Eso comentaba un amigo sobre la pelea del siglo que recientemente protagonizaron dos alcaldes. Me da mucha tristeza ver cuánta razón tiene: nos conformamos solo con atender lo que nos muestran. A ver quién tiene el alcalde más verrón. Con más vergüenza que pena vemos que algunas personas se entusiasman más con estos espectáculos de torpeza que con hacer denuncia social para que los servidores públicos realicen su trabajo responsablemente.
Qué alegre sería que los alcaldes compitieran por ver quién logra el mejor índice de desarrollo humano o maneja mejor la pureza del agua, indispensable para la población más vulnerable. O que compitieran para demostrar quién declara primero su municipio libre de desnutrición o analfabetismo. Pero, al paso que vamos, falta poco para que decidan medirse las partes del cuerpo. Qué alegre que se partan el hocico, pero ¿qué tal si mejor lo hacen cuando hayan terminado su trabajo con la comunidad? ¿Por qué recolectar fondos para obra social cuando tienen suficientes fondos asignados para trabajar por sus municipios?
Con compromiso pueden obtener buenos resultados con programas de poca inversión. ¿Será que como sociedad no nos sentimos capaces de actuar? ¿Será que somos incapaces de adquirir el coraje para ejercer lo que se necesita (presión ciudadana, exigencia, auditoría pública) y que por ello nos acomodamos a esperar lo que los gobernantes quieran ofrecer? Aceptamos como pueblo desde espectáculos con luces de colores hasta ofertas de mano dura que promete detener terroristas. Todos aplaudimos las acciones, que solo acaban desnudando la sociedad civilizada que creemos ser. No deberíamos aferrarnos a acciones superficiales que no cambian la realidad de este país.
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En un país en el que diariamente se saquean los recursos naturales por parte de empresas transnacionales con permiso de funcionarios y se persigue a los defensores comunitarios, donde lo normal es que desaparezcan cuatro mujeres diariamente o se les agreda en su propia casa de estudios —muchas veces por parte de los mismos compañeros o catedráticos—, donde mueren cientos de personas por causas violentas —muchas de ellas mientras buscan un trabajo que jamás consiguen—, donde la riqueza es acumulada por unos pocos y se deja a la mayoría de la población a su suerte, ver o no una pelea de box no es relevante, pero no queremos darnos cuenta.
¿Será que no hay esperanza? ¡Estoy segura de que sí! Definitivamente se puede cambiar, pero necesitamos sensibilizarnos en lugar de criticarnos, exigir a las autoridades que se enfoquen en el bienestar social. Conozco personalmente programas sociales que demuestran que sí hay una esperanza de hacer las cosas bien. Llevar educación comunitaria para formación de cooperativas, por ejemplo, resuelve mejor el problema de la migración interna. Existen grandes proyectos que ponen en evidencia que los líderes comunitarios pueden hacer mucho con muy poco presupuesto, pero tenemos que voltear a verlos. Los resultados son impresionantes y el rendimiento de la inversión social es exponencial.
La desmoralización del pueblo en sí mismo puede combatirse con educación. Una educación integral de calidad para toda la población puede darnos como resultado personas mejor preparadas y formadas en ciudadanía, que comprendan que votar no es la única obligación de un elector. Debemos comprender que la independencia de poderes no permite que el Ejecutivo prometa a las fuerzas armadas la impunidad cuando se comete algún delito. Tenemos que saber que también podemos y debemos exigir resultados, leer, informarnos, cuestionar acciones, debatir y criticar para participar activamente en las soluciones que Guatemala necesita para salir de este sistema que solo funciona en una vía.
Por mí, está bien que la gente se divierta viendo como dos inútiles se rompen la cara, pero al menos que exija que lo hagan cuando en sus municipios la desnutrición ya no desmorone el futuro del país o cuando no existan muertes por violencia o analfabetismo.
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