El sábado fui a la rentadora a cambiar mi carro por una “troca”. Me dieron un Chevrolet gigantesco. De esos con un asiento corrido que es más grande que el sofá cama de mi sala. Más parece un barco. No, un transatlántico. Me sentía como el capitán Kirk, a bordo del Enterprise. De hecho, debería iniciar este blog diciendo:
“Bitácora del capitán, Fecha estelar 23356.4. Me dirijo a la localidad de Tempe, Arizona, a bordo de la troca más grande jamás construida por los humanos con la misión de internarme en la tienda conocida como IKEA y aprovisionarme de muebles para mi nueva casa”.
En el camino pasé ciudades abrasadas por el sol, desiertos interminables, carreteras solitarias y carreteras transitadas por millones de autos. Pasé moteles, hoteles, restaurantes y tiendas, pasé enormes campos de ganado y gigantescas extensiones donde lo único que había era calor y polvo. Pasé cactos.

Dormí en un motel de cuarta categoría. Dormí mal, porque para no tener que subir al segundo piso, pedí cuarto de fumador y fue como dormir en un cenicero con olor a lavanda radioactiva.
No era la primera vez que iba a un Ikea, no era tampoco la primera vez que iba a un Ikea a comprarme los muebles de mi nueva casa. Ya más o menos sabía a lo que me estaba metiendo. Pero siempre, siempre, es una experiencia reveladora ir a meterse a la mueblería de los suecos estos. Reveladora porque uno aprende mucho sobre sí mismo, sobre sus gustos actuales, sobre su capacidad de compra, sobre lo mucho y lo poco que uno cambia a lo largo de los años.
Hay cosas que permanecen inmutables, sin embargo. Se me olvidó cargar el celular y no pude tomar fotos de nada para pedir expertas opiniones. ¡En ambas ocasiones! Se me olvidó tomarle fotos a las muchísimas y muy deliciosas albóndigas que te ponen en el restorán de la tienda. Se me olvidó comprar un mueble que necesitaba, también en ambas ocasiones y así… cambia poco uno.
Ahora, sin embargo, compré muebles más, no sé, ¿formales? Nada comparados con los adefesios que venden acá en las mueblerías de El Paso, pero sí no son los que tenía en mi casa de Guatemala. Compré los muebles pensando en el uso que habré de darles. Me compré un buen colchón esta vez. Nunca está de más invertir en un buen colchón que le guarde a uno del insomnio en las noches de frío y le proteja de la incomodidad cuando en los tiempos de sofoco.
Compré una cama negra. Negra porque era 100 dólares más barata que la blanca. Cuando le pregunté al empleado, uno negro, el único negro en toda la tienda, me dijo que era por el acabado de la otra. Le pregunté cuál de todas las camas compraría él, si fuera yo. Me dijo que con sus ingresos él no puede comprar en Ikea y por eso no suele detenerse a pensar en que muebles compraría en la tienda.
Estuve a punto de soltarle una de que “no se le hace injusto que la cama valga menos solo porque es negra”, pero el comentario de los ingresos me dio la pauta de que evidentemente no estaba el horno para bollos.
Los cargué en la troca y volví a casa, a mi nueva casa, donde viviré a partir del sábado. Allí están, esperando que me anime a armarlos. En el camino me recordé de Rodrigo Estrada, mi amigo que me ayudó a armar los muebles de mi casa vieja. Hoy no tengo quien me eche una mano con eso. Tendré que apechugar solito.
De vuelta, son siete horas de camino. Un buen trecho ya entrada la noche. Entre los niños, mi mamá e Irene al teléfono el viaje se hizo más llevadero. Con Skype, Google Talk y las llamadas interestatales, la gente no parece tan lejos, aunque estén a miles de kilómetros de donde uno quisiera tenerlos.
La semana comenzó bien agitada. Con audiencias en corte y conferencias de prensa sobre migración. Los detenidos el viernes en Columbus siguen presos y al parecer la fiscalía las tiene todas consigo para tenerlos allí un buen tiempo. Es increíble lo mucho que dependen de las escuchas telefónicas y las idioteces que dice la gente cuando piensan que nadie les oye.

La semana termina bien también. Después de mucho estrés el martes, salió bien la nota de lo que se ha convertido casi en broma como “The Columbus Crew”, los funcionarios y habitantes de Columbus, NM, que fueron arrestados por comprar cientos de armas, para llevarlas a México supuestamente para los cárteles de la droga. Ahora, pensando en temas para trabajar, contento que ya el viernes me dan mi carro. En este país todo parece ser más barato, menos el historial de crédito. El carro me lo dieron al 20% anual, pero dicen que en seis meses puedo refinanciar, si me porto bien. Luego, el banco quiere darme una tarjeta de crédito pero que les ponga dinero en el banco como garantía que no me voy a mandar una cagada con la tarjeta. ¿Dónde está el Banco de Antigua cuando uno lo necesita? Ojalá apareciera uno de esos vendedores que llegaban a El Periódico y le colocaban 30 o 40 tarjetas en una mañana a los empleados, sin verificar ingresos, estabilidad laboral ni récord de crédito. ¿Dónde?
Al parecer esos aparecen más adelante, cuando ya tenga buena reputación en el buró de crédito, pero eso será después.
J.
21 de marzo de 2011
Don’t know what you’re looking for
Well I bet that you look good on the dance floor
Dancing to electro-pop like a robot from 1984
from 1984!
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