La mayoría de los mamíferos vive en sociedades organizadas. Queda mejor decir que se trata de comunidades organizadas. Seguimos sin diferenciarnos totalmente, pues resulta que hay no mamíferos que dependen de su organización social para subsistir, como los zompopos y las abejas. Hay más. Los científicos han avanzado mucho en un campo que solía ser parte de la ciencia ficción y que carecía de la mínima credibilidad: la organización social de los vegetales de una misma especie. Hoy ya se está volviendo normal hablar de organización comunitaria en los bosques. Las plantas pueden comunicarse a través de sus raíces. Una planta atacada por alguna plaga emitirá una alerta y las demás plantas de la misma especie comenzarán a producir antídotos o repelentes contra esta. Una planta también puede transferir nutrientes a otra planta, como dos amigos que comparten el almuerzo.
Así, nuestro instintivo comportamiento social no nos hace especiales entre los seres vivos. En lo que sí nos diferenciamos es en la enorme diversidad de modos o maneras de organizarnos. En el transcurrir de la historia y en momentos de esta que podemos marcar aleatoriamente encontraremos diversidad en los modelos de organización social.
Otras características propias de los humanos son el colapso de sus sistemas de organización y su insistencia en ciertos modelos a pesar de que su fracaso es evidente.
La inconformidad con los sistemas de organización social es otro rasgo exclusivo de los humanos. Esto significa que los sistemas fracasan. En contraposición, la organización social de las abejas no parece representarles a estas ningún problema. Se puede ser abeja recolectora de néctares, guardiana de la colmena, reina de la colonia, nodriza de larvas, etcétera, que no habrá inconformidad, revolución ni disidencia alguna.
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A pesar de todos los fracasos habidos y por haber, la acción comunitaria ha resistido y persistido desde el origen de la especie humana. Ello demanda contacto físico, social e intelectual dentro de un conglomerado de personas que llegan a considerarse comunidad. Una persona puede pertenecer a distintas comunidades y también puede adaptar su comportamiento a las reglas de cada una de ellas. Habrá un comportamiento ajustado a las normas propias de un equipo de futbol, a las de una congregación religiosa, a las de una pandilla juvenil y a las de un club de aficionados a la fotografía, por ejemplo.
Hay comportamientos comunitarios o sociales que promueven la respuesta exitosa a los problemas, la resiliencia y el cambio. También hay otros que resultan dañinos, como el acoso escolar, la indiferencia ante la corrupción y la injusticia o la aporofobia (rechazo o temor al pobre).
Así, en perspectiva amplia, el elemento diferenciador de nuestros modelos de organización social debería ser una pieza clave para la sobrevivencia y hegemonía de la especie.
Lo malo es que esto no se da. Tendemos a actuar para imponer a otros nuestra particular manera de ver las cosas y, si nos dan la oportunidad, negaremos a los demás su derecho y oportunidad para organizarse a su manera.
Suena ingenuo y utópico, pero nuestra sobrevivencia como comunidad, sociedad y especie depende de que colaboremos unos con otros aun si no estamos de acuerdo y de que antepongamos valores universales (paz, justicia, respeto, equilibrio) a los del individualismo egoísta y agresivo y a los antivalores de la ganancia enorme, rápida y fácil sin importar los medios ni los perjuicios a los demás.
Tú y yo es mejor que tú o yo. Nada cambiará si no actuamos. Podemos hacerlo desde el ámbito personal, familiar, de la familia ampliada, del grupo, de la comunidad y de la sociedad. Empecemos donde queramos, pero hagamos algo.
Nuestros actuales sistemas de organización social y de producción y consumo están contaminando el aire, la tierra, el agua y el espíritu. Entendamos que no es asunto de ideología, sino de sobrevivencia. Nuestra apatía pareciera traer un balance cero, pero en realidad les regala espacio a los demonios del maltrecho modelo social de nuestro país. O nos involucramos o desaparecemos. Así de fácil.
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