Hemos visto películas viejas y nuevas con los niños, los cuatro metidos en la cama, comiendo pizza y riéndonos de tonteras. Comemos juntos y escuchamos las cosas importantes de dos personitas cuyos mundos se detuvieron y a quienes no les queda otra opción que tomarnos como único público para sus ideas. Tratamos de darles espacio para que tengan libertad, pero igual me gané el apodo de Ojo de Sauron, que todo lo ve, un poco por sugerencia propia y otro bastante por queja/admiración de los enanos. El problema, a veces, es esa obligada convivencia cercana en la cual ninguno de nosotros tenemos oportunidad de separarnos de nuestros roles dentro de la casa simplemente porque no salimos de ella. Confieso que, aun siendo lectora de toda la vida, lo que más me ha costado es concentrarme en un libro, por lo que los pocos que me han atrapado los tendré entre mis favoritos por mucho tiempo. Si ustedes han luchado por pasar las páginas o por ponerle atención a una pantalla, no están solos. Y, como creo firmemente en que las banalidades nos pueden servir de balsa liviana para vadear los tiempos pesados en los que estamos, les comparto algunos de los que me sirvieron a mí.
Libros
The Remains of the Day, de Ishiguro. Vi la película hace mucho tiempo y me pareció la cosa más aburrida sobre la faz de la Tierra. Además, el personaje de Hopkins me provocó ganas de abofetearlo. Pero hace unos años leí El gigante enterrado, también de Ishiguro, y me enamoré de su estilo. Este libro no me decepcionó. Es de esos relatos que tienen capas sobre capas y que permiten disfrutar tanto el estilo como el fondo.
Caín, de Saramago. Este portugués lo mete a uno en sus relatos porque conversa con uno. Es un observador y narrador de cosas que pueden ser obvias, pero que iluminadas parecen extraordinarias. Entre todo, este libro me tocó algo especial por su estudio de la importancia de las palabras. Además, la trama es entretenida en sí.
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Los cuentos cortos de Ray Bradbury. Al principio del encierro no podía leer más de tres páginas seguidas. Los cuentos de Bradbury no llegan a más de eso y son perfectos para los momentos robados a la rutina de la casa y de los niños. Todos tenemos cinco minutos para ponerle atención a algo que no sean las tareas y la comida.
Series
The Last Dance (Netflix). Para los que crecimos viendo a los Bulls de los 90 (que ganaban todo), nos maravillamos con la perfección de Jordan y lloramos su retiro, esta serie documental es toda nostalgia. Para los que no, igual es buena porque no ha habido un atleta con semejante perfil a nivel mundial en tiempos modernos. Aunque erra en cuanto a contar su lado de la historia (claro, está hecha por la productora de MJ), no es posible negar la excelencia del tipo.
Westworld (HBO). Sangrienta, sexosa, ágil. Pero tan bien contada que podría quitarle uno todo lo llamativo y seguiría siendo interesante. La violencia, además, no es gratuita: avanza la historia. Cada capítulo empuja a pensar qué considera uno como humanidad y dónde está la línea que divide la voluntad propia de lo compulsivo. En estos tiempos en que psicólogos y filósofos se cuestionan si uno realmente tiene libre albedrío, esta serie cae como anillo al dedo. Además, está llena de paisajes asombrosos, gente bonita y mucha acción.
Películas
The Killing of a Sacred Deer y Midsommar. Las junto porque creo que ambas tratan acerca de lo mismo: la modernización de los mitos que nos han acompañado en nuestro recorrido como seres humanos. Ambos directores cuentan sus historias desde puntos de vista muy distintos y vale la pena pararse a su lado para ver las películas desde una perspectiva un poco distante. No puedo decir que me hayan gustado, pero sí me hicieron ponerles atención.
Si ustedes han tenido otros salvavidas en estos días difíciles, también compártanlos. Seguro los iremos necesitando.
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