Las relaciones sociales son complejas y diversas y, regularmente, somos los cientistas sociales quienes intentamos hacerlas simples para su mejor comprensión, y a partir de ello caemos en la trampa de creer que la realidad se debe acoplar a la teoría o al posicionamiento político que más nos guste o convenga.
En la Guatemala de los acuerdos de paz —que por cierto están ausentes en estas elecciones que casi se puede decir que dejaron de representar un horizonte programático del Estado— se introdujeron algunos conceptos e ideas que pretendía constituirse en nuevos paradigmas de desarrollo. Contradictoriamente, el acuerdo de referencia titulado Derechos de los Pueblos Indígenas, introdujo ambiguamente el término maya en sus definiciones de referencia y no lo tituló así. A ver, al no titularlo Derechos de los Pueblos Mayas, reconoce que no todos los indígenas en Guatemala son mayas, pero en los considerandos afirma: “Que los pueblos indígenas incluyen el pueblo maya, el pueblo garífuna y el pueblo xinca, y que el pueblo maya está configurado por diversas expresiones socio-culturales de raíz común…”, asumiendo que garífunas y xincas se identifiquen como indígenas o que el Estado los defina como tal.
Los acuerdos asumen una aproximación de análisis social como realidad, basado según sus suscriptores en los siguientes aspectos:
I) La descendencia directa de los antiguos mayas
II) Idiomas que provienen de una raíz maya común
III) Una cosmovisión que se basa en la relación armónica de todos los elementos del universo, en el que el ser humano es sólo un elemento más, la tierra es la madre que da la vida, y el maíz es un signo sagrado, eje de su cultura. Esta cosmovisión se ha transmitido de generación en generación a través de la producción material y escrita y por medio de la tradición oral, en la que la mujer ha jugado un papel determinante.
IV) Una cultura común basada en los principios y estructuras del pensamiento maya, una filosofía, un legado de conocimientos científicos y tecnológicos, una concepción artística y estética propia, una memoria histórica colectiva propia, una organización comunitaria fundamentada en la solidaridad y el respeto a sus semejantes, y una concepción de la autoridad basada en valores éticos y morales.
V) La autoidentificación
De los cinco aspectos solo el último define la raíz de la identidad, en cómo la persona se asume como tal, sin la interferencia del ojo externo que probablemente va a actuar en forma prejuiciada o apologética. La descendencia de los mayas es una discusión que puede llevar a aspectos de carácter arqueológico, pasando por análisis de ADN, que en la definición del discurso podría ser innecesario, ya que lo importante es hacer la conexión con el “pasado glorioso del indígena no conquistado” y no el presente poco conveniente o peor aún con su condición de colonizado que lo reducía a un sujeto sometido (que Severo Martínez pretende reivindicar en su libro Motines de Indios) o acoplado como se percibe en la infinidad de candidaturas (indígenas o mayas, hombres y mujeres) en partidos de izquierda y derecha.
La cosmovisión maya se ha constituido como el complejo de subjetividades de un grupo particular que tiene que ver con la idea mágica y religiosa que se tiene de la realidad social y ambiental. Este apartado es el más controversial de todos. A ver, Guatemala posee una historia de colonial y post colonial de más de 500 años, en los cuales la espiritualidad se desarrolló igual que las relaciones sociales. Aun sabiendo de los orígenes de imposición del cristianismo católico, no se puede negar que hoy en día esta es la religión predominante en varias regiones del país, con todo y sus sincretismos. Por otro, lado existen denominaciones protestantes que han logrado arraigo en otras varias regiones, a tal grado que se convierten en redes de fidelidades y de asociación entre los miembros de una comunidad.
La cosmovisión maya debería ser una entre otras cosmovisione presentes dentro del complejo y diverso mundo indígena. No es la más grande ni la más significativa, pero en la actualidad sí es la más políticamente correcta, en el entendido que remite a la población indígena a un pasado glorioso e idílico, lo cual parece más un argumento político que real.
La cosmovisión maya construye la identidad política del y la maya. Resulta poco lógico en este discurso un maya protestante, un maya católico. Y en la construcción de ese ideario político “criollo, moreno y con identidad” que lo maya esté menos asociado a lo occidental, entendiendo a este como el cúmulo de valores con los que se contrapone, pero obvia el desarrollo del cristianismo local como expresión de la construcción cultural de indígenas y ladinos, hombres y mujeres. Por lo tanto, lo maya parece ser más una pretensión política que una realidad social; no así dentro de los círculos intelectuales, donde contrario a otras realidades sociales, el intelectual maya es considerado “digno representante de…” solo por el hecho de asumir su identidad junto con su activismo político como lo políticamente correcto frente a la dominación postcolonial, o como diría Fannon y reafirmado por Guzmán Bockler “el colonialismo interno”, subjetivizado pues.
Noruega, Países Bajos (Holanda) y el discurso racista de nuevo cuño
¿Se puede ser racista desde la subalternidad? Muchos dirían que no, en tanto el racismo es una expresión del poder, pero cuando se observa repetidas veces que la versión “multicultural guatemalteca” financiada y apoyada por la cooperación internacional se hace patente en políticas y leyes, pues se asumiría que se entroniza como un poder. Por lo tanto, puede ejercer racismo.
Todo el dinero posible para desarrollar proyectos de la revitalización de la cultura maya, millones de dólares para la multiculturalidad, el financiamiento al extremis de una élite intelectual maya que facilita recursos financieros, hasta la presión diplomática para funcionarios mayas o que estén concientizados con el discurso maya, hace pensar sobre los motivos reales y ocultos de este fenómeno.
Las discusiones sobre lo maya llegó a límites cuando se produjeron propuestas como la necesaria existencia de un Estado Federado, o como el modelo español con regiones autónomas, un esquema de balcanización dentro de la ya balcanizada región centroamericana.
Suponiendo que los idiomas regionales constituyeran entes culturales integrados o medianamente homogéneos —lo que no existe— faltaría la discusión sobre los medios económicos que dichas regiones poseen, como hablar de una desconcentración real. Eso tiene que ver con los medios naturales, agua, bosque, suelo y subsuelo, pero desafortunadamente las regiones más “étnicas”, más pobres son las que promedialmente están en condiciones de desventajas económicas. Se necesitarían millones de dólares en inversión productiva para que el sueño cultural fuera posible. Sin embargo, eso no sucede, y es ahí donde el ideario liberal del siglo XXI puede tener lógica, como lo sucedido en el sur de Sudán —donde casualmente se encuentran los mayores yacimientos de petróleo— donde acaba de constituirse una nueva nación, auspiciada por los países que antes brindaban “cooperación desinteresada”.
Noruega y Holanda son entidades nacionales diversas culturalmente, pero homogéneas políticamente. Hasta los atentados de Utoya eran abiertos y socialmente solidarios con las causas nobles del mundo, pero aquel sueño acabó cuando se mostró crudamente que hay población en aquellas regiones donde el discurso solidario no cuadra ni a lo interno y menos a lo externo. El rechazo hacia los musulmanes, árabes, turcos, negros subsaharianos, gitanos, hace rememorar tiempos previos al nazismo. Ambas entidades nacionales se encuentran dominadas por entidades políticas que sostienen una proyección discursiva externa, que no necesariamente significa consensos internos.
Más de este autor