Mientras yo redacto estas líneas, cumplo con el ritual (de lo habitual) de mirar en solitario uno de esos juegos de la Champions League en los que nada está en juego y no involucran a equipos de renombre. Los noticieros dicen que en esa guerra que iba a durar tres días tiene al frente ruso a punto de colapsar, y el cielo de la tarde del miércoles se va cargando de nubes grises que planean sobre una avenida de la Reforma en la cual el tráfico corre en todas direcciones.
Octubre se consume con la misma avidez con la que el despertador avanza despiadadamente hacia las 5:30 de la mañana. Y en este año, las tormentas que circulan por el Caribe han ahogado esa discusión coyuntural en torno a la conmemoración del arribo de Colón versus el nada que celebrar, que habitualmente se salda con varias estatuas decapitadas en cada capital de las Américas. Y que a mi gusto se bien reflejado en Run to the Hills (1982) de Iron Maiden.
Este es solamente otro de los temas que con facilidad se inserta dentro de marco de polarización pre- existente en las sociedades centroamericanas, que tiene un amplio aforo para albergar cualquier controversia y cualquier coyuntura, que utilicen como combustible publicaciones en redes sociales.
Pero es también un debate de raíces profundas sobre cómo el pasado colonial y sus estructuras se prolongan en el tiempo. Algo que las urgencias actuales, de todo tipo, no ayudan a abordar. Algo que va un poco más allá de las acciones simbólicas y políticas del gobierno mexicano como reclamar la devolución del penacho de Moctezuma, o exigir disculpas públicas de parte del gobierno español por la conquista.
El debate sobre los hechos es urgente en la medida en que las narrativas de los movimientos radicales de izquierda y derecha buscan héroes e íconos para sus causas en sitios como la Reconquista Española o la Gran Guerra Patriótica Rusa, con la intención de negar o atemperar los crímenes cometidos. Adulterar los hechos para conveniencia propia, y a partir de eso construir carreras políticas que aporten más gasolina a la hoguera.
Sin embargo, en este año la tormenta Julia parece haber ahorrado a los grupos de manifestantes las dificultades de identificar qué estatua derribar, lo mismo que ha ahorrado a los defensores del ornato los honorarios de los abogados para perseguir penalmente a los manifestantes. Nota para el futuro: una urgencia climática anula todas las otras cartas sobre la mesa.
Al terminar estas líneas estoy escuchando The Shine of your crazy diamond , que siempre me va a traer recuerdos sobre recorrer la Avenida Jiménez en Bogotá, preguntándome a mí mismo por las entradas sobre la Carrera Séptima que se asemejan a estaciones de metro, y que años después, gracias a una nota de El Tiempo, averiguaría son la entrada a un teatro subterráneo.
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