La irresponsable noticia desnuda el apetito de una exclusiva que —aunque sea falsa y destruya la dignidad de los más vulnerables— se viralizó al punto de provocar la pasajera indignación de muchos, que empezaron dándole crédito a la versión y cerraron, sin siquiera saber el nombre de la persona, con una publicación que maldice, pero que no entiende ni soluciona absolutamente nada. Luego, la fiestas del árbol hicieron olvidar que, moralmente correcto o no, la mayoría de los niños y las niñas de Guatemala trabajan realizando tareas de adulto aun bajo la lluvia y desnutridos.
La historia aseguraba que, en Purulhá, un pequeño de nueves años había tomado la decisión de quitarse la vida por trabajar en esclavitud en la comunidad Moxanté, ubicada en la finca que lleva el mismo nombre. Unas horas después, la Anacafé aseguraba que no tenían registro de fincas productoras en el sector, lo cual es una verdad a medias. Según vecinos, la finca, otrora gran productora de café, hoy continúa produciéndolo, pero en pocas cantidades y en matas que no tienen mantenimiento. Efectivamente, allí cortan café en muy malas condiciones.
El corte de café, una actividad agrícola antes fuente importante de empleo (escasas veces digno), hoy les es poco rentable al patrón y lógicamente a los empleados, dado que para corte contratan a familias enteras y pagan mal: aproximadamente 35 quetzales por quintal. Una familia entera debe caminar mucho para cortar un quintal diario. Por el contrario, en la actualidad, el corte de cardamomo paga el quintal cortado a 1,200 quetzales. Una familia logra cortar aproximadamente un quintal y medio. Vale precisar que hay familias que por ubicación geográfica no pueden elegir el cultivo de las fincas de la región. Además, en ellas hay pocas fuentes de trabajo.
La idea de que un niño de nueve años decida terminar con su vida por trabajo es dantesca, pero, créame, es peor lo que ellos viven a diario que un mal trabajo. Hemos enterrado a jóvenes exasperados por falta de oportunidades y de formación integral, porque no se respetan sus derechos, porque aguantan hambre, porque no pueden desarrollar su intelecto o porque los sobrepasan los abundantes y retorcidos patrones sociales de abuso al niño que se perpetúan sin que a nadie le importe. Se suicidan por finalizar una relación sentimental que muchas veces representa la única esperanza de salir de una casa donde aguantan hambre.
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Y es que nacer de este lado de las clases sociales representa perder hasta el derecho de soñar. No pueden suponer que van a educarse porque, si no hay trabajo, no hay cuadernos. No pueden soñar con que irán a la universidad porque queda lejos. Acá todo queda lejos: la salud, la justicia, la verdad, la dignidad. Si cree que exagero, pregúntese: ¿están sus hijos expuestos a esto? ¿Pasaría su hijo un día entero muerto antes de que llegue el MP?
Frecuentemente, nosotros, los voluntarios, conversamos con hijos de agricultores que, aunque tengan mucho talento y potencial para ir a la universidad, ni siquiera consideran hacerlo, ya que enfrentan incontables obstáculos, comenzando por que, al buscar apoyo para que estudien, las personas de afuera deducen que se les debe enseñar un oficio, ya que «es más práctico y no requiere mucha inversión», o por que pueden «iniciar su negocito» sin importar que no tengan ni capital ni formación financiera o que tengan más capacidad científica que emprendedora. Nacer pobre te condena a ser mano de obra barata. Los niños aguantan vejámenes inconcebibles, como el caso que se dio cuando acompañé a una nena a quien el padrastro intentó ahorcar para que callara el abuso sexual al cual la sometía. Posiblemente Fredy no se suicidó, aunque sea fácil creerlo por el alza de suicidios adolescentes, de la cual ya hablé en otra nota.
Indudablemente, lo que escribo es una grosera verdad. Lo lamento, mas no me disculpo. El suicidio no es un tema que se toque fácilmente, pero necesitamos desafiar la realidad. Si queremos señalar culpables, es momento de darnos cuenta de que el puente más difícil de cruzar es el que separa las palabras de los hechos. Preguntémonos: ¿qué debo hacer yo para que, por política pública, se inviertan correctamente mis impuestos?
Descanse en paz Fredy Oswaldo Xicol Caal.
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