En junio de 2018, después de la presentación de su libro Mi vida en primaveras, Myrna Torres Rivas me dijo que había toda una historia silenciada respecto al papel de las mujeres en las grandes gestas históricas. Un síntoma más de la desigualdad estructural, pues las mujeres y los pueblos indígenas siempre han tenido que ir a contracorriente, conquistando sus derechos sociales y políticos, frente a una estructura de poder que se nutre de la violencia y la vulnerabilidad.
En el afán de contribuir a divulgar los caminos recorridos por las mujeres que fueron protagonistas fundamentales de nuestra historia política, a diez años de su fallecimiento y en el marco del que sería su cumpleaños número 104, comparto algunos datos sobre María Cristina Vilanova Castro, pero no sin antes reconocer que el esfuerzo más importante por indagar sobre su trayectoria siguen siendo el homenaje que el uruguayo y doctor en historia Roberto García Ferreira le rindió en la revista Mesoamérica y sus investigaciones sobre el inhumano exilio al que fueron sometidos los Árbenz Vilanova por todo el mundo.
Nació el 17 de abril de 1915 en el seno de la oligarquía terrateniente de El Salvador y de Guatemala. Por el lado salvadoreño, la familia de su padre se dedicaba al cultivo de café y caña de azúcar. Por el lado guatemalteco, su madre, María Dolores Castro Arrechea, era descendiente de los Urruela, una de las familias asociadas al flote de barcos y de vinos durante la época colonial y propietarias de fincas cafetaleras desde el siglo XIX. La precarización formó su conciencia social. Sentía como propias las injusticias sociales que veía en su casa, como cuando su padre le dijo, después de un levantamiento de campesinos, que habían matado a miles de ellos. En una sociedad en la cual los antagonismos de clase estaban muy marcados, creer en el cambio político al tiempo que se pertenecía al pequeño grupo dominante implicaba necesariamente traicionar los orígenes. Pero doña María no era una traidora, sino una visionaria, una combatiente de la justicia social. Estaba convencida de que la revolución podía generar igualdad de derechos y de oportunidades.
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El 25 de junio de 1944 se encontraba en las protestas magisteriales en las que fue asesinada la maestra María Chinchilla. Un mes después pagaba y firmaba un comunicado de prensa exigiendo la renuncia de los diputados del Congreso y antes del 20 de octubre planeaba la revolución por medio de cartas con Jacobo Árbenz. En diciembre del mismo año llevó a cabo, acompañada de Jorge Toriello, un viaje de buena voluntad a Washington para exponerles los proyectos de la revolución al presidente Roosevelt y al Departamento de Estado. Durante la administración del presidente Árbenz implementó una serie de programas sociales: espacios artísticos, garantías laborales de los campesinos agrarios y políticas de alfabetización. Se puso del lado de los más vulnerables, especialmente los niños desposeídos. Impulsó la creación de un hogar temporal en la prisión de mujeres para que los hijos de las prisioneras no tuvieran que vivir encarcelados, la fundación de comedores y guarderías infantiles para los hijos de los trabajadores cesantes y la construcción de la Ciudad de los Niños en San José Pinula, donde a los menores se les garantizaba alojamiento, educación escolar y la organización de su vida económica y social.
Mi primer acercamiento a su historia fue en el hogar de los Árbenz Vilanova en las afueras de San José, Costa Rica, en el año 2015. Una tarde calurosa, mediante recortes de prensa de la época y anécdotas de su hijo Jacobo y de su nieta Claudia, fui entendiendo su entereza, su bondad y su claridad política. Doña María fue una mujer que, a pesar de haber podido optar por la comodidad y los privilegios, nunca abandonó sus convicciones políticas, su lealtad al amor de su vida y su esperanza por el cambio político. Así como se quedó en Guatemala entre 1944 y 1954 para formar parte de las transformaciones sociales, así mismo regresó en 1995 a decir: «Que lo lleve el pueblo. Es lo que Jacobo habría querido», cuando autorizó que se rompiera el protocolo militar en la repatriación de los restos del presidente Árbenz. Asimismo, se quedó al lado de los suyos aun cuando tuvo la oportunidad de parar individualmente con su tortuoso exilio. Si bien su rebeldía a favor de los más necesitados le costó sus relaciones familiares, principalmente con su padre, su ejemplo nos enseña que los métodos de lucha podrán ser infinitos, pero que los principios son irrenunciables.
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