ella de dónde es, dice Maryland, no Rusia. El texano insiste y ella dice el nombre, impronunciable, de una localidad en la ex Unión Soviética. El texano se queda con esa cara que pone la gente cuando ya no tiene que decir y está tratando de procesar un trozo de información que no esperaba. En eso llega la jefe de la oficina, iza las banderas estadounidense y de Texas y abre las puertas del local.
Yo paso al ataque y me entero que el hombre es griego, que están allí porque a ella se le pasó por unos días el plazo para renovar su licencia de Maryland y por eso tiene que tomar de nuevo el examen y que se conocieron en… me llaman a tomar mi test.
Paso, saco 90% y me mandan al examen práctico. La examinadora se rehúsa a subir a mi carro. Dice que tiene la inspección vencida desde 2003 y no hay forma de hacerle entender que en ese año, el auto rentado que es de 2011, no era sino materias primas en alguna cantera en China o algún país tercermundista. Vaya a cambiarlo y regresa, me instruye.
Lo cambio, vuelvo y paso el examen. Me preguntan si quiero ser donador de órganos y les digo que sí. Total, para qué me van a servir, le digo en tono de broma. Luego, me imagino, después del día del juicio final, a mis conocidos burlándose de que voy por ahí, en el Cielo o el Infierno, con una bola de periódico arrugado donde debería estar el páncreas o el corazón.
Me llama mi jefe, quiere que vaya a Nuevo México, a Columbus. En el camino es más claro que estoy en el puro desierto. Las montañas resecas, los cactos, las tormentas de polvo y las siempre presentes bolas de tumbleweed, me recuerdan que estoy en el far west. Por si eso fuera poco, voy a investigar un caso de corrupción a un poblado fronterizo en donde, me ha advertido mi antecesora, no les gustan los forasteros de la gran ciudad que llegan a meter sus narices en sus asuntos.
Está súper lejos, en el camino hay dos check points de la patrulla fronteriza. Uno, sólo te miran la cara y te dejan pasar. En el otro de paran y piden papeles. Tengo mi estrategia, para pasar sin problemas. Serio, papeles, responder sí, no y al grano. Luego intento meter una bromita a ver si se ríe. Si se ríe sigo bromeando hasta que se aburre y me dice que me vaya. Ha resultado dos veces. Veremos hasta dónde da la manta.
En Columbus están encabronados con que hayan arrestado al alcalde justo antes de la Cabalgata, una festividad en la que unos 400 jinetes recorren durante 11 días la ruta que siguió Pancho Villa para invadir esta localidad hace 95 años. Al final el ejército gringo les dio en toda la madre, pero tanto del lado de Palomas como de Columbus, hay fiesta el fin de semana después del 9 de marzo.
No están molestos porque haya serias acusaciones de que el alcalde sea corrupto y el jefe de policía trafique con armas. No, están molestos porque esto empaña la imagen de la ciudad y no es bueno para la fiesta.
La fiesta consiste en que dejan pasar 100 de los 400 jinetes y llegan a Columbus y hay una comida y parranda. En el pueblo se instaló una feria, con juegos mecánicos. Hay un Zipper, un resbaladero de costales, una de esas ruedas donde te parás en los bordes y gira súper rápido, una montaña rusa miniatura con carritos que asemejan un gusanito y unos columpios voladores. Me sentí en un Playland Park de los 90 en Guatemala. Este pueblo tiene 1,800 habitantes.
Comienzo mis entrevistas, Una mujer -que luego me entero es pariente del alcalde- me dice que el “Mayor Eddie” es buen hombre que ayuda a la comunidad y que “todos tenemos defectos, todos tenemos cola que nos pisen”. Luego, me mira a los ojos y me dice “todos estamos metidos en algo”. Veo en el reflejo de la ventana y mientras hablamos, se ha puesto un hombre detrás de mí. No traje mi chaleco antibalas -ya vino el chaleco nuevo, este es negro muy feo y es para usar fuera de la camisa. Pero aún si lo llevara puesto…
He comenzado a pensar que la idea que lleve chaleco es un ardid de la empresa con el gobierno de Texas para que mis órganos queden intactos y pueda donarlos.
Obtengo la información que quería y me voy a comer. Estaciono delante del único restaurante mexicano en la localidad. No me bajo, tengo que volver con el bibliotecario a hacerle una pregunta que se me quedó pendiente. Llego a la biblioteca y al bajarme del carro un hombre me increpa desde una troca: “Can I help you, sir?” Es el dueño del restorán, a quien al parecer no le gustó que yo estacionara frente a su local y luego me fuera. Me siguió cinco cuadras en su troca para preguntarme. Un escalofrío recorre mi espalda. Este pueblo me da ñáñaras.
Se llama José, es gordo, tiene unos ojos azules como de ave y hace unos chiles rellenos y unas enchiladas para morirse. Tiene cara de malo pero cocina muy bien.
La gente en Columbus no parece estar sorprendida del nivel de corrupción de sus autoridades. Es lugar común incluso. Mientras me como las quesadillas, la gente comenta y bromea. Una, recién llegada al pueblo, incluso hace la broma que ‘Raid Day’ no va a ser el 9, cuando Villa entró al pueblo, sino que ahora en adelante van a cambiarlo al 10, cuando ICE y el FBI hicieron un raid en un puñado de casas de la localidad para sacar al alcalde y el jefe de la policía.
El sol es una enorme bola de fuego que se va escondiendo lentamente detrás de una montaña, creo ver una polvareda en el horizonte. Puede que sea Villa, queriendo invadir de nuevo. Seguramente son narcos o traficantes de armas. Amigos de algún alcalde, seguramente. Voy de vuelta a casa, no ha anochecido y no quiero que me caiga la noche en este pueblo.
El rótulo dice 55, el velocímetro, 110.
J.
12 de marzo de 2011
When I get lonely and I'm sure I've had enough
She sends her comfort coming in from above
Don't need no letter at all
We've got a thing that's called radar love
We’ve got a line in the sky, radar love
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