En él remarcan en la necesidad de que se vote por “mujeres mayas”. La campaña está siendo financiada por la Embajada de Noruega, que antes ha apoyado otras iniciativas “de concientización” de la sociedad en diversos temas, como lo hacen España y los Países Bajos (Holanda).
Es muy poco probable que en la Embajada de Noruega se desconozca la realidad sociocultural y política de Guatemala, sobre todo cuando se habla de al menos 25 años de financiamiento de cientos de iniciativas, en particular provenientes de organizaciones de desarrollo y derechos humanos, como para ignorar que en medio de la campaña electoral su financiamiento esté siendo utilizado en beneficio de una candidata.
Sorprende sobremanera la forma abierta y sin ambages con que la representación diplomática asume que solo un candidato “maya” puede ser de beneficio para la población “maya”. Antes de eso, aun más sorprendente es el hecho de que opine y financie abiertamente campañas políticas de “mujeres mayas”, las cuales están ubicadas, como bien sabrán ellos, en diversos partidos políticos, que van desde la derecha más acérrima hasta la izquierda marginal, que parece es la que quieren apoyar con el dinero de los contribuyentes noruegos.
Este tipo de financiamiento, en efecto, no se puede comparar con los enormes flujos de recursos financieros provenientes del narcotráfico que permean las finanzas de algunos partidos políticos. Sin embargo, no por ello es menos nocivo permitir que un gobierno extranjero haga militancia política por una de tantas opciones políticas del medio. Entre miles de dólares y millones de otras fuentes, pareciera que es el menor de los males, pero…
Políticos, políticamente correctos
Pareciera que en el imaginario político de algunas organizaciones indígenas existen mayas buenos y mayas no tanto. Se es maya en tanto conocen y se identifican “con lo maya”, a pesar de que en el espectro político el componente étnico ha ganado espacio, a tal grado que uno de los partidos que se ubica entre los primeros cinco puestos de preferencia ha proclamado a una kaqchikel como candidata a vicepresidenta o los candidatos q’eqchíes a diputados de Alta Verapaz por el partido del general genocida Efraín Ríos Montt. Estos, en el medio políticamente correcto maya, no son “mayas propiamente dichos”, sino una especie de quinta columna que a pesar de su idiosincrasia cultural no puede ser parte de un medio que con financiamiento externo alcanza niveles de racismo inverso muy interesantes.
Ciertamente, el que en poblaciones predominantemente indígenas se lograra que candidatos que “se parecen a sus representados” fueran elegidos es un gran paso en el proceso de conquista de la autoestima colectiva del indígena, aunque hay que reconocer que mucho de este reconocimiento proviene de la ampliación de las clases medias indígenas rurales. Comerciantes, agricultores y profesionales disputan a la población mestiza esos espacios históricamente detentados.
Hubo algarabía en los círculos intelectuales indígenas en la ciudad de Quetzaltenango hace más de 15 años, cuando se eligió al primer alcalde maya. Se equiparó aquello con el rompimiento del orden racista estilo apartheid sudafricano. La alegría se extendió por dos periodos donde casualmente mucha población mestiza reconoció en aquel personaje una probabilidad de administración más cercana a la población necesitada.
Luego de esos ocho años se regresó al orden anterior, con la diferencia que muchos indígenas entraron a formar parte de coaliciones conjuntamente con otros candidatos mestizos. El discurso segregacionista que planteaban las organizaciones mayas dejó de tener asidero, a tal grado que se planteó la prevalecía de la “maldición colonial”, la que en palabras de Fannon hace del colonizado preso de su historia.
Proyectos van y proyectos vienen
Educación multicultural, ciencia maya, cosmovisión maya, bilingüismo, Convenio 169, Acuerdo de Derechos de los Pueblos indígenas, medicina maya, sitios sagrados, universidad maya y otra decena de títulos de proyectos surgen cada año desde el otorgamiento del premio Nobel de la Paz a Rigoberta Menchú en 1992. Todos con el aparente objetivo de “revalorizar o potenciar culturalmente” a aquellas naciones “sojuzgadas por el colonialismo”.
Intentamos ubicar en el espectro cultural mundial a Noruega y no podemos sino reafirmar su profunda cultura occidental, liberal y cristiana. La pregunta es: ¿por qué apoyar propuestas que desdicen aquello? Algunos podrían encontrar respuesta en una especie de culpa, como la que se generó con los judíos después de la Segunda Guerra Mundial, que luego los sionistas potenciaron a tal grado que impusieron la existencia de una nación dentro de otra nación, todo con la bendición de la culpa occidental que se traducía en millones de dólares en apoyos financieros o, peor aún, que mantengan cierto tipo de relaciones establecidas, en forma política, desde el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz en 1992.
La multiculturalidad es una realidad en Guatemala, el esencialismo maya es otra cosa. ¿Quién dijo que la intelectualidad maya es, además de eso, representativa de cientos de comunidades rurales y urbanas en el espectro indígena de Guatemala? Probablemente los funcionarios diplomáticos sepan algo que en el medio político se desconozca. El punto es que destinar fondos provenientes de fuentes internacionales con fines políticos, independientemente del color que sean, es “intervención” y menosprecio por la soberanía nacional y sus procesos democráticos propios.
Si la candidatura de aquella mujer maya llega a lograr la empatía con la población, en este esquema tendría que obtener un espacio como lo han logrado ya varias y varios diputados indígenas (Otilia Lux o Rosalina Tuyuc), pero basado en ese ejercicio que con sus grandes defectos intenta solventar las diferencias enormes que hay en la población. Si el razonamiento de la “cooperación internacional” es influir “decididamente” en que la multiculturalidad sea una realidad, prácticamente estaría haciendo a un lado el papel mediador del Estado para erigirse por encima de un pueblo que no solo es indígena, es mestizo, cristiano (en una veintena de denominaciones), cosmovisión maya, trabajador. Son hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, derecha, centro, izquierda y una decena más de categorías culturales que obvian en el reduccionismo social europeo y optan por una postura minoritaria dentro de la misma población indígena
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