Como estoy muerto y vos venís conmigo, no hay problema para pasar, pero aquí solo dejan entrar a abogados, fiscales, jueces, periodistas o parientes de algún preso. Como ves, hay un predio donde los trabajadores estacionan sus vehículos, desde Mazdas hasta Hummers blindados. El piso de asfalto, iluminado artificialmente. Avancemos y veamos a los policías, a los cancerberos, sentados frente a sus escritorios, donde yacen esos libros gordos en los que apuntan los datos de todos los que tienen e...
Como estoy muerto y vos venís conmigo, no hay problema para pasar, pero aquí solo dejan entrar a abogados, fiscales, jueces, periodistas o parientes de algún preso. Como ves, hay un predio donde los trabajadores estacionan sus vehículos, desde Mazdas hasta Hummers blindados. El piso de asfalto, iluminado artificialmente. Avancemos y veamos a los policías, a los cancerberos, sentados frente a sus escritorios, donde yacen esos libros gordos en los que apuntan los datos de todos los que tienen el infortunio de pasar por acá. Pero acerquémonos a las carceletas de hombres, que están del otro lado de las de mujeres. Desde acá se siente ese olor a podrido, a fruta pasada, a mierda, a cárcel. Dentro de dos rectángulos de unos cinco metros por dos de ancho están encerrados los presos del día. Los que van cayendo: pandilleros, patojos ricos que atropellaron a alguien después de una parranda, narcos con orden de captura, borrachos, piedreros. Algunos leen los periódicos. Otros se acercan a los barrotes cuando alguien se asoma y le piden agua o que les compren alguna fruta o cigarros. Y si la persona se niega, miserablemente le piden cualquier centavito que sobre. Pero hay otros que son más cotizados, a quienes no se les ve sin orgullo, que hablan con la prensa, que tienen varios abogados y que alegan rotundamente su inocencia. Y hay incluso los que alegan ante el PDH por las condiciones inhumanas en que viven acá. Han señalado que los inodoros que tienen en las carceletas se inundan y que el piso se vuelve chicloso con líquidos escatológicos.
La justificación de cualquiera que trabaje acá es que viene demasiada gente, sumada al argumento de la falta de fondos. Sucede que, como los juzgados de turno están tan saturados, los sindicados deben hacer cola. Y son tantos que, como el juez de primera instancia se tarda varios días en decidir si los amarra a un proceso o los deja libres, y porque no da tiempo de escuchar la declaración de tantos acusados, deben esperar al menos un fin de semana y un par de días más adentro de estos reductos infernales, que quizá son la parte más tétrica del edificio. Los acusados se mantienen con el mismo tacuche, que se para solo de lo pútrido. Y por eso gritan y por eso maltratan a los fotógrafos cuando quieren asegurar a algún sindicado de renombre para el periódico de mañana.
Cuando una mujer (puede ser policía o fiscal o abogada o periodista o pariente), sin importar su vestimenta o look, pasa por esta parte del sótano y la mirada de alguno de los encerrados la posee, se desata un festín de chiflidos y mamitas ricas que no se calman hasta que la mujer atraviesa de regreso la reja y se libra o camina sobre la rampa que permite la entrada de luz, donde ingresan los autos que traen a los presos cuando tienen audiencias. Esta rampa está en el lado de atrás de la Torre de Tribunales, a la par de la entrada a la Superintendencia de Bancos.
Pero no todo es así. No te asustés. Regresamos a la reja, y un truco para no esperar las colas donde los abogados se ponen a chismear en Puerto Barrios (planta baja) es bajar hasta acá y desde el segundo sótano subir. El ascensor, si es en las primeras horas, va siempre apretado, conducido por un ascensorista que conoce a todo el mundo que transita por acá. Saluda a los magistrados y a los periodistas por igual y siempre sabe dónde está la noticia. Vamos al 15, digo. Ya viste el círculo más inmundo. Ahora te llevo a lo más pulcro del infierno. El cuasi-penthouse. Se abren las puertas grises. El piso acá huele a cloro. Si no hay audiencias, el lugar puede esconder una tranquilidad como una meditación. Pero, si hay alguna audiencia de un caso sonado (La Línea, Cooptación del Estado, Ríos Montt, Siekavizza, Embajada de España o Sepur Zarco, por decirte algunos), estos dos niveles, el 14 y el 15, donde están los juzgados y los tribunales de mayor riesgo, respectivamente, se convierten en una arena romana.
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