La gente de poca cultura económica hace alegoría de tal abundancia como una victoria del modelo. Y es que como Guatemala ha tenido una engañosa estabilidad en el tipo de cambio, que se etiqueta como «el modelo más estable que hay en América Latina», al final es la pobreza y el drama de la diáspora lo que mantiene hoy en día el influjo de dólares, incluso a costa de un decaimiento de las exportaciones, fenómeno aceptado en fecha reciente por las propias autoridades económicas.
Veamos por qué no sólo desde un punto de vista social o moral este mal es realmente preocupante:
Los grandes teóricos del comercio internacional manifiestan una preocupación cuando un país produce varios bienes o factores para exportar y el precio de uno de ellos sube marcadamente sobre los otros. Cuando ello sucede los precios de los de poco éxito quedan exprimidos, dicen los expertos. Y como hay una interdependencia entre los sectores de exportación surge una enfermedad, la cual se conoce como «enfermedad holandesa».
El término se remonta a la crisis energética de los 70. En Holanda, el sector de producción de gas natural se expandió notablemente, exprimiendo así al resto de exportaciones, alterando la demanda de bienes, creando diversas distorsiones y, a la larga, el decaimiento de las actividades productivas internas.
La modalidad de esta enfermedad «a la guatemalteca» implica cambios significativos en el mercado crediticio desde el momento que la persona que migra busca el acompañamiento de los «coyotes» y luego, con el envío, se impulsa el consumismo, que a su vez incrementa impuestos como el del valor agregado. Pero la preocupación, como lo fue para Holanda en esos tiempos, es la siguiente: ¿será sostenible vivir de remesas, digamos, hasta el 2052, que es el año previsto como horizonte de largo plazo por el actual partido político Movimiento Semilla? Lo dudo.
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Otra preocupación central es el desestímulo que este mal le pega al proceso exportador, y de producción interna, creando dependencia de mercados externos. Se acrecienta así la importación, desde los bienes de capital e insumos industriales hasta las baratijas que uno encuentra en mercados cantonales o bien en Dollar City. Ello, a la vez, está destruyendo el espíritu productor interno y por ende la exportación hacia el resto de Centroamérica, México y otros lares. Entonces la ansiada competitividad y atracción de Inversión Extranjera Directa observan su merma.
El empresario muy bien piensa: ¿para qué matarme produciendo, si puedo contratar buenos agentes aduaneros, importar y poner mis centros logísticos y de distribución por doquier? ¡Dejemos que los chinos y coreanos se maten haciéndolo…!
Las consecuencias son diversas. Miremos una: en los años 2021 y 2022, el Banco de Guatemala tuvo pérdidas por nada menos que la bicoca de casi 3,677 millones de quetzales, que según la ley deben ser compensados por el fisco, y pagados de vuelta a dicho banco central. Ello es debido en parte al sostenimiento de un tipo de cambio que se abarataría significativamente si no hay intervención, provocando así problemas anormales en el sector financiero. Es algo así como si en vez de tener exceso de azúcar tengo hipoglucemia. En economía, como en la medicina, los extremos son malos. Adicionalmente, cualquier subida estacional del tipo de cambio nominal es criticada por la cámara de comerciantes, y el banco central actúa para subsidiar el cambio.
El problema de que los flujos de la divisa guatemalteca ni siquiera vengan del éxito de un bien exportador, como es el caso de los países árabes con el petróleo, ha llamado la atención de los propios expertos consultores de la política monetaria y cambiaria guatemalteca. Incluso los altos tecnócratas del Banco de Guatemala han debido aceptar que deben realizarse análisis sobre la viabilidad y conveniencia de canalizar de manera alternativa los flujos de dólares. Se promete diseñar, aunque lentamente, por cierto, algunas recomendaciones que no llegan, sencillamente porque la mayoría de miembros de la sacrosanta Junta Monetaria poco entienden esta enfermedad. Pero eso es historia para otro artículo de opinión, o bien un reportaje de periodismo investigativo. Ya veremos.
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