No llovió casi en el verano y, en el invierno pasado, los gansos que viven en un lago frente a la casa de mi hermana decidieron que no hacía suficiente frío para emprender el viaje hasta Florida.
Estoy haciendo buen tiempo de vuelta al aeropuerto. Vuelvo de visitar a mi mamá. Le acabamos de celebrar un cumpleaños más, o uno menos. Según se mire.
La vieja está contenta. Supongo que la llegada de (múltiples) nietos le ha inyectado nuevos bríos.
Y mientras manejo a través de las planicies de Indiana, a través de graneros y granjas, de ventas de garaje a la orilla de la carretera y señales que alertan de venados que cruzan el camino y venados muertos para quienes no hay señales que alerten de carros que cruzan su camino, mientras deja atrás el pueblo donde todos los sobrinos que tengo comienzan y enfrentan la vida en sus distintas etapas, mientras pasa todo, eso me asalta esa angustia que desde padezco desde hace algunas semanas: no tengo tema para mi columna.
Escribir una vez por semana se ha vuelto una servidumbre, una obligación ineludible. Tengo ya año y medio de cumplir con relativa puntualidad al compromiso y hay días que me siento arar en el mar.
Hay días en los que me gustaría hablar de que poco a poco el verano abandona El Paso. Comenzó hace dos semanas, una madrugada de viento y lluvia. Esa noche perdimos como cuarenta grados en dos horas.
Amanecí a las cinco de la madrugada y me vestí maldiciendo que era la primera vez en ocho meses que hubiera podido dormir hasta las diez sin que el calor infernal me sacara de la cama. Me había comprometido a acompañar a los policías a una actividad que hacen cada cierto tiempo en la cual van a arrestar cientos de personas con ordenes de captura pendientes.
Hay días en los que me gustaría hablar de la sensación de cargar a uno de mis sobrinos en brazos y cómo eso me hizo acordarme de mis hijos cuando eran pequeños, de lo mucho que me gustaba cargarlos y de las pachas y de la caca. De la siempre abundante caca que acompaña a todos los bebés.
Otros días me gustaría explicar cómo transcurre, se desliza el tiempo en el desierto. Me gustaría hablar de cómo siento acercase le temporada de viento, frío y tumbleweed, esos arbustos redondos que dan vueltas en los desiertos de las películas de vaqueros y que hoy invaden la autopista para saltar en millones de astillas cuando chocan contra las defensas de los autos.
Hay semanas en las que la necesidad de ver a mis hijos es tanta que me gustaría, como dice uno de ellos, aparecer por arte de magia a su lado. Y otras en las que lo llevo con más tranquilidad y me enfoco en que queda apenas un mes para vernos.
Me gustaría poder explicar que estoy tan emocionado por la posibilidad de explorar esa Texas profunda, por visitar un enclave de hipsters y vaqueros, por viajar hasta el corazón del desierto y dormir bajo las estrellas, contemplando la vía láctea.
Hay semanas en las que lo único que quiero es dormir y ponerme al día con la cama y otras que quiero escribir sobre las sospechas que albergo sobre el ciclo de vida de las levaduras para hacer pan que domestiqué hace meses. Estoy convencido de que la colonia de levaduras ha alcanzado su plenitud y ha entrado en una fase de decadencia.
Y quisiera detenerme a describir detalladamente los comedores del centro de El Paso. Valorar los pros y los contras de comer donde el jordano de las hamburguesas o sobre almorzar en el café estilo Seattle que recién lo compró una texana recalcitrante.
Pero se me van las semanas en hablar de cosas urgentes, de cosas actuales que generan debate pero no entendimiento. Se me van las palabras en desmenuzar situaciones y acercarme a problemas que son irresolubles más por la indolencia de quienes pueden solucionarlos que por su complejidad.
Se me van las semanas en hablar del general de antes y del de ahora, cuando en realidad me gusta hablar de mis cosas. Ocupo el tiempo en discusiones sobre racismo en Guatemala, un tema en el que la gente tiene ideas grabadas en piedra.
Y mientras, cuento los días para el siguiente viaje, para el siguiente reencuentro. Y cada día es un día más. O un día menos. Según se vea.
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