«… Por eso la ciencia y quienes la producen son desde ya actores protagónicos de la era poscoronavirus. Lo mismo cabe prever con el poder: las nuevas disputas de la narrativa política se asoman complejas, polarizadas y demonizantes. Destacadamente se perfila la profundización de las desigualdades sociales, que esta crisis sanitaria ha puesto al desnudo, así como los límites del Estado y de los mercados».
El coronavirus está provocando daños mundiales en la salud, la economía, la sociedad y los pueblos. Y lo más riesgoso para Guatemala son sus consecuencias políticas, que determinarán daños ampliados y profundos a largo plazo, que afectarán a la juventud de hoy y de mañana.
Las crisis pueden encaminar cambios hacia un mejor nivel de vida y una consolidación de la democracia o, como se vislumbra en Guatemala, perpetuar autoritarismos y el mantenimiento de los privilegios coloniales que la oligarquía ha disfrutado durante 500 años. El Estado y el mercado demostrarán sus límites para el bien común o el buen vivir. La sociedad civil urbana, las clases medias antiguas y emergentes, los trabajadores, los informales y los indígenas seguirán, la mayoría, en pobreza, desigualdad, excluidos y manipulados. Los pueblos y la juventud seguirán siendo discriminados racialmente y excluidos del desarrollo nacional.
La comunidad no es prioridad para gobiernos y Estado. Afortunadamente, el abandono en infraestructura, que aisló centenariamente a comunidades indígenas, hoy es el muro de contención de la pandemia, la cual se desarrolla y expande alrededor de los lugares centrales y metropolitanos de mayor movilidad humana, comercial y financiera. Emerge una luz de esperanza para que la comunidad refundada sea alternativa de consolidación de procesos locales que sirvan de ejemplo y fortaleza a los condenados de la tierra (guatemaltecos en general) en su proceso de liberación del colonialismo.
El confinamiento futuro será la realidad para las comunidades, y esta desventaja puede convertirse en alternativa a un desarrollo más humano, equitativo, democrático y sustentable. Para ello, la autoridad comunitaria debe refundarse sobre bases de responsabilidad y legitimidad, romper el cerco de la lucha solo por la supervivencia y la defensa ante la agresión del Estado y proyectarse a una verdadera autoridad amplia e integral, con sustento en cosmovisiones ancestrales de participación y representación.
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En el muro de Facebook del proyecto Tejiendo Paz se expresa una idea aproximada de la refundación comunitaria: «El covid-19 también nos despierta el pensamiento. Los pueblos indígenas deben tener una estructura, una hegemonía de encuentro, de diálogo y de propuesta, y un plan de contingencia», a lo que yo agregaría un plan de desarrollo endógeno.
Se busca enajenarnos del capitalismo dependiente para forjar lo que muchos están conceptualizando a raíz de la crisis: el comunitarismo autónomo. La Guatemala monocultural seguirá en esa dependencia capitalista que puede afectar poco a las comunidades confinadas por dicho modelo, las cuales pueden erigir un modelo productivo comunitario, pero no anclado solamente en técnicas y lógicas ancestrales, sino también renovadas tecnológica y culturalmente.
Necesaria es la articulación horizontal de comunidades y posponer la propuesta ascendente que algún sector de la izquierda política y social propugna desde hace años: una articulación de la comunidad al municipio y de este al departamento para aterrizar en lo nacional. Eso no opera en tanto no se fortalezca y se refunde lo comunitario: aplanar la estructura organizativa, diría yo, no replicando el modelo, por ejemplo, del sistema de consejos de desarrollo, infuncional y vulnerable en todos sus niveles.
Se debe superar la romantización de la agricultura precaria y de subsistencia que impone el modelo colonial y desarrollar e innovar la etnotecnología mejorando la producción para consumo interno y entre comunidades, sumando a ello el empoderamiento científico, artístico y práctico entre la juventud comunitaria, y ampliando y diversificando las tareas productivas y culturales, sustentables y pertinentes que busquen abatir el consumismo del capitalismo dependiente.
La comunidad refundada implica autoridades legitimadas por la sociedad comunitaria total, con competencias jurídicas, económicas, culturales, sociales y políticas que permitan la interlocución con el Estado de manera más equitativa, ejerciendo derechos, no subordinada ni aislada de otras realidades. Hay que rescatar la confianza plena de la sociedad hacia sus autoridades y aprovechar la legalidad existente, que, aunque precaria, puede utilizarse provechosamente (por ejemplo, el artículo 8 del Código Municipal, que reconoce la autoridad ejercida por las autoridades tradicionales). Acciones más concretas en el próximo artículo.
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