Con un contexto exterior rodeado de basura, los guatemaltecos tratamos también a los demás como basura. Despreciamos al otro por lo que piensa, por lo que viste, por lo que hace. En nuestro encierro personal y egoísta, todos los demás son basura y, según nuestra lógica mezquina, solo nosotros y los muy cercanos no lo son. Somos esos reyes que no notan que andan desnudos.
Largos años de bombardeo a favor del egoísmo y del supuesto emprendimiento, que en síntesis no son más que un estímulo al sálvate tú como puedas y con lo que sea, nos han hecho perder el sentido de lo colectivo, de la vida en común. Educados en la búsqueda del éxito individual, andamos convencidos de que, en el cielo negro del país, la única estrella que puede brillar es la nuestra. Somos incapaces de entender que las que brillan son constelaciones, y no estrellas solitarias.
Muestra evidente de todo ello ha sido la manera como los quetzaltecos y los guatemaltecos en general reaccionamos ante el grito de auxilio y alerta que los vecinos del valle de Palajunoj elevaron. Ellos ya no soportan los problemas de contaminación que día a día se agravan en su comunidad, cuyos barrancos han sido usados para depositar los desperdicios de los vecinos de la ciudad. Sin embargo, en lugar de exigir soluciones que beneficien a todos, los quetzaltecos simplemente han exigido a sus autoridades que les solucionen su problema. Ningún grupo de la llamada sociedad civil fue capaz de proponer formas activas y dinámicas para resolver no solo los problemas propios, sino también los que día a día ellos les ocasionan a los vecinos de Palajunoj. El alcalde se puso del lado de los que inundan a los otros con basura, incapaz de proponer soluciones inteligentes a un problema que tendría que ser el punto de partida de toda administración municipal.
Los demás guatemaltecos apenas si se enteraron del drama de los vecinos de Palajunoj, pues cada uno, desde su burbuja supuestamente acerada, le tira la basura al vecino. En la capital, el eufemísticamente llamado relleno sanitario, que en la práctica es un relleno de contaminación, apenas si recibe amonestaciones del Ministerio de Medio Ambiente, sin que el Ejecutivo llegue a entender que la cuestión del manejo de desechos es un problema de Estado, y no un simple problema municipal. Quien se aproxime al lago de Amatitlán entenderá rápidamente que la contaminación de este no es un problema del municipio de Amatitlán, sino una cuestión de todos los municipios que diariamente degradan el río Villalobos y demás afluentes. Pero nadie se mueve. Nadie hace nada. Los problemas se dejan a los otros. Y mientras en el Ejecutivo se trata de tomar por asalto el Congreso para desde allí proteger a militares y mantener sus crímenes en la impunidad, los sectores económicamente poderosos desvían los ríos de sus cauces para su único provecho, sin que el poder público haga lo mínimo para proteger al resto de los ciudadanos.
Todos queremos un Estado fuerte para que castigue a los otros, pero nos horroriza el solo pensar que se nos demande cumplir con nuestras mínimas obligaciones. Nadie quiere pagar por que los bosques se conserven, pero todo mundo exige agua potable en abundancia.
Guajeros que somos, nos imaginamos vivir en un país de eterna primavera, cuando lo que estamos recogiendo día a día es la basura de nuestro propio descuido y egoísmo. Con los sistemas de salud y educación en pedazos por nuestro propio descuido, imaginamos que la basura de servicios que los mercaderes de la salud y la educación nos ofrecen es lo óptimo, cuando su oferta no pasa el mínimo examen de calidad. Sin referentes objetivos, vivimos imaginando que lo nuestro es lo mejor y suficiente, incapaces de entender que la alienación a la que hemos sido sometidos nos impide ver que, mientras no nos pensemos como parte de un todo social, corresponsables de lo que a todos nos pase, no podremos salir del basurero en el que estamos metidos.
Resolver el problema de los desechos sólidos y húmedos es urgente no solo para Quetzaltenango y la capital, sino para todos los municipios y todas las aldeas. Resolver el problema de la basura es una cuestión de Estado, como lo es mejorar sustancialmente la calidad de la educación y los servicios de salud.
Un país que procesa adecuadamente su basura es un país limpio, y un país limpio es muestra de una sociedad que se quiere a sí misma, que entendió que no es la simple suma de sus habitantes, sino un colectivo en el que todos o al menos la gran mayoría saben que lo colectivo es primordial para una vida sana. Decir que el asunto del tratamiento de desechos es una cuestión de Estado no significa que los ciudadanos estén libres de responsabilidad. Todo lo contrario. Al decir eso estamos considerando que todos y cada uno debemos asumir el cumplimiento de normas y comportamientos establecidos desde el Estado.
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