En 2005, cuando aconteció la tragedia en el cantón Panabaj, Sololá, me sorprendió saber que en el mismo lugar habían ocurrido flujos de lodo devastadores. Aun así, la gente más pobre se había asentado en Panabaj, vocablo que significa lugar de las piedras en tz’utujil, en alusión a la zona donde ocurren los deslizamientos. Es decir, se conocía el riesgo, pero este se invisibilizaba al quedar detrás de las carencias económicas y de la falta de un Estado que ordenara el uso del territorio. Allí nació la tragedia.
Espero que no haya personas viviendo otra vez en Panabaj, pero la cuenca no ha sido estudiada como se ha recomendado y el escenario de 2005 podría ocurrir de nuevo. El punto que quiero enfatizar es que incluso los lugares donde han ocurrido desastres siguen estando habitados. Así, desde hace años hay personas viviendo de nuevo en el viejo El Palmar, Quetzaltenango, y un problema similar ocurrió en el El Cambray II (2015), pues algunas de las víctimas fatales vivían en casas alquiladas por personas que sí atendieron la advertencia del dictamen de riesgo.
Hoy nuestra atención está monopolizada por una pandemia global, pero no debemos olvidar que hay personas viviendo en La Trinidad, El Rodeo y Las Palmas, en zonas de alto riesgo por lahares, en las faldas del volcán de Fuego. Esas personas siguen contemplando el paso del tiempo y dejando atrás la percepción de un riesgo que para ellas puede desaparecer de la memoria social y convertirse en una anécdota.
En el caso del volcán de Fuego y de las comunidades que menciono, a pesar de que la erupción más letal ocurrió apenas en 2018, se combinan peligrosos factores para la gente. Primero, la exposición a los lahares, que está fuera de duda desde una perspectiva científica. Segundo, la percepción social, institucional e individual del riesgo, que se diluye en la cotidianidad y se deteriora con discursos de desinformación que se han asentado en la memoria colectiva, especialmente en Las Palmas, Siquinalá, Escuintla, donde algunas personas piensan que todo lo dicho sobre el riesgo ante lahares es una fabricación para que alguien más se quede con sus casas. Y tercero, prevalece un vacío jurídico e institucional para hacer efectivos los dictámenes de riesgo porque no hay una ley marco y una adecuada institucionalidad para regular el uso del territorio. Esto se agrava de forma paralela con la ausencia de la ley de aguas y con que las normas de construcción existentes son criterios técnicos sin observancia obligatoria, con los vacíos administrativos, civiles y penales correspondientes.
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Como mencioné arriba, en El Cambray II hubo familias que se mudaron a otro sitio al conocer el riesgo y que dejaron su casa alquilada antes del deslizamiento del 2015. En la colonia Las Palmas, Siquinalá, Escuintla, zona de alto riesgo, se rumora que hay personas vendiendo sus casas. Y si no se concretan un traslado, una demolición y una efectiva zona de exclusión, posiblemente habrá otra tragedia como la ocurrida en San Miguel Los Lotes.
Entiendo que se ha entablado un nuevo diálogo con la gente que se resiste a abandonar sus casas, que pueden ser docenas de familias que incluyen adultos mayores, niñas y niños. Y debe reconocerse que, desde el traslado de El Cambray II y luego de la erupción del volcán de Fuego, el estándar de solución habitacional mejoró significativamente, pero estamos lejos de poder esperar ese tipo de solución para otras comunidades, como la que resultó afectada por movimientos de tierra en el cerro Alux, en Mixco, que, según entiendo, están regresando a vivir a la zona de alto riesgo.
Sin instrumentos jurídicos, institucionales y presupuestarios adecuados, el Estado no puede gestionar el riesgo y evitar que otras personas se expongan de nuevo. Tampoco se puede dejar a los municipios a su suerte sin un marco regulador nacional. Finalmente, las familias están sometidas a un proceso de abandono e individualización del riesgo, lo cual les provoca asumir cada desastre como un fracaso personal, y no como un fallo estructural de la sociedad.
Esperemos que no haya necesidad de retomar este asunto después de la siguiente tragedia anunciada, pero no soy muy optimista.
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