La película Pasolini, recientemente agregada a Netflix y protagonizada por Willem Dafoe, reconstruye sus últimos días de vida. En esta, el director italiano acaba de terminar de filmar Salò, su película más irreverente y controversial, y se encuentra en el proceso de escribir los guiones de otras dos películas. Se nos muestra a un Pasolini tranquilo y enfocado de lleno en su proceso creativo, como puede vérsele en las entrevistas disponibles en línea. Pero la vida de il poeta fue tormentosa, estuvo marcada por la persecución. Es por ello que su trabajo aborda siempre el tema de la opresión y se encarga de darles voz a aquellos a los que Deleuze se refería como «los que faltan». Él mismo pertenecía a ese grupo: era pobre, ateo, comunista y homosexual. Su trabajo no es, empero, una crítica gratuita contra todo lo que estaba en su contra. Pasolini poseía esa escasa capacidad de visualizar y manifestar su propio tiempo para recrearlo con feroz honestidad. Como decía la presentación de su primera película, Accattone (1961), el suyo era un cine que no nacía del mundo del cine, sino de la experiencia poética.
Comprometido desde joven con la lucha antifascista, asumió el cine como una herramienta más para su reflexión, pero sobre todo para hacerles un ataque frontal a los discursos de ultraderecha y a la hipocresía de la moral conservadora, así como a la situación que atravesaba su sociedad. Pasolini sabía que, aunque se hablara de democracia y de libertad de expresión, una nueva fuerza — más oscura, como él la vislumbraba— tomaba el control de todo discurso y conciencia. El poder que el fascismo mismo no había llegado a tener lo conseguía la nueva sociedad de consumo. Era una fuerza que ya no utilizaba la radio para manipular al pueblo, sino que por medio de nuevas estrategias hacía uso de la televisión y de la llamada cultura de masas. Como él mismo lo expresa en una entrevista, el nuevo discurso se enfocaba en crear un «ideal artificial de vida pequeñoburguesa […] que excluye al espectador de toda participación política, que no lo deja pensar por sí mismo, [en el que] prácticamente no puede ser pronunciada una palabra, en cualquier modo, verdadera». Hoy a esa deslegitimación a priori del discurso o aprisionamiento de ideas se lo llama lo políticamente correcto. Es el perímetro que desde diversas tecnologías de comunicación e información disciplina el pensamiento y determina qué conceptos, pretensiones y visiones del mundo podemos tener y cuáles no. «Solo les pido que miren alrededor y vean la tragedia […] la tragedia de que ya no existen los seres humanos, solo máquinas extrañas que chocan entre sí […] Todos queremos lo mismo y nos comportamos de la misma manera», dice el cineasta en la voz de Dafoe.
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El cine de Pasolini es transgresivo en todo el sentido de la palabra. Puede ser absolutamente ofensivo. Mas lo que lo hace tan grotesco es su cercanía a la realidad. Salò es una película insoportable de ver porque la sociedad de consumo es igualmente insoportable. En el cine de Pasolini no existe el amor porque, en la sociedad capitalista, el amor, como relación intersubjetiva, está prohibido de antemano. Solo existe el deleite individualista incapaz de relacionarse de manera auténtica con el otro. «En este panorama cambiante hay un deseo de muerte que nos une a todos como hermanos, todos atrapados en el siniestro fracaso de un sistema social entero que produce una raza de gladiadores entrenados para tener, poseer y destruir», afirma en su película biográfica.
Hay arte capaz de mostrarnos la realidad en la que estamos sumergidos, que generalmente no queremos ver (las verdades incómodas, las personas de las que nos hemos olvidado y el acto mismo de hacerlo). Este tipo de arte constituye un acto de desobediencia: interrumpe toda expectativa creada por el orden dominante para plantearnos otras alternativas. Lo dice así el personaje de Dafoe: «El sentido común nunca detuvo esta situación […] Sé que machacando sobre el mismo clavo puedo derribar la casa». Como lo plantea la filósofa Rosi Braidotti: «Solo se puede vencer al sistema desde dentro […] y va a doler».
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