Ayuda a no pensar demasiado en el futuro incierto. Porque sé que mañana también tengo que hacer el almuerzo y el jueves lavar la ropa. Poner la alarma me alienta a seguir con la meditación que me mantiene menos alterada, con el ejercicio que me da un poco de buen humor, y a preparar los desayunos que reciben a mi gente cuando se despierta. Dormir temprano me ha permitido no pasar las noches en blanco. Comer a las horas de siempre nos ha ayudado a platicar como no lo hacíamos en días de colegio y de trabajo. Poner límites a la tele mantiene a mis hijos sin disolverse en el aburrimiento.
Todos estos días se parecen entre sí y nos damos cuenta de que les ponemos nombres solo para marcar su avance. En días en que no tenemos otros planes que quedarnos en casa, da lo mismo si es lunes o domingo. Salvo que uno les dé la importancia que quiera. Y allí es donde me apoyo en mi necedad de hacer las cosas siempre igual.
Estamos pasando por una Cuaresma forzosa, con privaciones de cosas que dábamos por sentadas y con una incertidumbre sobre el futuro que nos tiene a todos con niveles variables de angustia. Cada uno lleva el peso de lo desconocido de la mejor manera que puede. Porque nos toca sobrevivir y resurgir. Para eso son los períodos de aislamiento, ayuno, penitencias: para prepararnos para lo nuevo. No se puede evolucionar en el mismo envoltorio. Hay que romperlo.
No puedo vivir la cuarentena más que desde mi posición. La misma naturaleza del aislamiento es la obligada introspección a que estamos sometidos los que podemos quedarnos en casa. Y, a pesar de que me persiguen pesadillas en las que pierdo mi hogar, el hecho de que me suene el celular todos los días a la misma hora para levantarme de la cama me saca de lo peor del desamparo porque hay otro día que llenar.
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Es por eso que planifico las comidas de la semana, que tengo un día para lavar las sábanas y otro para lavar la ropa, que les pido a los niños que hagan oficio, rieguen, se encarguen del arroz. Por eso no tomo entre semana. Y por lo mismo sigo escribiendo. Van pasando las semanas, los colegios siguen cerrados todo este mes (quién sabe si más), cada vez se entiende mejor el trabajo a distancia y los amigos nos juntamos por otros medios. Toca estar bien con la gente con la que uno debería estar todos los días, reforzar esos lazos de intimidad y no salir a buscar al primer abogado de familia para divorciarse que encuentre uno cuando todo esto termine. Aún en ocasiones como ahora el nombre de los días debe tener importancia porque nos fijamos en su avance. Las pequeñas tareas autoimpuestas también nos van a ayudar a ser mejores. El consumo de entretenimiento puede ser más discriminado, los antojos menos frecuentes. Es como tener un pedazo de mármol e ir quitándole las partes que sobran. Vemos que nos hemos rodeado de muchas cosas de las que nos privaron en contra de nuestra voluntad y que no eran indispensables. Tal vez eso sea lo mejor de todo esto: reducirnos a expresiones más condensadas y mejores de nosotros mismos. Vamos a necesitar toda nuestra energía para salir adelante de esto, pues no creo que vaya a ser sencillo. Peor aún para los más vulnerables de nuestra sociedad, que no tienen una red de soporte adecuada. Al salir de nuestro aislamiento tendremos que ser más solidarios con los que estén en circunstancias más desafortunadas que las nuestras.
Todos estos días son iguales. Los que debemos salir diferentes de ellos somos nosotros.
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