Durante años he intentado reflexionar de forma consistente y sistemática el camino que nos ha llevado del sueño de la democracia, a la pesadilla de los procesos electorales, debido a que inexorablemente los ciudadanos parecen estar condenados a votar de forma constante por los peores candidatos y partidos disponibles. ¿Qué misterioso sortilegio ha llevado a tal grado de locura colectiva? ¿Por qué los ciudadanos han abandonado toda esperanza de alcanzar un buen resultado en los procesos electorales? La expectativa del ciudadano parece ser la razón profunda de tal comportamiento errático y absurdo, tal como ya Dante Alighieri nos advertía en su famosa obra La divina comedia al describir el rótulo que antecedía la entrada del infierno: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!», porque «hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia».
Cuando el ciudadano declara que no existen buenas opciones y en consonancia piensa que «todos los que se postulan son iguales», o cuando razona que los que son mejores no tienen oportunidad de ganar, por lo que deciden optar por una opción menos mala, abandona toda esperanza de transformación, con lo cual pierde el rumbo, lo que favorece que del sueño de la democracia lleguemos al infierno de los malos gobiernos: una sociedad resignada a lo burdo, lo ilógico, lo perverso, de manera que de exigir calidad, nos limitamos apenas a intentar evitar lo que se considera catastrófico.
La trampa de la desesperanza y del «mal menor» ha vuelto a funcionar, de manera que lejos de fijarse en propuestas y perfiles de calidad, se concentra en buscar todo lo malo de los candidatos o candidatas, intentando debatir cuál de las opciones es considerada la más amenazante, la más catastrófica. Ese razonamiento ha favorecido la debacle: en cada proceso electoral asistimos al circo que los candidatos montan atacándose unos a otros, o en la exhortación a votar nulo en la que han coincidido tres opciones a las que se les negó la posibilidad de participar, con el argumento que el sistema ya está condenado al fracaso, porque ya ninguno reúne los requisitos de calidad a la que podríamos aspirar. Con ese razonamiento derrotista, ningún candidato o candidata llena los requisitos de calidad: basta una declaración desafortunada, una acusación sin fundamento o una actitud inmadura para descalificar todas las opciones, con lo cual llegamos de nuevo al infierno de Dante.
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Me he dedicado desde hace más de veinte años a analizar los procesos electorales de Guatemala y de varios países cercanos, y con esa trayectoria bien consolidada puedo asegurar con propiedad que el razonamiento «todos son igualmente malos», es falso. En toda las elecciones, siempre ha existido alguna opción que puede diferenciarse del resto por una propuesta de calidad, por una trayectoria o perfil de estudios cualitativamente mejor que del resto candidatos o candidatas, por el buen desempeño del partido y la calidad del equipo del que se rodea, o por el entorno alejado de los vicios del poder del que proviene. Lamentablemente, la trampa empieza cuando el ciudadano ya no busca informarse racionalmente, sino que se deja guiar por emociones vacías de contenido: la canción más pegajosa, la promesa más falsa y estrambótica, o la postura más cómica o entretenida. A lo largo de este tiempo electoral he indagado en muchos de los foros a los que me han llamado para hacer análisis electoral y en todos ellos, he realizado votaciones simuladas antes de iniciar mi platica: descubrí que incluso en los foros de más alto nivel, en donde hay ciudadanos y ciudadanas críticas y bien intencionadas, la elección se ha basado en razonamientos basados en la desesperanza y la poca información: prácticamente ninguno ha leído planes de gobierno o buscado informarse sobre el entorno y la trayectoria de cada partido, pese a que cada vez más hay más información disponible. Los ciudadanos siguen votando a ciegas, guiados por el principio de que ya no hay nada bueno que esperar, han abandonado toda esperanza de transformación.
La responsabilidad del ciudadano es despertar de esta pesadilla y volver a encaminarse hacia la senda que nos conduzca hacia el paraíso prometido, empezando por negarse a votar por el supuesto mal menor. En la actual contienda electoral, hay varias opciones de calidad que se convierten en una alternativa real, en una promesa de cambio: es deber del ciudadano buscar la información que le permita elegir de mejor manera. De ese cambio de actitud dependen los cuatro años que nos esperan: reencauzar la senda de la esperanza o encaminarnos al infierno en el que hemos vivido desde hace décadas.
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