“¡Alahu Akbar!” (Dios es Grande) fue la expresión en las calles de Bosnia Herzegovina. Las mezquitas este viernes se unirán en una oración fúnebre, los abrazos al salir y la vista puesta en el horizonte.
Un proceso legal largo le espera, habrá discursos, abogados internacionalistas harán tesis de este proceso, otros cobrarán jugosas cantidades por el espectáculo. No hay nada como un tribunal donde las naciones se pueden erigir como solventes desde la moralidad.
Transcurrieron 16 años desde la orden de aprensión. Ratko Mladic paseaba a su perro por la calle, celebró fiestas, abrazó a sus hijos, fue un buen vecino, reía y dormía, sabía que lo buscaban, pero no temía. Y no temía, pues había desempeñado su trabajo con empeño y convencido, una labor que fue catalogada como una acción heroica: “eran ellos o nosotros”, fueron motivos de “seguridad nacional” (vaya concepto acuñado por la política de agresión neocolonial norteamericana). Sus vecinos, sus compatriotas, no podían olvidar el servicio que les dio, y vaya, sus pares, sus camaradas, eran iguales. Hay una cierta valoración histórica en ejecutar musulmanes, fueron cientos de años en que cristianos ortodoxos se batieron en el umbral de la frontera entre ambas civilizaciones.
Una casa acogedora en el pueblo de Lazarevo, unos 80 kilómetros al norte de Belgrado (según BBC) guardaba al hombre ya entrado en la tercera edad y, por supuesto, a su perro. La Unión Europea se regocijaba de haber presionado a Belgrado para que lo entregara, que esa situación de impunidad no podía ser aceptada dentro del concepto de civilización. Claro está, el genocidio desarrollado por naciones que defienden la democracia tendrían otro apelativo.
Serbia no podía entrar al club europeo, era necesario dar una muestra de buena voluntad, era necesario asirse al carro de la civilización. “Mladic ya no nos representa”. Los policías se hicieron presentes, muchos de ellos con un cierto grado de respeto y solemnidad, algunos ex camaradas de la guerra.
Los gobernantes, las élites ahora se muestran más democráticas que antes. Como que está de moda en las calles de Belgrado.
Solo de imaginar todo esto me pregunto: ¿y qué con nuestro genocida local, el general Efraín Ríos Montt? 10 mil ejecutados, según el Centro de Estudios y Documentación Internacional de Barcelona, que él sembró en la campiña de Guatemala, los grupos paramilitares conocidos como Patrullas de Autodefensa Civil alcanzaron el número de medio millón de hombres armados con fusiles de la segunda Guerra Mundial que en realidad no les servían de mucho, no así el machete que se utilizó para poner de moda la decapitación, esa práctica que se ha hecho común hoy en día entre pandilleros y narcotraficantes.
Mientras miles de hombres y mujeres se apilaban en campamentos de refugiados en México, niños muertos de hambre, una foto en el morral, miraban atrás y el humo se elevaba a los cielos, no aparecieron los aviones de la OTAN, solo los helicópteros que Estados Unidos había donado para combatir a los insurgentes.
Ríos Montt, también se pasea en las calles de Guatemala. Desde 1983 luce orgulloso y gallardo un hombre que no se contentó con el retiro. Eso no era para él, fundó un partido político (Frente Republicano Guatemalteco) impulsó decenas de candidatos e incluso un presidente.
¡Los aviones de la OTAN siguen sin aparecer!
No aparecen. Lo que sí aparece es Lufthansa, Iberia, con embajadores y hombres de negocios. Se presentaron ante él y le trajeron mensajes fraternos de Europa.
La causa de genocidio que se lleva ante los juzgados peninsulares no tiene el respaldo de los Estados, total… a Guatemala no le interesa ser parte de la Unión Europea, no hay como presionar, los millones de euros que circulan en donaciones y préstamos para mantener el sistema.
La página de la Delegación de la Unión Europea hace referencia a dos memorandos que detallan los montos de la cooperación con el Estado desde 2001 y proyectada hasta el 2013:
- 93 millones de euros hasta diciembre del 2001-2006
- 135 millones de euros entre 2007-2013
Los campos de cooperación van desde promoción de la cohesión social y de la seguridad humana, promoción una democracia institucional respetuosa con las poblaciones indígenas y sus derechos, reducción de la violencia social mediante la integración de los jóvenes en la sociedad y el apoyo al Estado de Derecho. Crecimiento económico y comercio, lucha contra la pobreza, la desnutrición, la exclusión y la desigualdad de género.
Es claro que esos millones de euros son vitales para desarrollar el aparato estatal. Si dejaran de circular la presión aumentaría, eso es claro, pero no sucede, la persecución penal está detenida.
El genocida está en paz. Sigue en cómoda casa de campo, ve sus paredes con fotografías, muestra el álbum a los nietos y les cuenta de sus tiempos heroicos. Admirados, le dicen: “¡Te debemos mucho!”.
El cielo es claro, los F-16 no aparecen, los drones están ocupados bombardeando aldeas en Afganistán, el Navy Seal está lejos, entrenándose para tareas más peligrosas y no acabar con un asesino de 10 mil personas, un Bin Laden llamaba más la atención.
Mladic, ¿estará arrepentido? No. Es más, niega las acusaciones, aquello era una guerra, probablemente hubo excesos pero era normal y no lo controlaba todo. Ríos Montt dijo una vez: “Yo era presidente de una nación, ¿cómo iba a controlar lo que un oficial hacia a 500 kilómetros de la capital?”. La orden, a pesar de no estar escrita, era clara: “Acabar, a como dé lugar, con el enemigo”. Y en la categoría de enemigo caben sus familias, los que apoyan, los que lucen como ellos y hasta los que tienen su misma religión.
El enemigo estaba en todos lados y en todos lados había que combatirlo: el único enemigo bueno es el muerto. Hay que negarle su humanidad, no hay cabida para los prisioneros. Guatemala no acumuló prisioneros políticos, eso era perder el tiempo. Ríos Montt cambió eso: él mandó a fusilar a delincuentes junto con guerrilleros y promovió la ejecución en todos los pueblos que ocupaba su ejército. Las balas eran caras y el enemigo no las merecía, el machete reglamentario marcó la diferencia. Mladic decidió, en cambio, formarlos a todos en un solo lugar y destrozarlos a balazos al mismo tiempo: una sola bala podía matar hasta tres personas.
Los genocidas no sienten culpa. Pero cuando están detrás de los barrotes solo piensan en lo mucho de la ingratitud de sus paisanos, de cómo sirvieron y ahora los desechan. Ahora ven claro que su lucha no era por esa idea maniquea de civilización. Los que eso pregonan ahora mandan gendarmes para buscarlos como los criminales que son.
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