Todos sabemos que cambiar la educación pública es prioridad. Debemos pensar qué queremos enseñarles a los niños y a las niñas y para qué. Para evitar errores como el que sucede en una escuela de una comunidad donde un docente asegura vehementemente que el quetzal realmente tiene el pecho rojo porque se posó sobre el cuerpo herido de «nuestro príncipe quiché». Esto nos deja ver que dentro de la lógica del incompetente maestro no habrá tampoco criterio para analizar la falta de consenso que concurre sobre la existencia del mismo Tekum, y así lo han aprendido a hacer sus alumnos por generaciones.
América Latina fue construida sobre una dependencia de dos caras. Una es de subordinación económica, en la cual se limita a los pueblos originarios como proveedores de materia prima, mano de obra (barata) o productos agrícolas (como petróleo, níquel, maquilas, banano, etcétera). La segunda es subjetiva: la dominación modelada en la negación constante de nuestras raíces indígenas y la admiración casi ciega de toda la producción intelectual de Occidente. Vivimos altamente influenciados por la llamada doctrina del descubrimiento.
Esa doctrina del descubrimiento es un principio establecido legalmente en 1823 que sostiene inalterables los mismos preceptos desde hace 500 años con base en los conceptos de terra nullis y paganismo. El terra nullis sostiene que la tierra descubierta por los colonizadores, al no ser explotada de una forma racional y capitalista, se considera salvaje, vacía de gente. Prueba de ello es que hay personas que aún consideran la Amazonia como territorio deshabitado, donde solo hay naturaleza salvaje, cuando en realidad allí viven miles de indígenas. La historiografía de la mayoría de los países comienza con la llegada de Cristóbal Colón al continente y desconoce por completo que este ya tenía presencia humana desde hace al menos 24,000 años.
El criterio del paganismo, en cambio, enseñaba que, como las culturas indígenas tienen creencias y tradiciones distintas a las de Occidente, se justificaba violentarlas. En el mejor de los casos se declaraba, tanto en la Constitución como en otro tipo de leyes y políticas estatales, que los pueblos nativos debían asimilarse a la cultura de la civilización occidental.
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Existe gran variedad de estereotipos construidos desde entonces, cuando se nos consideró cuasianimales, de inteligencia inferior, de menor categoría y con poco valor humano, que perduran en el imaginario social hasta el punto de hacernos sentir pena de hablar nuestros idiomas mayas. Lo vivo y lucho contra ello diariamente: la continua obstinación de negar el desarrollo de la ley y la organización social indígenas, su medicina, sus relatos orales, la sabiduría de su cosmogonía y su conocimiento sobre biodiversidad y los ecosistemas donde vivimos.
Para los niños y las niñas del área rural, las ciencias sociales constituyen una ventana a su memoria histórica, a la comprensión de su raíz cultural y a la formación de la sociedad. Les permitirán generar respuestas a un sinfín de problemáticas sociales que requieren de una apropiación de su identidad sociocultural. Comprimir su contenido y reducir la cantidad de períodos semanales en que reciben la asignatura disminuyen a un 40 % la calidad de la enseñanza en una materia que ya mostraba deficiencia en la adaptación social de los niños y jóvenes de las comunidades.
Aunque usted no lo crea, el 98 % de los jóvenes de básico y diversificado que asisten por primera vez a la biblioteca no conocen sus derechos civiles ni las actividades propias de más de una carrera universitaria. Aunque ellos y sus padres se esfuercen muchísimo por estudiar, si dependen de la educación pública, distarán de ser competentes en la sociedad actual.
En esta época de destrucción ambiental, de espiral capitalista, de expansión militar, de monopolios de la comunicación y de ascendente desigualdad es sumamente importante que todos sepamos quiénes somos y adónde queremos ir. Nuevos colonialismos se avistan en el horizonte. Para poder resistirlos es importante rescatar la memoria ancestral de los pueblos que han resistido por más de 500 años. Conectarnos con el territorio y con su historia nos permitirá ser un árbol de raíces profundas que no podrá ser volteado por las tempestades.
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