Siempre pasa, sobre todo con las cosas pequeñas. Alguna vez regresaban los padres avergonzados y el niño encolerizado a devolverlo y a mostrar un arrepentimiento falso y tembloroso. Cosas que se pueden devolver, reponer, recuperar, rearmar. La infancia está llena de ellas, menos mal. Los raspones sanan, los amigos vuelven, los juguetes regresan.
Pero hay cosas que nos quitan y jamás volvemos a poseer. La libertad para expresarnos como personas.
Tengo dos hijos por los que daría cualquier cosa, a quienes quiero ver crecer en todo su potencial, a quienes les deseo que sean felices. Y también anhelo que sean seres integrados a la sociedad en la que viven. A veces esas dos cosas son opuestas. Allí es donde me quedo un poco como venado lampareado, sin saber bien qué hacer.
Escuché hace poco en un podcast que el sistema de patriarcado (perdón, detesto esa palabrita porque la pobre está más manoseada que aguacate en mercado) en el que vivimos hace que encasillemos a nuestros hijos en patrones de conducta aceptados para su rol. Los niños hombres aprenden a modificar la expresión de sus verdaderos sentimientos desde los 3 o 4 años. Las niñas aprenden a callar sus opiniones alrededor de los 12. Efectivamente, truncamos el crecimiento emocional de ambas partes solo para que quepan bien en la cajita que les tenemos asignada.
Recuerdo a mi papá decirme constantemente que nadie iba a querer aguantar estar conmigo porque siempre quería tener la razón. Hacerme abogada no ayudó a cambiar su concepto de mí, aunque mi profesión sí que nos ayudó al final de su vida. Como mujer, me ha tocado ser menos: menos exigente, menos decisiva, menos asertiva. Y más: más amable, más tolerante, más dulce. En resumen, ir en contra de mi personalidad.
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Leyendo recientemente la Odisea, me sorprendió encontrar tantas veces al héroe principal llorando. De emoción, de tristeza, de vergüenza, de dolor, de felicidad. Una y otra vez Odiseo llora y a nadie le sorprende y menos aún se le ocurre reprocharlo por su conducta poco varonil. Y eso que estamos hablando de la antigua Grecia, tal vez una de las sociedades más (perdón) patriarcales de la historia. ¿Cuándo decidimos que los hombres no tienen sentimientos y no pueden demostrar emociones? ¿Cómo se nos ocurrió que solo hay un rango de dos o tres cosas que les son permitidas? Imagínense a un cantante maravilloso a quien solo se le dejara usar tres notas.
Por la otra parte, si a las mujeres les quitamos el derecho de expresar su opinión y solo les dejamos el recurso de demostrar sus emociones, ¿nos sorprende que la conducta femenina sea considerada eminentemente irracional?
Me encanta que estos temas se estén cuestionando ahora, porque yo quiero que mis hijos tengan acceso a todo su potencial, no solo a la mitad. Ya basta de decir que los hombres y las mujeres son de determinada forma cuando nosotros los hacemos así. Claro que terminamos siendo lo que nos enseñaron que era lo correcto. ¿De qué otra forma encajaríamos en nuestro ambiente?
Dejemos de robarles a nuestros hijos la posibilidad de ser lo que son. Traguémonos el «no actúes como mujer», como si eso fuera insulto, o el «no te comportes como hombre», como si eso nos hiciera parias.
Yo sigo teniendo opiniones fuertes, detesto llorar, no se me da la ternura y digo lo que quiero. Y no, no estoy sola. Y sí, sí hay alguien que me aguanta. Hasta dice que le gusta estar conmigo. Tal vez no lograron robarme del todo la otra parte de mí.
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