Una de las implicaciones del arte actual, como resultado o reacción al desarrollo artístico occidental y como referente global de lo que significa hacer arte hoy, es que ha generado sus propios mecanismos de exclusión. Una enorme cantidad de formas de creación fuera de las normas establecidas no son consideradas dentro del enorme cuerpo de conocimiento que se genera sobre el tema, incluso cuando podrían catalogarse como performances o instalaciones. Un aspecto relevante aquí es el hecho de que, si bien hablar de arte contemporáneo tiene que ver principalmente con el arte visual, en el arte contemporáneo no prima la imagen, sino el discurso.
El cuestionamiento del arte desde el arte, como crítica a la tradición y guiado por el deseo de desembarazarse de las tendencias uniformadoras que limitaban el impulso creativo, se puede encontrar en Occidente desde finales del siglo XIX y dio paso a las reflexiones radicales de Marcel Duchamp a inicios del siglo XX y a las de su principal discípulo, Joseph Kosuth, medio siglo después. Kosuth, también aprendiz de Heidegger, desarrolló una profunda e interesante propuesta que le daba la vuelta al arte como se conocía hasta entonces (en Occidente): lo libraba del peso de la representación y de caer en la inutilidad del discurso del arte por el arte a la vez. Partiendo de la ontología heideggeriana, colocaba el significado del objeto artístico en un nuevo lugar: su horizonte histórico. Empero, el arte occidental —que desde mucho antes se había adueñado del símbolo, como si este no existiera también en otras latitudes— aun con su nueva actitud liberadora siguió tendiendo a la universalización y no pudo escapar, por lo mismo, de ser subsumido por el poder hegemónico.
El arte contemporáneo es, sobre todo, un mercado. Los grandes museos nos venden experiencias a elevado costo, y la formación artística responde a esa visión. Pero la manera de pensar y hacer el arte está ligada también a como este se registra y se hace parte de la historia: un callejón sin salida cuando quienes financian la práctica investigativa son las instituciones o los coleccionistas privados. De esto se desprende la urgencia de preguntarnos quién decide qué se registra y qué no, de la cual se deriva también quién puede ver el arte y quién no. O, como lo plantea más radicalmente Haraway: «¿Con la sangre de quién se crearon mis ojos?» [1].
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Como se pudo constatar en la mesa redonda realizada alrededor de este tema en el reciente simposio de arte contemporáneo Pasos a Desnivel, en nuestro contexto, ante la ausencia de la investigación artística, se propone una investigación académica de carácter interpretativo siguiendo los preceptos del método occidental moderno y negando que la historia posee una pluralidad de lenguajes y significados. Queda claro que la ausencia de estudios artísticos implica la ausencia de conocimientos organizados. Integrar contenidos en pretenciosas publicaciones no significa investigar. Las prácticas, en su forma antes que en su contenido, también tienen implicaciones.
El desafío, más que aspirar a la institucionalidad o formalidad de un arte contemporáneo de nivel global, acomodando en esa visión aspectos de la decolonialidad cual tendencia de moda, es el de desprendernos. Imaginar prácticas que sean inimaginables «desde el lugar ventajoso del ojo ciclópeo y autosatisfecho del sujeto dominante» [2]. Una investigación del arte que responda a políticas y epistemologías de localización. Una creación artística como práctica de construcción de conocimientos encarnados que eviten el universalismo a toda costa. Pensar en posibilitar aperturas, más que en brindar soluciones, a través de conversaciones responsables con otras, múltiples, voces y miradas. Tiene algo de razón Maya Juracán cuando dice que «la revolución del arte local será feminista, no binaria, comunitaria, crítica y reflexiva sobre nuestra memoria histórica, o no será». Una verdadera disidencia será aquella que desde afuera cuestione el arte como categoría y como herramienta hegemónica, una capaz de poner en duda su mera existencia.
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[1] Haraway, D. (1991). Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial en Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Valencia: Cátedra. Pág. 330.
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