No sé. Pero estamos parados en la cola del cine, estamos con mi hermana y esperamos a entrar. Era una época en la que había intermedio, no como ahora que esa media hora que perdían en vender comida y gaseosas la emplean en pasar veinte o treinta comerciales, más los que toca ver ocultos en la película.
Para mí, El Imperio Contraataca fue una rotunda decepción. Años después, viéndola con ojos de adulto en alguna de las veces que la pasaron en la tele pude comprender la obra maestra que es esa película.
Pero ese día, en un cine de Alicante, El Imperio Contraataca me pareció tan mala. Supongo que escuchar a Luke Caminacielos (como se llamaba en España) hablando con acento español tuvo mucho que ver. Pero también que por algún motivo mi papá no quiso ver la película y decidió ir a tomarse un café fuera del cine.
Tendría que preguntarle a mi hermana si en realidad mi decepción con la película fue tan grande como ahora la recuerdo, después de todo, los recuerdos son cosas curiosas. Lo último de lo que me enteré es de que cada vez que uno recuerda algo, ocurre un proceso en el cual el recuerdo ya no es el que uno tenía y se convierte en ese recuerdo visto a la luz del estado de ánimo y las circunstancias actuales.
Y por eso sirve a veces hablar sobre los recuerdos con gente que estuvo allí. Muchas veces se sorprende uno de cuánto ha cambiado el recuerdo y de las muchas versiones que han existido de éste a lo largo de los años.
Recuerdo que esa noche me rasgué mi pantalón de lona con el bumper de un Renault 12 y de lo mucho que mi papá se quejó de los moros y del pobre estado de mantenimiento de sus vehículos. Aparentemente solo los moros compraban esos Renaults 12 en ese entonces.
El viejo vivía -vive- en una especie de solipsismo en la que está convencido que sólo él existe y que siendo feliz él, serán felices quienes le rodean. Sin embargo, le sale mal.
Su estado de ánimo habitual es una rabia permanente que le impide darse cuenta de que existe un mundo más allá de su nariz.
Al día de hoy, los moros siguen siendo el blanco de sus diatribas. Pero en la vejez ha expandido su repertorio a los negros, los sudamericanos, los policías, los obreros de una construcción que había debajo de su casa y los empleados de la telefónica.
Supongo que recordé esto ahora que me he enterado que LucasFilm fue comprada por Disney y que tienen planeado sacar nuevas películas de la Guerra de las Galaxias como si fueran churros en la venta de refrescos de un cine alicantino.
De plano también es que, como hacía yo cuando era chico, mis hijos han venido a visitar a su papá para las vacaciones de fin de año y, unas cosas con otras, los recuerdos van amontonándose hasta saltar detrás del arbusto menos pensado.
Vinieron el fin de semana y no salgo de mi asombro con lo mucho que crece un niño a esa edad. Decir niños es un decir. Los veo y no termino de creer que ya sean adolescentes, que ya uno da apretones de manos como hombre y que el otro está a punto de comenzar a estirarse.
Tenemos planes para estas vacaciones, muchos planes. Yo más o menos sé cuáles son los de ellos y estoy tratando de que lleguen a buen término. Los míos son no convertirme en ese viejo solipsista.
Treinta años después su figura sigue siendo como una losa que marca mi existencia. Invierto buena parte de mis días reflexionando sobre cómo no voy a ser, cómo no voy a actuar para no convertirme en ese solipsista fallido que anda por allí dando de gritos a la gente que se estaciona mal.
Es triste que intente parecerme más a Darth Vader que a mi papá, pero es lo que hay.
Después de todo, hasta Darth Vader -con todo y que le cortó la mano a su patojo- quería ser parte de la vida de Luke, quería ser su padre.
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