El martes vino Obama a El Paso. De acuerdo con los entendidos, los estudiados y los estudiosos, vino a El Paso a reiterar que está de acuerdo con una reforma migratoria para entusiasmar a los votantes hispanos en Texas. Son muy numerosos y, a diferencia de California o Florida, donde están muy movilizados, los hispanos en este estado son apáticos y apolíticos. La última frontera del voto hispano, dijo un analista.
Esas visitas, para el corresponsal local, siempre son un (poner aquí el adjetivo que más le guste) recordatorio de cuál es su posición en la escala jerárquica del periodismo. Las dos veces que cubrí presidentes estadounidenses en Guatemala y El Salvador fue igual. A uno le toca verlos pasar y conformarse con la novedad de ver al presidente.
El trabajo lo hace el reportero que va dentro de la burbuja presidencial. Es un reportero que cubre al presidente 24/7, que viaja en el avión con él y que forma parte de ese selecto grupo de empleados de los grandes medios que tienen ese acceso.
A mí me tocó asolearme. La insolación del martes junto con la asoleada del sábado pasado, me dejaron la calva bastante despeltrada.

Afuera del parque Chamizal, a un tiro de piedra de la frontera con México, todo estaba listo para que Obama diera su discurso. Un tiro de piedra es un decir, porque si a alguien se le ocurría soltar una pedrada desde allá, los francotiradores apostados en varias torres lo hubieran dejado como esas pichachas que se usan para lavar el maíz.
Ahí, afuera del Chamizal estaba una mexicana que podría ser la foto para el cartel en favor de la legalización de los indocumentados. Ella misma, en 1986 se benefició de la amnistía que ofreció Ronald Reagan. Compró un camioncito de helados y allí vende de todo, aguas, papalinas, helados chicles y todas esas cosas. Ella no entiende por qué no quieren dejar entrar a sus paisanos. Acá, dice, la gente puede alcanzar su sueño de tener una casa. Hay que trabajar duro, pero se puede, dice esta mujer que se rehúsa a hablar español. “Is harwor baris posibol”, me dice en inglés.
El martes, el paso amaneció cubierto de banderas y carteles alusivos a la visita. Me hizo mucha gracia uno en particular, hecho acá en El Paso Times, que decía Bienvenidos President Obama. Así, medio en mal español, medio en inglés. Al parecer alguien hizo Google Translate a Welcome President Obama. Tenían una pila de carteles con error.
Me hizo recordar cómo una vez cuando trabajaba en el diario de la universidad donde estudié, me tocó deshacerme de un montón de evidencia comprometedora.
Pasó que la diagramadora estaba pasando por un momento muy negro de su turbulenta vida y eso la hacía cometer error tras error en el diseño de las páginas. Eso, sumado a que yo he tenido siempre una facilidad para cometer errores tipográficos, que en esa época mi ortografía era particularmente mala y que el director estaba más ocupado organizando eventos de arte que revisando el contenido del diario, resultó en que se fuera un error en la portada, en el titular con letras grandes.
No recuerdo qué era el error. Lo que sí tengo bien presente es la reacción del director del periódico. Era una mezcla de indignación contra nosotros y terror a lo que fuera a decir el rector. Si mal no recuerdo, el error no era una falta de tilde o una palabra mal escrita, era algo que iba más allá; algo que -podría jurarlo- se prestaba a un doble sentido soez.
El día que la imprenta fue a dejar el fardo con 10.000 ejemplares del diario, a mí me tocó esconderlos en una bodeguita que usábamos para guardar los materiales audiovisuales. Ese mismo día, minutos después de que yo hubiera desaparecido la evidencia, se presentó el rector. Con su voz aflautada, bien chapín él, me preguntó por la nueva edición del diario. Yo no sabía que hacer. Mal mentiroso, estuve a punto de soltar la sopa. Pero justo en ese moemento se apareció mi jefe. Tronándose los dedos, y retorciéndose las manos comenzó a soltarle una de vaqueros. Algo así como que estaba agotada la tinta en Guatemala o algo por el estilo.

Durante los siguientes seis meses me tocó llevarme la edición maldita a mi casa, poco a poco. Nunca se me ocurrió venderla a esos que pasan gritando “se compra botella, papel o ropaaaaaaa”, no se porqué. Quizá fue el temor a que el rector se le fuera a amargar la navidad al encontrar un retazo del diario entre los papeles que dejan los cohetillos. O que fuera a leer el ofensivo error en las tripas de la piñata de uno sus nietos. Por cierto acá en Estados Unidos no hacen las piñatas con diarios de México por temor a que los niños vean escenas de violencia o anuncios de prostitución tan comunes en los diarios juarenses.
A veces tiraba 100 o 200 periódicos de un solo en la basura de mi casa. A veces, contradiciendo toda la lógica de por qué no los vendía, los iba soltando por la ventana de mi carro, en la noche, cuando volvía de la universidad. Era todo un espectáculo. Parecían millones de blancas mariposas gigantescas flotando la carretera en medio de la oscuridad de la noche, era como jugar con fuego y apostar a que nos descubrieran. Bueno, que lo descubrieran al director del diario.
Nunca nos descubrieron y, gracias a un audaz lance financiero y falta de control adminsitrativo, milagrosamente se pudo financiar una nueva edición, mucho más modesta en números pero sin errores tan graves en la portada. Porque, si mal no recuerdo, había un par de cagaditas en los textos chicos. Cortesía de quien suscribe esta entrada.
Acá parece que hicieron lo mismo, es decir, reimprimieron los carteles sin el error. Y al día siguiente estaban por toda la ciudad. Junto a esos carteles, había otros hechos a mano, pidiendo la reforma migratoria y otros más exigiendo deportaciones masivas.
Obama vino, dijo un discurso que a estas alturas ya está manido, gastado y suena a disco rayado. A juzgar por la esperanza que despierta entre quienes están a favor de la reforma migratoria, a ellos lo que dijo Obama es como las palabras de un amante de quien desconfiamos y sabemos que miente, pero nos aferramos a creer que por ahí, chance, y lo que dice, solo esta vez, pueda ser cierto.
Cuando terminó el discurso, los invitados salieron en tropel. Eran unas 1.500 personas que se dirigían a sus carros estacionados en un parkinglot a dos cuadras de distancia. Entre ellos y sus vehículos estaba la señora del carrito de helados, esperando hacer su agosto bajo este sol que todo lo abrasa.
Mientras Obama va ya en camino a Austin, la única ciudad demócrata y liberal en este estado. Va a un evento de recaudación de fondos. Supongo que también quería hacer su agosto.
J
Mayo 17
And when I touch the ceiling on a spring day
Wishin’ it could heed up every crow
So that they could lift me by my shoulders
Take me from this frozen lake and let you know
Just that I want to be your medicine I want to feed the sparrow in your art
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