Creo que todos hemos sentido eso en algún momento. Cómo lo digo, tenía años, dos décadas quizá de no sentirme así.
Durante toda mi infancia y adolescencia, me fue imposible quedarme callado en clase. Durante toda mi infancia y adolescencia, todos y cada uno de los profesores que me tuvieron la desgracia de cruzarse en mi camino me echaron en una u otra oportunidad de sus clases. Siempre, casi siempre por hablar.
Es buen muchacho, pero habla mucho. Nunca fue por una insolencia, por una falta grave. Eso decían mis maestros. Quizá porque me tocó hacerme responsable desde chico siempre fui contenido, siempre en control. Siempre empujando las emociones en lo más recóndito del alma.
Quién iba a pensar que la maña de hablar cuando está prohibido iba a provocar que me volvieran a echar de un lugar importante. Hoy me echaron de una corte federal de Estados Unidos.
Estaba cubriendo el juicio contra dos chavitos (la verdad que cuando leí la acusación pensé que eran criminales duros y curtidos ya entrados en años y en realidad son dos chavitos bien jóvenes -no se aún si duros y curtidos, pero chavitos sí son-).
Ya me había advertido el U.S. Marshal, uno de los que da seguridad en el juicio, que no tenía que hablar. Y yo traté lo mejor que pude de seguir sus instrucciones.
En una ocasión un colega me preguntó algo y en otra parecía que estábamos hablando y la tercera llegó y me echó. Literalmente me dijo: ¡tú, fuera! ¡Y no vuelvas!
Salió dando unas grandes zancadas y detrás de él, yo.
No sé qué es lo que me tiene tan ofendido, tan mal. Puede ser que en realidad fue injusto y que no estaba hablando. Y me duele la injusticia cometida contra mí.
Pero también puede ser que me ofenda el hecho que me echó delante de toda la gente. Cómo cuando me sacaban de clase en el colegio, sólo que ninguno de los familiares de los acusados y los colegas de la prensa me festejaron la guasa de que me sacaran de la corte, como ocurría dos o tres veces por semana cuando me echaban de alguna clase.
Puede ser que en aquellas épocas, con mis zapatos dos números más grandes (sí, la desgracia de dar encargos a familiares para que trajeran ropa y zapatos de los Estados a la Guatemala de la Pre-posguerra) y mis pantalones de uniforme con el ruedo pegado con grapas era lo más lógico que cada dos por tres alguien gritara: !Llorca, fuera!.
Pero hoy, con la camisa nueva y la corbata con un nudo impecable que aprendí a hacer esta mañana en Youtube, estaba muy fuera de lugar que me ordenaran salir. Se me pasó por la mente gritar, OBJECTION, YOUR HONOR, como decían los abogados cada diez palabras de su contrincante.
Puede ser que minutos atrás habían expulsado al padre de uno de los acusados supuestamente por haber amenazado a uno de los testigos y que me moleste que me pongan en ese saco.
Pero también puede ser la impotencia de no poder plantarme y decirle: “echame pues, echame a ver si te atrevés, vos, policía recerote” como bien hubiera podido hacer en Guatemala. No es que lo haya hecho nunca, pero siempre, siempre, siempre, esa posibilidad te presta un poquito la tranquilidad de saber que es un último recurso. Acá, ni eso.
La impotencia de tener que suplicarle y decirle que por favor me dejara entrar y que su sugerencia de que la AP mandara a alguien más a cubrir el juicio bien podría significar que yo perdería este empleo con el que he soñado durante años. Y el marshal, ni me miraba. Es un tipo como de dos metros de alto, que viste tacuche y botas vaqueras. Usa la cabeza rapada y un candado que le da un aire a Anton LaVey.
Me hablaba con esa forma de ser que tienen los policías acá que se dirigen a uno viendo al horizonte como queriendo ver si pasa un águila calva guiñándoles un ojo en señal de reconocimiento por el servicio prestado.
Puede que sea eso lo que me tiene mal, el que no me haya reconocido calidad de persona. Pero también puede ser que hoy, por primera vez desde que era niño o adolescente, no tuve el control de la situación. No pude tomar mi celular (no dejan entrar celulares a la corte) y llamar al ministro, al director general o a quien putas quiera y decirle, mirá vos, acá hay un cerote que me quiere echar de la corte, vos decile que no sea mula y que agarre la onda. No me valió ser canchito, periodista, estudiado, ni ni mierda. Me la tuve que comer doblada.
Por fin, me mandó a hablar con su jefe. Y cuando yo iba en camino a la oficina de su jefe, ordenó que me echaran del edificio. En ese momento, me vi volviendo a Guatemala, desempleado, avergonzado por el Marshal y sin poder volver a poner un pie en la Corte Federal de El Paso, no es que eso importara en el momento que dejara de ser corresponsal acá.
Insistí un poco más y el jefe habló con el juez y el juez dejó que me volvieran a permitir ingresar a la corte.
Ya pasaron varias horas y aún tengo el nudo en el estómago. No se me quita de la cabeza el terror que sentí cuando me pidió mi identificación y cuando comenzó a tomar datos. Quizá estoy en un estado de paranoia pero tengo la impresión que acá las interacciones con la policía pueden salirse de control en cualquier momento.
Quizá lo que me molesta es no tener a quién contárselo, es decir, a quien poder contárselo y que de veras entienda todos y cada uno de los matices que hay detrás de la humillación, el susto, el terror a quedarse sin trabajo y visa, la enorme diferencia de poder entre él y yo. Lo feo que se siente estar del lado vulnerable de la mesa.
Tres cosas quedan de esto, terminando la semana.
Dos colegas de dos cadenas de televisión bajaron a plantar cara frente al jefe del Marshal. Muy solidarios, ellos.
Dos, creo que estoy en camino a hacer algunos amigos. Son gente de la tele. Chavitos y chavitas que están haciendo su primer o segundo empleo en periodismo. Y, tercero, no todos los policías son como este. Ayer me agarraron yendo a 78 millas por hora en una zona de 55. El policía me paró en un semáforo, se refirió a mí como “buddy” -un poco condescendiente, tal vez- y me dijo que era una advertencia, que la próxima iba en serio. Will dice que él hubiera preferido que le dijeran buddy a que le pusieran una multa de 300 dólares hace dos semanas. Yo pienso lo mismo.
J.
2 de abril de 2011
You’re gonna send me back to where I came from
Please don’t send me back to where I came from
Let me go where the white magnolias grow
Yeah but you’re going to do what you wanna do
No matter what I ask of you
You think you hold the high hand
I’ve got my doubts
I come from Chino where the asphalt sprouts.
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