La muerte se sigue llevando en silencio —o en la abstracción de las cifras manipuladas que transmiten los medios— a tantas otras. El cempasúchil, o flor de muerto, floreció temprano este año y se convierte hoy en una especie de augurio. Aún así cabe recordar que «la vida es una ventana de vulnerabilidad, y parece un error cerrarla» [1].
La tradición occidental entendió la naturaleza en contraposición a los seres humanos. La primera, como pasiva y mecánica. Los segundos, como con intencionalidad y agencia. El conocimiento que se desarrolla desde las ciencias naturales es, así, la licencia para el dominio de la naturaleza. El papel activo del mundo natural y de todas las demás especies con las que cohabitamos se fue quedando fuera de las instituciones modernas y del saber general si bien otras nociones han sido resguardadas por otras formas del saber en dimensiones no científicas. Ahora esa división se ha dislocado.
A diferencia de lo que muchos pensaban, la historia no consistía en un alejamiento gradual de la barbarie, sino que se dirigía a la barbarie a pasos agigantados —aquella de la que habló Rosa Luxemburgo y a la que Stengers [2] se refiere como cuando lo intolerable se vuelve un hábito—. El alejamiento de la naturaleza, de nuestro propio cuerpo como constituido por y en relación directa con otros, así como con otras especies y el mundo natural, se encuentra en el centro de ese mismo proceso. Muchos lo conocen como progreso.
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La naturaleza misma reclama hoy su abandono por ella misma y a través de las voces de muchos y muchas a quienes históricamente se les ha privado del derecho a ser humanos. De este modo, nos encontramos en un umbral que se disuelve, desde el cual quizá sea posible plantear otras rutas. Evidentemente, no hay una respuesta universal, pues la experiencia no es universal, como tampoco la percepción. Se trata de resolver con las diferencias, desde un nosotros que contemple diversas localizaciones y localidades. Estas rutas, constituidas por múltiples senderos, son necesarias para evitar el estancamiento si bien tampoco son soluciones simples.
Alexiévich escribe: «Realizamos un salto hacia una nueva realidad, y esta ha resultado hallarse por encima no solo de nuestro saber, sino también de nuestra imaginación. Se ha roto el hilo del tiempo. De pronto el pasado se ha visto impotente; no encontramos en él en qué apoyarnos; en el archivo omnisciente de la humanidad no se han hallado las claves para abrir esta puerta» [3]. En el mismo sentido, hoy podemos sentir que no contamos con los recursos o las respuestas. Acaso no son respuestas lo que habría que buscar, como tampoco habría que recurrir en esos lugares a los que se apela cuando se utiliza un lenguaje propio de la lógica militar y del dominio (lucha, defensa, ataque, derrota…).
Transgredir estas lógicas significa abrir espacios para el desarrollo de historias que escapen de los principios civilizatorios y sus dicotomías, espacios para el resurgimiento de la vida y la expresión de sujetos fuera de las relaciones establecidas. Plantearnos otras formas del cuidado, cultivar un arte del cuidado, el cual implicaría una nueva sensibilidad. Arte que es como la poesía de Zambrano, una que es «caridad, amor a la carne propia y a la ajena. Caridad que no puede resolverse a romper los lazos que unen al [ser humano] con todo lo vivo, compañero de origen» [4]. El cempasúchil también tiene propiedades medicinales y florea en la época de la cosecha del maíz, cuando este muere y anuncia el nuevo ciclo de la vida.
[1] Haraway, D. (1995). «La biopolítica de los cuerpos posmodernos: constituciones del yo en el discurso del sistema inmunitario». Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra. Pág. 385.
[2] Stengers, I. (2015). In Catastrophic Times: Resisting the Coming Barbarism. Lüneburg: Meson Press.
[3] Alexiévich, S. (2015). Voces de Chernóbil: Crónica del futuro. Barcelona: Penguin Random House.
[4] Zambrano, M. (1993). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica. Pág. 59.
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