Infortunadamente, en Guatemala escasea de todo un poco. Escasea el bienestar físico y material y, para la mayoría, la oportunidad digna. Pero también escasean la esperanza, el optimismo y la solidaridad. La guatemalteca y el guatemalteco medios se han vuelto apáticos ante aquello que llamamos político. Y no es difícil ver por qué. La mayoría de ofertas políticas (las tradicionales y también las emergentes) replican vicios fundacionales de exclusión, oportunismo e improvisación. La mayoría de sus idearios, saturados de mitología. De cada tanto en tanto aparecen proyectos contrahegemónicos con aromas de transparencia y genuinidad. Uno se ilusiona y le concede una última oportunidad al romance político. Y es que, después de tanto despecho, creer en algo o en alguien es casi una falta de amor propio, sobre todo si los hábitos, las conductas y las orientaciones que uno ve por todos lados sirven de oráculo. En conflicto esencial, nos preguntamos: «¿Me permito creer una vez más? ¡Es que todos son iguales! Pero ¿será que esta vez sí van a ser cabales?».
Resulta que a veces sí. A veces asoman su testa proyectos cívicos cabales, empáticos, que buscan como objetivo central romper sistemas de privilegios, reemplazar mitos por narrativas incluyentes y desafiar los poderes establecidos. Como un eclipse solar pleno, raros e inverosímiles, emergen de vez en nunca liderazgos emancipados y despojados de su macho, su criollo y su materialista interno, dispuestos a sostener la gran lucha por la equidad y la justicia social. Si es necesario, proclaman: «Hasta la muerte».
Hoy, en medio de tanta apatía, desinformación y falsas primaveras en las que el malsano cinismo ha devorado el buen escepticismo, un grupo de ciudadanos guatemaltecos dio un paso al frente para asumir el exigente reto de transformar (o mejor dicho recuperar) la forma de practicar política partidista en el país. Con un robusto plan estratégico, nos dicen, y una representación genuina y diversa (una mayoría alternativa) nos mostraría una nueva forma de hacer política. Aunque yo prefiero decir que buscan no ser politiqueros reincidentes, sino dignificar la política tal y como fue concebida desde siempre.
Entra en escena, pues, Movimiento Semilla.
Lo primero que deberíamos examinar con suprema minuciosidad es su propuesta renovadora, si es que la hay. Para ello, a su vez, debemos identificar los elementos que configuran la vieja política. Dentro de las piezas básicas del discurso politiquero se encuentra el racismo solapado, esa teoría que decreta la superioridad multidimensional de unos sobre otros por razón de diferencias étnicas exclusivamente. Estas nociones abstractas, falsas desde su concepción, cuando son aceptadas, se traducen en prácticas discriminatorias que destruyen sociedades. Y cuando estas malas prácticas se extienden en el tiempo se absorben socialmente, se interiorizan individualmente y se normalizan institucionalmente a través de leyes injustas y costumbres inhumanas.
Guatemala es un país racista en todos estos sentidos y se necesitan actores políticos que entiendan la historia colonial con todas sus implicaciones y se sepan bien equipados para desmantelar el etnocentrismo desde su raíz. Agentes públicos que destronen estructuras hegemónicas, criollas y ladinas y erijan una nueva nación desde la Quautlemallan profunda, donde quepamos todas y todos, con todos nuestros talentos e inquietudes. Sin esto, en un país en donde casi la mitad de la población pertenece a los pueblos originarios, cualquier propuesta electoral estaría destinada a fracasar. Y a fracasar estrepitosamente. Un descalabro que implica traición a todos los que decidieron avalarla en espíritu y acción.
El secretario general provisional de Movimiento Semilla, Edelberto Torres-Rivas, a quien yo admiro por su trayectoria y trabajo, cometió un desacierto monstruoso en entrevista radial el viernes recién pasado, cuando se le colaron varios descuidos, demasiados para una persona con su conocimiento de las estructuras sociales en la América Latina colonizada.
El primer error, me parece a mí, fue desacreditar la desconfianza como tal, que es casi obligada en un Estado en el cual los pueblos son burlados una y otra vez. Este comentario derivó en una desafortunada explicación determinística por la que asigna características naturales de desconfianza y tristeza a los pueblos indígenas de Guatemala. De acuerdo con el respetado maestro, quienes tenemos alguna cuota de sangre indígena como producto del mestizaje (entre un 40 y 50 % de la población, según a quién se le pregunte) hemos heredado esas emociones del gen indígena. Para más inri, habló en defensa de los españoles, a quienes según él les echamos demasiadas culpas, e idealizó la sangre catalana. Implícito a primera vista está el visto bueno a la configuración colonialista del poder. A la hegemonía eurocéntrica, pues.
Ahora bien, descrito ya lo que sucedió tal cual, toca matizar evaluando las circunstancias. Edelberto Torres-Rivas cumplió 86 años hace poco. Yo mismo le di su abrazo de felicitación. Y es sabido que no se encuentra en el mejor estado de salud. Edelberto es, además, en esencia, un académico, pero el viernes fue Edelberto el político, líder e ideólogo de Semilla el que se resbaló, y feo. No se sabe si quiso decir algo bueno y lo dijo mal o si evidenció su propio racismo interiorizado, que se las había arreglado para permanecer oculto por décadas. Yo quisiera pensar en lo primero.
En todo caso, me parece a mí que lo que está en juicio no es la humanidad del sociólogo, sino la solidez de un proyecto político que se dice renovado, futurista y diferente.
Como institución permanente de derecho público (todo partido lo es) está llamado a reconciliar su retórica con su accionar. En esta ocasión falló en eso, pero se espera una respuesta coherente, pertinente y absolutamente necesaria para la supervivencia y viabilidad de una plataforma que es aún una simple promesa.
Hay otros miembros de Semilla (jóvenes, preparados y comprometidos) que mejor podrían hacer el trabajo que exige la coyuntura y a quienes yo, desde este espacio, desde este índigo esencial, les otorgo el beneficio de la duda. La junta provisional está por convertirse en permanente y es entonces cuando se verá la madera (o el humo) de Movimiento Semilla.
Veremos entonces si es hora de emigrar a la próxima estación e intentar, casi por milagro, volver a creer.
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