En esta Guatemala, la mayor parte de la población apenas sobrevive por debajo de la línea de pobreza, que no solamente se refiere a la falta de capacidad de adquirir bienes y servicios, sino que incluye también poca oportunidad de obtener vida de calidad, poca expectativa de vida, alta tasa de analfabetismo, falta de acceso sostenible a una fuente de agua tratada, privación del acceso a servicios de salud, niños de bajo peso para sus edades y una tasa de desempleo de largo plazo.
El periódico español El País, en su reciente reportaje El hambre que cien años dura, refiere que el Corredor Seco y Baja Verapaz viven aquejadas por crisis alimentarias. El hambre, la desnutrición aguda y la desnutrición crónica, una desnutrición lenta e invisible que no mata, pero que destruye futuros y afecta al 46.5 % de sus niños, convierten a Guatemala en el país de América Latina y el Caribe con mayor incidencia.
En este reportaje, Miguel González Gullón, máximo responsable de la Cooperación Española en el país, comenta las dificultades para conseguir que sea el Estado el que tome las riendas de la lucha contra la desnutrición. Razona que Guatemala no solo redistribuye poco (de sus impuestos) a través de lo público, sino que además su inversión en partidas tan importantes para erradicar la desnutrición, como la sanidad, es insuficiente. Apenas destina un 2.2 % del PIB a salud, muy por debajo del 6 % mínimo que recomienda la OMS, y además lo hace mal. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, este país tiene la sanidad más ineficiente de la región.
Doña Zoilita, una joven madre q’eqchi’ que creció en el interior de una finca de esa otra Guatemala, comenta: «El hambre es fregada. Nosotros sembrábamos 20 tareas de maíz y frijol, cosechábamos 30 costales de mazorca y unos 10 quintales de frijol. Nos alcanzaba para comer todo el año. En ese tiempo había trabajo en las fincas de café y cardamomo. Trabajando cuando había corte o chapeando surcos, ganábamos unos centavos para comprar medicinas. Ahora no sé que hace la gente. No hay trabajo. Los maridos se van porque no tienen tierras para sembrar. Y si siembran, la sequía quema la milpa. Pobres gentes que no tienen que comer. Sus niños se mueren y solo pueden mirar».
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Los esfuerzos gubernamentales no se enfocan en mejorar el estado nutricional de la población. El presupuesto de la nación se despilfarra y se desvía hacia el Ejército mientras la exclusión y la desigualdad continúan cobrando vidas en la población más vulnerable. Poco saben ellos (y nosotros) de lo que significa para un pequeño pasar días sin tener un plato de comida.
Para luchar contra el hambre debemos librar una batalla integral, pero sobre todo asumir compromisos. En Purulhá, un municipio donde siete de cada diez niños sufren desnutrición crónica, una pequeña organización de voluntarios creó, con apoyo de Refuge International, un plan piloto de bajo costo para apoyo integral en la estimulación temprana, la salud y la nutrición preventiva de un grupo de infantes considerados en alto riesgo y de sus madres. Fueron incorporados al programa antes de alcanzar la ventana de los mil días y, en cuestión de meses, el 100 % de los pequeños participantes fueron monitoreados por la Dirección de Salud del Ministerio de Salud, estudiantes de Trabajo Social de la URL y la Sesán. Todos fueron diagnosticados como niños saludables, con peso y talla normales. Este resultado ya había sido obtenido antes, aunque en un tiempo más prolongado, mediante un programa con 37 niños en edad escolar y sus familias.
El pequeño programa es la prueba, basada en evidencia, de que con bajo presupuesto y compromiso se puede coordinar una ejecución efectiva y optimizada de recursos en beneficio de la población excluida sistemáticamente de la economía e invisibilizada por nuestra ocupada agenda de ciudad.
Es importante tomar conciencia de nuestra responsabilidad ciudadana de velar por el derecho a la seguridad alimentaria de la población rural y exigirle al Estado la priorización de la protección de vidas por encima de la adquisición de pertrechos de guerra.
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