El joven, con voz ronca y queda, obviamente fingiendo, me entregó un sobre mientras me decía:
«Seño, yo sé que ustedes en la biblioteca han ayudado a chavitas a poner denuncias por acoso en Internet. Le traigo algo que le puede ayudar a fulano de tal con una denuncia que puso por unas fotos que circularon de su hija, que es una nena. No le puedo entregar estas pruebas personalmente porque son de un pariente cercano a mi mamá y, si ellos saben que yo los eché de boca, estoy seguro de qu...
El joven, con voz ronca y queda, obviamente fingiendo, me entregó un sobre mientras me decía:
«Seño, yo sé que ustedes en la biblioteca han ayudado a chavitas a poner denuncias por acoso en Internet. Le traigo algo que le puede ayudar a fulano de tal con una denuncia que puso por unas fotos que circularon de su hija, que es una nena. No le puedo entregar estas pruebas personalmente porque son de un pariente cercano a mi mamá y, si ellos saben que yo los eché de boca, estoy seguro de que me va a ir mal. Confío en que usted hará lo correcto aunque se arriesgue». Y se marchó dejándome en las manos el sobre, que contenía un teléfono celular.
El joven está en lo correcto. Muchas veces jóvenes de ambos sexos se han acercado a nosotros a pedir asesoría diciendo «es para un amigo», pero nos hemos enterado así de cómo hay redes de trafico digital de pornografía infantil. Muchachos que se hacen pasar por novios para engañar a las niñas y jóvenes menores de edad y enviarles el famoso pack. Este tipo de solicitudes ha hecho que busquemos asesoría en el tema. Mi red de contactos en Internet ha sido de gran respaldo. Por esta logré conseguir asesoría de la Policía de Ciberdelitos de la Policía Nacional Civil, que nos ha acompañado en denuncias de páginas que publican las mencionadas fotografías.
En esa asesoría me sugirieron entregar el teléfono a la persona que me mencionó el joven para que esta, como denunciante, lo entregara al Ministerio Público como prueba dentro del proceso que ya se tenía iniciado. Lo entregué sin encenderlo ni buscar nada de lo que contenía, pues mi trabajo implica responsabilidades que debo asumir al tener conocimiento de abusos. Yo no tendría el valor de ver fotografías de contenido sexual de niñas y jóvenes que son usuarios de la biblioteca. Además, en un pueblo donde todos nos conocemos, es mejor no profundizar en temas delicados cuya resolución no está en nuestras manos. Hay cosas de las que es mejor no saber mucho.
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Unos días después recibí una llamada de un teléfono monedero. Era la misma voz fingida del joven que me entregó el aparato, quien me suplicaba que no diera a conocer su identidad. El propietario sospechaba que él podía tener el aparato y, según parece, el móvil contenía contactos, fotografías y conversaciones que lo implicaban en delitos. Yo no puedo dar a conocer su identidad porque desconozco quién es el joven. Desde entonces me ha tocado hacer viajes a la Fiscalía de Delitos contra la Mujer para declarar dentro del largo proceso. De esto ya va más de una vuelta al Sol, y las cosas parecen no avanzar.
Esto deja al descubierto un problema peligroso del que no se habla. Padres y maestros debemos enseñar a las niñas a afrontar la presión de grupo y a manejar su sexualidad. La brecha generacional que existe en el manejo de la sexualidad (ahora por redes sociales) les complica a los padres responsabilizarse de lo que sus hijos hacen en el celular. Si es difícil para aquellos que no manejan redes, lo es mucho más para quienes no pueden escribir. Un sermón o una prohibición no son suficientes para contener el cúmulo de hormonas que golpea de pronto a una juventud que no sabe manejarse. Los grupos presionan para enviar y compartir fotografías íntimas que quedarán expuestas al mundo para siempre.
Los docentes debemos abordar los temas y orientar a padres e hijos. Para que las niñas no se expongan. Para que no confíen en personas que las traicionan. Para que los jóvenes se enteren de que el delito de pornografía infantil tiene penas fuertes. Los padres debemos asumir sin excusas nuestro papel de orientadores y fiscalizadores. Debemos tener acceso a sus contraseñas. Si nos es imprescindible darles teléfono a nuestros hijos, cumplamos nuestro compromiso de revisarlo periódicamente, especialmente si son menores de edad.
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