Se trata de un largometraje que elucida entornos poco conocidos de uno de los peores asesinos seriales de Guatemala, pero también pone en el tapete su iterativa presencia (como dinamismo del mal) a lo largo de la historia de nuestro país.
El guion tiene como particularidad un inmejorable manejo de la digresión (habilidoso cambio de tiempo que permite trasladarse del mundo real al mundo ficticio). En esa transferencia hay una continuidad lógica de las acciones reales a las imaginarias (diégesis) en tres vórtices de tiempo y espacio: 1946 (año en que sucedieron las violaciones y los asesinatos en serie de niños que acometió José María Miculax), 2002 y 2016 (años en los cuales se hace reiterativa la presencia de esos otros Miculaxes que a diario enlutan a la sociedad guatemalteca).
Después de participar en el estreno y en dos fluidos diálogos con Luis (conseguidos por mediación de nuestro amigo en común, Estuardo Fernández Peláez), pude colegir los siguientes contextos en orden a sus condiciones de autor y productor.
Su primer propósito fue manifestarse como artista y demostrar todo lo que se puede hacer (casi desde cero en lo que a recursos económicos atañe) cuando prevalecen la voluntad y la constancia. El segundo fue señalar que Miculax, como maléfico dinamismo, está presente en el diario vivir de Guatemala. Y el tercero está fundamentado en la seguridad que provee una familia nuclear integrada, la cual, desde una total confianza de los unos en los otros, puede generar una nueva vida aun cuando el grupo familiar haya sido golpeado.
La trama —como expliqué en el tercer párrafo— está ambientada en tres tiempos y espacios diferentes. Para fines de este artículo, interesa el de 1946, pues es indudable que para el buen logro del largometraje fue necesario hacer mucha investigación bibliográfica y de campo. Ello incluyó búsquedas en la Hemeroteca Nacional, lecturas de tesis y otras obras que tratan del tema, así como visitas exploratorias a varias regiones del país cuyo resultado fue la escogencia de San Juan del Obispo, un pueblo del departamento de Sacatepéquez, para ambientar la película. Se arguye también acerca del momento crítico que vivía el gobierno del presidente Juan José Arévalo Bermejo (a causa de dichos crímenes) y de las fuertes presiones sociales que este sufrió. Fueron tantas que hubo que encauzarlas desde la presidencia hasta los entes investigadores. En este segundo tablado —el de los investigadores— hay otro importante desenlace que pregona la esperanza. Su final es tan inesperado como vivificante. Por supuesto no correré el velo porque sería como revelar la solución de un acertijo.
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Sin duda alguna, la película tiene un fuerte contenido de denuncia con relación a las injusticias de la época (sociales, económicas y políticas), pero también de anuncio en cuanto a que el bien prevalece (y debe prevalecer) sobre el mal. El aval lo provee el final feliz, que se repite en dos escenarios debidamente documentados.
En la entradilla del artículo consigné que la película no podía haberse presentado en mejor momento. Las razones son las siguientes: Miculax sigue libre, Miculax sigue violando, Miculax continúa acosando y matando niñas, niños y mujeres en las narices de nuestros gobernantes. Y a Miculax Bux —hoy con otros nombres y desplegándose en otros entornos diferentes a aquellos donde operó en 1946— tenemos que hacerle frente nosotros, como personas y como sociedad. Y la película de Garistú nos provee tres derroteros para lograrlo: transformación de la persona, firmeza en nuestras decisiones y un retorno al amor. La simbología que utilizó para los antes y los después de cada trama es muy elocuente.
Del autor puedo decir que, con la humildad que lo caracteriza, le dio el debido lugar a su elenco artístico durante el estreno y después de este. Y esa humildad ha de haber pesado mucho para que (a sugerencia de Cinépolis Costa Rica) el estreno fuera en la cabecera municipal de San Pedro Carchá, el pueblo donde él creció. Me contó que él nació en Santa María Cahabón, que creció en San Pedro Carchá y que lo identifican como cobanero. De tal manera, Luis se considera un altaverapacense de pura cepa.
Estimado lector, el filme no puede dejar de verse. No en los momentos que vivimos los guatemaltecos. Uno de sus mejores llamados es a reconciliarnos con nuestra propia existencia (como personas y como sociedad).
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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