El proceso electoral sigue su marcha inexorable y el momento en el que los guatemaltecos acudamos a las urnas está cada vez mas cerca, con lo que muchos ciudadanos empiezan a sopesar razones para elegir una u otra opción, o si finalmente, se decidirán por anular su voto o simplemente si se abstendrán de ejercer su derecho al sufragio. En el camino, los ciudadanos tienden a olvidar el poder que la democracia les ha otorgado: la posibilidad de decidir quién tendrá a su cargo el destino del país por los siguientes cuatro años.
El misterio de la democracia, sin embargo, es cómo los ciudadanos abandonaron esa capacidad de decidir, para simplemente emitir el voto por las razones equivocadas: el primer error es intercambiar el voto por cualquier promesa futura, o por cualquier bien, servicio o pago actual. Cualquier cosa que recibamos a cambio del voto será siempre menor a lo que podríamos obtener si eligiéramos bien: la posibilidad de tener servicios públicos de calidad, la esperanza de contar con carreteras en buen estado, o instalaciones escolares dignas para que nuestros hijos reciban educación, o la certeza de un buen servicio médico en cualquier centro de salud u hospital del Estado.
El ciudadano olvida que aunque no tiene que pagar de forma inmediata por el regalo o por la promesa que los políticos en campaña ofrecen, sí lo paga en el mediano plazo en servicios deficientes, ya que las comisiones extras, los servicios, las obras públicas y los insumos de mala calidad que se compran a precios sobrevaluados, el tráfico de influencias y las plazas fantasma son algunas de las formas con las que se cobran los financistas de las campañas electorales, por lo que al final, el regalo o la promesa recibida saldrán excesivamente caras.
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La segunda razón de votar erróneamente es cuando basamos nuestro voto en elegir a aquel candidato o candidata que debido a su posible caudal de votos, puede evitar que llegue alguna opción considerada nefasta: es el famoso voto por el «menos malo», por lo que para evitar esa catástrofe mayor, elegimos un mal menor. El problema con ese razonamiento es que nos conformamos con opciones francamente deficientes en cuanto a propuesta técnica se refiere, mediocres en cuanto a capacidad profesional y con tendencia a convertirse en autócratas dispuestos a cumplir todos sus caprichos y ocurrencias, tal como hemos venido atestiguando desde hace varios años: gobiernos cada vez más autoritarios, incapaces y corruptos. Es quizá por esta combinación entre interés clientelar y desesperanza que llevamos varias décadas eligiendo gobernantes cada vez peores, con la carga de malos gobiernos, servicios públicos deficientes e indicadores sociales terribles que nos hablan de pobreza, desigualdad y sufrimiento ciudadano.
Un breve vistazo a la calidad de propuestas de gobierno de los actuales 23 binomios presidenciales demostraría la pésima oferta programática de los partidos políticos, algo que sería previsible con este tipo de dirigentes políticos que nos dominan; lo preocupante, sin embargo, es que justo los pocos partidos con propuestas más serias y fundamentadas son precisamente los que tienen menos intención de voto; por el contrario, aquellas propuestas más populistas, técnicamente menos viables y con menos contenido serio son justamente las opciones que se consideran ganadoras. La explicación podría fundamentarse en la ley de oferta y demanda: quizá no tenemos buenas opciones, justamente porque los ciudadanos no las exigen, ya que se conforman con opciones francamente mediocres simplemente porque son «menos malas» a las que pretenden boicotear. Así se explica que hayan llegado el comediante y pésimo gobernante Jimmy Morales y el autócrata mitómano, Alejandro Giammattei.
No caigamos en la trampa. No entreguemos el poder que tenemos de elegir autoridades, votando por alguno de los primeros lugares en las encuestas, ninguno de ellos representa realmente un cambio. Hay mejores opciones sepultadas en el fondo de la intención de voto, de nosotros depende elevar esas opciones para que tengan realmente capacidad de pasar a segunda vuelta. Si todos nos ponemos de acuerdo, quizá esta elección sea diferente a la que siempre hemos tenido desde hace más de 20 años.
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