Socializar, nuevo nombre de la imposición autoritaria

La carga pesada que ha dejado el pasado autoritario en Guatemala aún tiene expresiones dentro del juego político, y simular es una de ellas.

Es decir, la democracia no necesariamente ha representado que todos los actores que conviven en ella sean precisamente democráticos. De hecho muchos de los actores que participaron en el arribo de la democracia no necesariamente lo eran, todo lo contrario. Son actores autoritarios que fueron arrastrados y obligados por las circunstancias. Ya dentro de este nuevo sistema no les ha quedado más que someterse a un proceso de aprendizaje y reciclaje de las formas y métodos que implica la deliberación, la negociación y la cesión de intereses.

No obstante, conocen al Estado y todos sus mecanismos de funcionamiento, los cuales utilizan a su favor con el fin de no ceder en la posibilidad de perder sus prebendas o privilegios. Está claro que a estas alturas, la imposición y la prepotencia tienen poca aceptación. Es más el juego democrático y el sistema de veto tiene la función precisamente de ser una balanza para contrarrestar cualquier acción en ese sentido. El Presidente de la República y su grupo de asesores saben de esto último, sin duda alguna, pero sobre cómo funciona el Estado, no se diga.

De ahí se entiende perfectamente el proceso de socialización que se está haciendo de las reformas constitucionales siguen el patrón de proceso de simulación, pues a todas luces es completamente elitista y excluyente. No cabe duda que los directamente involucrados saben que modificar una constitución es cambiar, en sentido profundo, la estructura de un organismo político como es el Estado y presentar las reformas constitucionales a un grupo minoritario de organizaciones y entidades sigue siendo un ejemplo de cómo se entiende que el Estado no es una entidad plural, en donde cabemos todos, pero sobre todo, contamos todos.

Es innegable que en 1984 las circunstancias políticas eran diferentes. En ese entonces el secreto y la opacidad tenían sentido y justificación por el conflicto interno. La presión política que originó, en 1994, las primeras reformas también promovió una discusión a puerta cerrada entre la élite política dividida entre “buenos” y “depurables” y el Gobierno de la República asesorado en ese entonces por abogados directamente involucrados con los medios de comunicación de mayor peso editorial. No obstante, ahora hay mucha más posibilidad de utilizar mecanismos de difusión y comunicación para generar procesos informativos para que la población al menos se entere de qué es lo que se está proponiendo. Ahora no hay excusa. Si no se hace es simplemente porque no se quiere (o no hay quien les haya podido decir que eso es posible).

Una socialización para las élites del país no es sinónimo de procesos de comunicación plurales y abiertos. Al final del día se plantea un proceso de discusión entre los mismos, entre cuates. Y lo peor es que todos han caído redondos en este juego de simulación, pues es que no quieren quedarse fuera de la foto. Hasta el momento sigo esperando que alguien se pronuncie en contra no solo por el contenido, sino por el proceso opaco y autoritario con el que se pretende reformar la Constitución.  Nos guste o no, la socialización en este caso es sinónimo de imposición autoritaria.